
Las reivindicaciones laborales han sido siempre un buen tema para el cine, sobre todo cuando tienen un sustrato histórico, como ocurría en la deliciosa Billy Elliot. La lucha por nuestros derechos laborales se ha visto en otros títulos como Pride, Germinal, La fuente de las mujeres o Sufragistas, entre otras muchas. Y es que una cosa es que se reconozca un derecho y otra que se haga efectivo.
En nuestro teatro, la huelga no era hasta ahora un ejercicio frecuente. A lo largo de mi vida profesional sí que he visto varias huelgas protagonizadas por funcionarios y funcionarias, pero más allá de eso, no siempre hemos sido capaces de reivindicar nuestros derechos. Ya dice el refrán que, en casa del herrero, cuchillo de palo.
Cuando yo daba mis primeros pasos en Toguilandia, nadie se planteaba hacer una huelga. Es más, había muchas voces que defendían que en la carrera judicial y fiscal no se podía ejercitar el derecho a huelga porque nos lo prohibía la Constitución, del mismo modo que nos prohíbe sindicarnos y pertenecer a partidos políticos. Pero eso no es cierto: lo que dice nuestra norma es que la ley regulará las peculiaridades del ejercicio del derecho a huelga en nuestro caso. Y lo que ha ocurrido con esa ley es que ni está ni se la espera. Pero, obviamente, eso no puede privarnos de un derecho.
Hubo de pasar mucho tiempo para que alguien se animara a poner el cascabel al gato y plantear el tema de la huelga para jueces y fiscales, pero se hizo. Hicimos movilizaciones e incluso un día de huelga porque la situación de la justicia era insostenible. Pero, después del tiempo transcurrido, aquello no sirvió de mucho más que de modo testimonial. Mucho ruido y pocas nueces. Ni siquiera nos detrajeron el sueldo de aquel día de nuestros emolumentos por no reconocer que era nuestro derecho. Y la cosa quedó en nada. O poco menos.
Hoy la verdad es que ya no se oyen voces que nos nieguen el derecho. Es más, incluso por algunos de quienes en su día lo ponían en duda se está removiendo el avispero de lo que, de prosperar, nos llevaría a un hito histórico: la primera huelga indefinida en las carreras fiscal y judicial. Aunque yo en esto soy como Santo Tomás, hasta que no lo vea con mis propios ojos no lo creeré.
¿Y por qué ahora y no antes? ¿Está ahora peor la Justicia de lo que estaba hace un año? En mi modesto parecer, no. La Administración de Justicia ha sido y es la hermanita pobre de todas las administraciones públicas y avanza a paso de tortuga reumática mientras sus hermanas, como el caso de Hacienda, corren como una liebre que se ha puesto ciega de taurina, cafeína o cualquier otra sustancia que la impela a correr como alma que lleva el diablo.
La historia es siempre la misma. Es difícil explicar a la ciudadanía que la parte de la Administración Pública encargada de hacerle cumplir sus obligaciones funciona como una bala mientras que aquella que tiene por misión hacer efectivas sus reclamaciones de derechos lo hace como la piedra arrojada con un tirachinas con la goma pasada. Pero eso, insisto, no es nuevo.
La circunstancia realmente nueva, lo reconozcamos o no, con la que nos encontramos hoy, es la huelga que durante cerca de dos meses han mantenido los LAJS y que ha acabado de una manera satisfactoria para ellos.
Y ahí está el efecto dominó del que hablaba. Como quiera que, aunque sus reivindicaciones iban mas allá de lo económico, lo que ha trascendido -no sé si interesadamente- es que han logrado que les suban el sueldo, todo el mundo parece haber puesto las pilas, no vaya a ser que no salgamos en la foto.
Primero ha sido el funcionariado, con una huelga cuyas piezas, entre paros parciales y huelga indefinida en días salteados, hay que encajar como si de un Tetris se tratara. Y ahora el anuncio -o la advertencia- de que las togas con puñetas no se van a quedar atrás. Antes incluso de empezar a negociar, que no se diga.
Y para poner la guinda en el pastel, las movilizaciones de letrados y letradas del turno de oficio, en justa reivindicación a sus derechos, especialmente económicos, ya que su especial situación en comparación con el resto de los habitantes de Toguilandia les pone en una situación muy delicada.
En realidad, y aunque quienes hablan de ello quieran simplificar las cosas y convertirlo todo en una mera reivindicación económica, el tema va mucho más allá. La Justicia lleva desde siempre con los peores medios, las mayores cargas y el menor respeto de todas las administraciones públicas, y a nadie parecía importarle. Los juicios se señalaban a años vista y las sedes se caían a pedazos, pero siempre había algo por delante a lo que dedicar la atención. Y, sobre todo, había un personal poco amigo de movilizarse que daba bastante tranquilidad.
Y, de pronto, todo eso ha cambiado. Los LAJS hicieron su huelga, los funcionarios están en ello y en las carreras judicial y fiscal se está empezando a plantear seriamente, aunque aun no sabemos si prosperará y en qué medida.
Por supuesto, los platos rotos los acabará pagando la ciudadanía, pero es lo que tienen las huelgas. Veremos en qué queda la cosa.
Así que hoy no hay aplauso. Cuando vea que es lo que pasa y las medidas que se ponen en macha para que esto estalle lo daré. No antes.