
Hay cosas que son eternas, y cosas que duran menos que un soplido. Como ocurre en el teatro, en la literatura o el cine. Shakespeare o Cervantes sobreviven al paso del tiempo, y seguro que hoy leemos Romeo y Julieta o Don Quijote de la Mancha, o sus versiones fílmicas, sin que nos salpique ni una mota de caspa. Otros casos, más cercanos en el tiempo, han envejecido tan mal que es difícil verlos fuera del tiempo en el que fueron concebidos, como ocurre con aquellas películas de destape en que cualquier excusa era buna para enseñar las tetas. Y es que siempre existe la diferencia entre Lo que el viento se llevó y lo que el viento no se pudo llevar.
Hoy, en nuestro teatro, me gustaría echar la vista atrás para comparar aquello que teníamos y aquello que tenemos hoy, y qué relación hay entre ese pasado y ese presente. Y ver, de paso, si avanzamos algo de cara al futuro.
Cuando yo aterrizaba en Toguilandia, todavía estaban llenos los despachos de máquinas de escribir, como la que tenía mi padre, con su papel de calco y sus copias en papel cebolla. Y por supuesto, había que tener cerca una botellita de tippex, o su sustituto en papelitos adhesivos. Curiosamente, desaparecieron de las mesas las máquinas -Olivetti, en su mayor parte-, aunque aun se llena de polvo alguna que otra en un altillo o sobre un armario, y es imposible encontrar papel de calco. Sin embargo, el famosos tippex ahí sigue, entre nuestros imprescindibles, aunque sea en versión remasterizada dentro de un cartucho de plástico con pretensiones de diseño aerodinámico. Así que aquí encontramos el primer superviviente.
Más tarde que pronto, las máquinas fueron sustituidas por ordenadores, que fueron ganando precisión y perdiendo tamaño pero que, en esencia, sobreviven, como sobrevive el cambio radical que supusieron. La jurisprudencia dejó de mirarse en tomos similares a Biblias y pasaron a ser consultados directamente en una base de datos, cambiando el copiado amanuense por el corta y pega que tanto agranda el tamaño de sentencias y dictámenes. Faltaría saber si eso fue una ganancia o una pérdida, pero esa es otra historia.
Sin embargo, ya poca gente se acuerda de algunos instrumentos que parecían el no va más de la modernidad, Los diskettes donde transportábamos los documentos de un ordenador a otro, sin ir mas lejos. Nunca olvidaré a uno de mis jefes refiriéndose a ellos como “casquetes”, con la consiguiente hilaridad del personal. Y no era para menos. Porque el sentido del humor también sobrevive.
La misma suerte que aquellos disquetes acabaran corriendo otros soportes que ya casi usamos solo en justicia, que somos los últimos en desprendernos de las cosas. Se trata de los CD’s, que ya tuvieron su propio estreno y que cada vez son más difíciles de ver lejos de Toguilandia. Junto a ellos, otro incunable permanece ajeno a que su existencia se circunscribe a nuestras paredes: el fax. Que alguien pruebe a pedir fuera de nuestro ámbito que alguien le dé el número de fax, que lo que le dará es un ataque de risa.
Otra de las evoluciones reseñables es la de la telefonía y similares. En su día, parecía el no va más la existencia de aquellos aparatejos llamados “busca”, que importamos de profesiones sanitarias, y que hacían un papelón en la guardia considerable porque permitían, al menos poder desplazarse más allá de los límites de un teléfono fijo cuando se estaba de guardia de disponibilidad. Lo malo fue que cuando nos llegaron a nosotros, ya empezaban a cambiarse en otros sectores por teléfonos móviles, de aquellos que pesaban un quintal, antena incluida. De ahí pasaron a un modelo más pequeño, exclusivamente para hacer llamadas -nadie soñaba entonces con las funciones que tendrían los móviles poco más tarde- que ha permanecido en manos de juez, fiscal, o forense de guardia por los siglos de los siglos. Incluso me consta que hay lugares donde todavía sobreviven, aunque sea pegados con cinta adhesiva.
Sin embargo, hay algunas cosas que sobreviven y si las cosas siguen así, les auguro larga vida. Entre ellas, fundamentales las pegatinas de llamada de atención sobre causas con preso, preferentes, o cualquiera otra, o sus hermanos pequeños, los imprescindibles posits. A su lado, los clips, las grapas y hasta las máquinas taladradoras por las que suspiraba en el colegio y por las que a veces, ante causas de varios tomos físicamente ingobernables, sigo suspirando.
También los marcadores, iluminadores o como quiera que se llamen lo fosforitos de toda la vida, lo primero que desparece del cajón del material, son unos supervivientes en toda regla, al igual que las gomas de caucho de toda la vida, que no hay fiscalía que se precie sin ellas para sujetar las carpetillas.
Por supuesto, estas cosas cambiarán cuando la digitalización sea una realidad y los folios pasen a mejor vida. Pero aún queda. También me queda por saber si los bolis verdes que permanecen en el armario son los mismos que trajeron cuando llegué a Fiscalía o van renovándose porque alguien -que yo jamás he visto- los usa. Igual cualquier día surge una historia como la de la mermelada y el perro de Ricky Martin. Estaré atenta por si acaso.
Y hasta aquí, el estreno de hoy. El aplauso, por supuesto, para quienes sobreviven a tanto superviviente y se adaptan a lo nuevo. Que ambas cosas son precisas
No olvidemos el carrito de Mercadona…
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