
Aunque a veces cuesta hablar de una misma, no se puede negar que el género autobiográfico es uno de los que más triunfan en cine y teatro. Contar toda o parte de la vida de alguien es lo que hacen muchas películas, desde La lista de Schindler hasta La pasión de Juana de Arco o Ghandi, entre otras muchas, aunque no siempre es fácil encontrar casos en que el protagonista sea quien escribió la historia. Nada tengo que ver con tan grandes personajes, pero sí que me gustaría hoy usar este escenario para contar un trocito de vida que quedará congelado en mi memoria para siempre, preservado entre los recuerdos más felices. Y a ello voy
En nuestro teatro no somos muy dados a los reconocimientos. Nada de Oscar, Goyas, ni nada parecido anuales. Ni con ninguna otra periodicidad. Aunque de vez en cuando cae una Raimunda , muchas de ellas acaban concediéndose por jubilación o fallecimiento. Y, para eso último, más vale seguir sin ella. Como dice el chiste, Virgencita, que me quede como estoy.
Pero a veces algunas personas tenemos la suerte de que las reglas generales no se cumplan, y eso es lo que he tenido la suerte de que me pase. Y ojo, no solo esa regla sino el conocido dicho de que nadie es profeta en su tierra, Y es que, si una tiene que cargarse los refranes, pues se los carga y ya está. Acabáramos.
Por eso, y porque quienes leen este blog son ya casi parte de mi familia, vengo hoy a compartir algo que me ha hecho muy feliz. Llamadme soberbia, o umbralista, que es menos feo, pero si no lo contaba reventaba, así que pido disculpas por adelantado. Por si las moscas.
Hace más de dos años recibía una llamada que me llenaba de ilusión. Me preguntaban si aceptaría que me propusieran como una de las mujeres a rendir homenaje en el acto anual que las Cortes Valencianas hacen con ocasión del Día de la mujer. Me lo preguntaban, sí, como si algo así se tuviera que preguntar. Tuve que morderme la lengua para no ponerme a gritar como una loca y contenerme para no dar saltos de alegría más allá de lo razonable.
No obstante, y como dice el refrán, que este sí que se cumplía, poco dura la dicha en la casa del pobre. Como quiera que estábamos a principios de marzo de 2020, no hago spoiler a nadie si cuento como acabó la cosa. Un bicho tan diminuto como maldito volvía nuestra vida del revés y a mis compañeras y a mí nos dejaba sin premio Mi gozo en un pozo.
Como dijo acertadamente una de las premiadas cuando, por fin, pudimos retomar, era como una niña a la que dicen que se ha portado muy bien y ha ganado un premio, y tardan dos años en dárselo. Eso fue exactamente lo que nos pasó. Dos años en que llegué a dudar si aquel premio era real o era producto de mi imaginación. Porque de eso tengo para dar y regalar.
Pero hete tú aquí que el tiempo vino en mi rescate, y me confirmó que aquella llamada no era una figuración de Susanita la fantástica sino que era verdad verdadera. Y que, por fin, podíamos celebrar el acto como Dios -o quien sea- manda. Así que se entenderá que no podía dejar de contarlo.
El día D había llegado. A pesar de que la climatología había decidido gastarnos una nueva broma pesada y no paraba de llover, armada y pertrechada de paraguas, chubasquero e ilusión, me dispuse a vivir un día inolvidable. Por supuesto, y como siempre intento hacer en las grandes ocasiones, incorporando a mi vestimenta algún toque que recuerde a Valencia y a mis queridas fallas, recién recuperadas también. Las fotografías no mienten.
Todo salió a pedir de boca. Reconozco que en algún momento necesitaba pellizcarme para asegurarme de que estaba allí, en nuestro máximo órgano representativo, siendo objeto de un homenaje. Casi nada. Como decía mi madre, solo pensar que todo aquello era por mí -entre otras, claro- ya era suficiente para llenarse la mochila de buenrollismo para mucho tiempo. Y para fijar una sonrisa en la cara que ni el dentista del anuncio conseguiría.
En mis tres minutos, y pese a los nervios, dije exactamente lo que quería decir, además de expresar mi infinito agradecimiento. Expuse que, aunque pareciera que estaba sola ante ese atril, me acompañaban todas las mujeres que nos precedieron, todas las que lucharon para que hoy hayamos llegado donde hemos llegado, aun a costa de renunciar a sus propios sueños para cumplir los de sus hijas. Por supuesto, entre esas mujeres, mi especial dedicatoria era para mi madre que, con sus 97 años, estaba allí dándome su amor y su apoyo incondicional. Como dije, ojalá algún día mis hijas puedan estar la mitad de orgullosas de mí que lo que yo estoy de ella. Por eso no podemos dejar de luchar por la igualdad, porque en esta materia todo lo que no sea avanzar es retroceder, y no podemos permitírnoslo, porque un mundo en igualdad es un mundo mejor para todas las personas.
Y hasta aquí el estreno de hoy. Vuelvo a pedir perdón si resulta algo prepotente, pero seguro que si veis el acto –aquí se puede ver – me entendéis un poquito. No me dejo el aplauso, que hoy es para quien hizo posible este momento. Y para todas las galardonadas, unas verdaderas campeonas de la vida. Mil gracias de nuevo.

Bnoches estimada: si los artículos que he leído con anterioridad han sido inmejorables en el desarrollo, permítame darle mi más sincera ENHORABUENA Y FELICITACIÓN por el premio, bien merecido y sobretodo por el arte desarrollado con su destreza en la escritura.
Su más ferviente admirador.
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Muchas gracias 😍
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