Guerra: lo que nunca debe pasar


En el mundo del cine, la guerra ha dado lugar a un género propio, el género bélico. Como en botica, hay de todo, pero no hace falta hacer mucho esfuerzo para que se nos vengan a la cabeza títulos como El día D, Los mejores años de nuestra vida, Salvar al soldado Ryan, Los gritos del silencio, El capitán Alatriste, Feliz Navidad, 1917, Ay Carmela, La chaqueta metálica o la impresionante Johnny cogió su fusil, entre otras muchas. Pero sean malas, buenas o regulares, tragedias o comedias, largas o cortas, lo bien cierto es que reflejan una realidad terrible, Algo que se repite demasiadas veces a pesar de que no debería existir en ningún lugar en ningún momento.

            En nuestro teatro la guerra también tiene su reflejo, aunque no sea fácil verlo en nuestro día a día. Salvo, claro está, que se esté destinada en la Audiencia Nacional o se ocupe un puesto del Tribunal Penal Internacional, que conocen de cosas tan espantosas como genocidio, crímenes de guerra o crímenes de lesa humanidad que ojalá no existieran.

            Cuando yo estudiaba la oposición, allá por el Pleistoceno, había sendos capítulos del Código penal especialmente difíciles. Eran los delitos contra la seguridad interior y exterior del Estado, entre los cuales se encontraban tipos tan curiosos como el que castigaba al español que sedujere tropa para que pasare al servicio de tropas enemigas, sediciosas o separatistas. Y a mí eso de seducir tropa, por muy español que se fuera, y por muy sediciosas que fueran las tropas enemigas, me parecía tan irreal que me daba risa, Sonaba como si fuera Mata Hari o la Madelon versión patria.

            Por aquel entonces pensaba que, aparte de para aprobar el examen, aquellos preceptos no se aplicarían nunca porque lo de la guerra me parecía algo imposible en nuestro mundo. Claro que como futuróloga nunca me ganaría la vida, porque cuando todo el mundo hablaba ya de pandemia y de confinamiento yo seguía afirmando que no podía ser, y cuando me dijeron que había entrado en erupción un volcán estaba convencida de que era una broma. Y, por supuesto, estaba convencida que lo del coronavirus acabaría el mismísimo día que saliéramos de nuestro encierro, y ya ves como seguimos tras más de dos años.

            Y otro tanto cabe decir de mis virtudes como pitonisa jurídica, que también pensé que tipos como la rebelión no se aplicarían nunca, y no hay más que echar un vistazo a las calificaciones del Procés para desmentir mi creencia.

            Así, la realidad confirma de nuevo mi falta de habilidad adivinatoria, y nos hemos encontrado, casi a las puertas de esta casa nuestra que es Europa, a la mismísima guerra. Una guerra que, además, viendo las imágenes, es como la de siempre, tan cruel y tan injusta como la toda la vida. Con su reguero de destrucción, de muerte, de refugiados y de dolor inmenso.

            Por eso he decidido dedicar este estreno a todos esos delitos que se cometen en la guerra, además del crimen inmenso que es la propia guerra.

            En primer lugar, hay una serie de normas de Derecho Internacional que rigen todas las guerras, aunque los contendientes no siempre estén dispuestos a respetarlas. Normas como el modo de tratar a los prisioneros de guerra, relativas a no atacar a los civiles y a respetar, en esencia los Derechos Humanos. Unas normas que se hizo preciso establecer después del horror de la Segunda Guerra Mundial, tras los juicios de Nuremberg.

            Por desgracia, cuando estalla una guerra, sobre todo cuando algún país o su visionario líder decide invadir a otro, no siempre los invasores están dispuestos a aceptar las reglas de juego. Es lamentable, pero es así.

            Y, además, las propias guerras dan lugar a delitos asociados a ellas, que responden al viejo dicho de A río revuelto, ganancia de pescadores. Lo que se da en llamar “pillaje” que no es otra cosa que robos en toda regla, es una de las más características. Eso que consideraban botín de guerra.

            Pero lo peor viene cuando esos delitos se cometen sobre personas. Todo el mundo hemos visto imágenes, actuales o antiguas de ejecuciones sumarias. Y también hemos oído hablar de delitos sexuales cometidos contra las mujeres que pertenecen a lo que se considera el bando contrario. Utilizar a las mujeres para humillarlas no solo a ellas sino a los hombres, considerando su cuerpo como territorio de conquista, es uno de los más frecuentes y terribles delitos que se cometen durante muchas guerras.

            Además, siempre ocurren cosas terribles respecto de las personas que se ven obligadas a abandonar su tierra. Esas personas que se llaman paradójicamente “refugiados” aunque no tienen refugio alguno. Y, aunque es difícil conocer cifras ni hechos concretos, se habla de trata de personas, de tráfico de órganos y de, nuevamente, violaciones y otros delitos sexuales.

            Cuando nos encontramos con estas cosas, como sociedad, pero también como juristas, debemos reaccionar. Y la reacción no puede ser otra que la condena de la guerra y la solidaridad con quienes la padecen. No olvidemos, además, la loable labor de voluntarios y Ongs que en ocasiones les cuesta la vida o la condena a penas de cárcel.

            El problema es que, como siempre, solo vemos las orejas al lobo cuando está en la puerta. Y hemos cerrado los ojos una y otra vez ante conflictos bélicos crueles, injustos y sangrientos en otras partes del mundo. Y seguimos haciéndolo. Ojalá esto sirva también para abrir nuestros ojos y nuestras mentes.

            Por eso hoy el aplauso no puede ser otro que el dirigido a todas esas personas que han sido capaces de jugarse la vida por conseguir que las víctimas de las guerras puedan huir o tengan mejores condiciones de vida. Gracias.

Y gracias también, una vez más, @madebycarol por esa preciosa imagen que ilustra el post

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