Día de las mujeres: seguimos


              Cunado llega el 8 de marzo, siempre pienso lo mismo: que ojalá no tuviera que existir. Que ojalá ya no fueran necesarias películas como Solas, La boda de Rosa, Te doy mis ojos, tomates verdes fritos, No sin mi hija, Sufragistas y tantas otras para reivindicar los derechos de las mujeres. Pero sigue siendo necesario. Por desgracia.

              En nuestro teatro los derechos de las mujeres llevan tiempo siendo reconocidos legalmente casi en plenitud, aunque todo es mejorable. Pero, como dice el refrán, del dicho al hecho hay un buen trecho y de la ley a la realidad, todavía más, sobre todo cuando, como Don Quijote, con la conciliación hemos topado. Nadie se libra en Toguilandia de esos problemas, pero, para ser justas, hay que decir que especialmente lo sufren las abogadas, que, por sus especiales características como profesionales liberales, tienen que convertirse en verdaderas heroínas a la hora de ser madres.

              Pero hoy no voy a insistir en todo eso que ya sabemos. Me voy a limitar a recordar lo que hemos avanzado desde que, en los años 70, todavía existía la licencia marital hasta todo lo que hemos conseguido hoy en día. La ley del divorcio, la del aborto, la ley de igualdad o la ley integral de violencia de género han sido hitos en esa carrera hacia la igualdad que llevamos tanto tiempo disputando. Una carrera de fondo, pero no exenta de obstáculos.

              Hoy, sin embargo, voy a acordarme de aquellas que tienen dificultades hasta para tomar la salida. O de las que, aunque la tomaron, se han visto abocadas a dar pasos atrás que las deja más allá de la línea de salida. Porque en el mundo hay millones de mujeres que luchan porque se les reconozca lo básico: la dignidad. Mujeres que arriesgan su vida por cosas que aquí nos parecen nimias, como llevar bien puesto un pañuelo o bailar en la calle.

              Este año tuve la inmensa fortuna de conocer a dos de esas juezas afganas que consiguieron salir del país y con ello salvar la vida. Gulalai i Friba, tras muchas dificultades, salieron del país junto a sus familias prácticamente con lo puesto. Dejaron atrás, puede que para siempre, todo aquello por lo que habían luchado, por lo que habían trabajado, por el simple hecho de que llegaron al poder quienes no están dispuestos a reconocer ni uno solo de los derechos de las mujeres. No tuvieron otro remedio, pero, como es natural, añoraban su tierra, su gente y su trabajo. Todavía se me ponen los pelos como escarpias cuando recuerdo que una de ellas pidió llevarse el rótulo donde, debajo de su nombre, ponía “magistrada” porque” no sabíamos lo que eso significaba para ella”. Sé que son varias más a las que ahora, por fortuna, se han unido varias fiscales que, también con ayuda, han conseguido dejar el país. Pero no olvidemos que con salir de allí no está todo hecho. Por el contrario, les queda un largo camino a recorrer que va a ser de todo menos fácil. No las dejemos solas.

              Tampoco podemos dejar solas a las mujeres de Irán. Precisamente, de allí era la intérprete que las asistía, y su testimonio en primera persona, a pesar de que lleva años en nuestro país, me removió las entrañas. Las mujeres tienen vetado absolutamente todo, incluso protestar. Con cuentagotas nos llegan noticias de las cosas tan terribles que pasan, como la muerte de una joven por no llevar bien puesto el velo, las condenas a muerte de muchas personas por protestar por ello, incluido un futbolista de la selección de quien nunca mas se supo, las sentencias demoledoras por el mero hecho de bailar en la calle o de fotografiarse en una red social. Y, ya dentro de nuestro espacio, no puedo dejar de citar la condena de una abogada a 38 años de cárcel y recibir latigazos por defender los derechos de las mujeres.

              A todos estos, que son solo la punta del iceberg, podemos sumar casos somo los de Malala, la niña que casi pierde la vida por algo tan básico como querer estudiar, los secuestros de niñas en su escuela, o los recientes envenenamientos de otras pequeñas estudiantes.

              Suma y sigue La igualdad es un larguísimo camino que se recorre a muy diversas velocidades en diferentes lugares del mundo. Pero las mujeres no podemos hacer otra cosa que estar ahí, que seguir echando mano de esa sororidad de la que últimamente se habla poco y de no resignarnos a nada. Nuestros derechos no son algo que tengan que concedernos, sino que existen y hemos de reclamarlos cada día. El 8 M y el resto de los días del año.

              Por todo eso el aplauso es hoy para todas las mujeres del mundo que siguen sufriendo por el simple hecho de serlo. No estáis solas.

              Y una vez más, reitero mi agradecimiento a @madebycarol por prestarme su precioso dibujo.

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