
La Navidad es tiempo de exaltar nuestras mejores cosas, nuestros mejores valores. Y, si hablamos de lo mejor del mundo, el arte ha de estar ahí. Y el espectáculo convertido en arte, más aún. No hay navidad sin Love Actually, Qué bello es vivir y, por supuesto, sin El Cascanueces, un clásico que no puede faltar, especialmente si, como es mi caso, te gusta el ballet. Y, por supuesto, sin Sonrisas y lágrimas. Aunque en estos tiempos sea mejor escuchar el Jo jo jo de Santa Claus en todo momento.
En nuestro teatro la Navidad también existe, y más allá de las decoraciones más o menos inspiradas de estanterías y mesas con espumillón y bolas de colores, siempre y cuando los expedientes les hagan un hueco. Y pese a todo, las risas también. Por eso, aunque ya son seis años de toguinavidades y cuentos navideños quería sacar la sonrisa de paseo que, con la que está cayendo, siempre viene bien.
Contaba un compañero en twitter ayer mismo una anécdota que dice mucho de cómo están las cosas. Tiene su punto de risa, pero en su trasfondo tiene mucho más, aunque eso ya lo dejamos para mañana, como hacía Escarlata O’Hara en Lo que el viento se llevó. Decía mi amigo y compañero Carlos que el otro día pasaban por el Juzgado de guardia unas personas -que no eran ni los Reyes ni Papá Noel, que quede claro- preguntando, despacho por despacho, si podían llevarse los calefactores porque había un juzgado donde no tenían calefacción. La cosa tendría su gracia si no fuera un puro esperpento, en pleno mes diciembre y en pleno siglo XXI. Ojalá pudieran leer estas cosas quienes tienen en su poder la posibilidad de solucionarlas, y no hubiera que confiar en Santa Claus, que lo veo tejiendo a toda prisa bufandas y gorros con el escudo del Ministerio de Justicia. Para acabar de rematar el esperpento aclararé que esos calefactores son los que nos compramos, de nuestro bolsillo, cuando el sistema no tira lo suficiente para calentarnos. Y que incluso en algunos sitios se usan de trinqui porque se prohibió porque había sobrecargas de luz que incluso motivaron algún incendio.
Y al hilo de la falta de medios, que da mucho de sí, me acuerdo ahora de otra anécdota que también viene a cuento. El otro día, como sucede con frecuencia, la videoconferencia no iba del todo bien. Exactamente, era conferencia, pero no video, es decir, que no se veía nada, aunque había sonido. Estaba en sala mi querido amigo y compañero Héctor , el primer fiscal invidente al que ya dediqué un post -y dedicaría todos los del mundo, por cierto- que, con el sentido del humor que le caracteriza, dijo con toda tranquilidad “pues mira qué bien, ahora estamos todos en igualdad de condiciones”. Y tenía más razón que un santo. A mí me dio la risa, pero a veces la gente se queda descolocada. A ver si aprendemos a normalizar de una vez, vaya.
En estos momentos en que el dichoso coronavirus vuelve a hacer de las suyas, vuelve a cobrar actualidad un término que creíamos que estábamos desterrando pero que regresa a nuestras vidas como el día de la marmota, el confinamiento. Pero no sé por qué razón, ese corrector que a veces juega tan malas pasadas, se empecina con algunas cosas, como convertir a las personas confinadas en con confitadas, como si fueran esas frutas escarchadas tan propias de la Navidad. Y es que, como me dijo no hace mucho un testigo, el predictor juega muy malas pasadas. Andaba yo pensando en algún embarazo no deseado cuando me percaté que se refería al predictivo que corrige los textos y, en este caso, los WhatsApp. Y casi me caigo de la silla.
Y a veces, ni siquiera se le puede echar la culpa. No hubiera colado en el caso de la imagen que ilustra este post, que habla por sí sola. Eso de que sea obligatorio consumar en la terraza tiene su aquel, Aparte de la ambigüedad de la frase, de la que una no sabe si es obligatorio tomarse algo, o si lo que es obligatorio es hacerlo en la terraza -no quiero ni pensar en la sanción por no hacerlo-, lo peor es a lo que se nos obliga. Que eso de consumar, según quién toque de partenaire, cambia mucho. No digo más por no pillarme los dedos, que nunca se sabe
Tampoco tiene desperdicio el titular en que, por un obvio error, se refirió al toque de teta en vez de al toque de queda. Y menos mal que en este caso el Tribunal Superior de Justicia de turno lo rechazaba, porque si lo hubiera admitido aún hubiera dado para más chanzas. Y en algunas cosas no está la cosa para bromas.
Para acabar, dejo una perla fina como remate de nuestro árbol de Navidad, aportada por otro compañero, que fue testigo presencial Estaba el fiscal de guardia dictando a una funcionaria algo que debía escribir en unas Diligencias urgentes y no acababan de entenderse. Ella, cada vez más nerviosa, consigue terminar su escrito y se busca la conformidad de quien le encomendó el trabajo y, cuando va a llamarlo, se dirige a él: “Señor Dur ¿está bien?”. Aún me río imaginando a cara del aludido.
Y hasta aquí, los adornos de nuestro árbol de Navidad. El verdadero remate ha de ser el aplauso que doy a todas y cada una de las personas que se asoman a mi mundo toguitaconado. Muchas gracias y feliz Navidad