
Hay costumbres que se convierten en normas y normas que dan lugar costumbres. La vieja pregunta de qué es primero, el huevo o la gallina se repite a lo largo de la historia. Y del cine, por supuesto, que da vueltas al tema en cintas como Predestination. Y, por mucho que cambienn lo tiempos, la pregunta sigue vigente.
En nuestro teatro, como no podía ser de otro modo, también nos planteamos esta cuestión. De hecho, ya se hizo alguna referencia en el estreno dedicado a las fuentes del Derecho, pero hoy quiero hablar de algo que usamos a diario sin saber muy bien de dónde viene: la venia.
En Toguilandia, cualquier interrogatorio o intervención empieza con el susodicho “con la venia” o sus modalidades “con la venia de la Sala” “con la venia de Su Señoría” o sus ilustrísimas variantes- o con un cicatero “con venia” que a veces da la sensación de que se usa a desgana.
Pero ¿cuál es el origen de esto? ¿es una costumbre con valor de ley? ¿una costumbre válida como fuente de Derecho? ¿Un mero uso social? ¿o una obligación contenida en una norma?
No es fácil la rspuesta, desde luego. Ni el Ley Orgánica del Poder Judicial ni en el estatuto del Ministerio Fiscal se hacer referencia alguna a la necesidad de pedir la venia para tomar el uso de la palabra, y la única somera referencia es la del artículo 3 del Reglamento del Ministerio fiscal de 1969 –sí, 69, no me he equivocado al teclear ni me ha traicionado el subconsciente- que, en alusión a la vigilancia por el cumplimiento de las normas permite al fiscal tomar la palabra, aunque no esté en el uso de la misma, simplemente con pedir permiso, que siempre le será concedido. No obstante, no echemos las campanas al vuelo, que el mismo precepto nos insta a ser moderados en el uso de esa facultad. Como dice el refrán, poco dura la alegría en la casa del pobre.
La verdad es que es una lástima que algunos de los preceptos de este Reglamento tan vetusto hayan sido olvidados, aunque la mayoría hayan decaído por inconstitucionalidad sobrevenida, obviamente. Pero había cosas tan bonitas como la que recoge el artículo 119, a cuyo tenor el fiscal –era él porque no había “ellas”- esperaba tranquilamente en su despacho a que la sala, una vez constituida, le avisase para que acudiera a estrados. Recuerdo que en mi primer destino todavía lo hacían así, pero hoy recorremos pasillos hasta empezar como todo el mundo.
No obstante, lo de pedir la venia es una de las primeras cosas que le enseñan a una en cuanto se pone la toga. Y aún antes, que hay quien empieza a cantar los temas en el preparador y luego, en el examen, con un “con la venia” que a mí siempre me ha chirriado. Por más que en ese momento nos sintamos en el cadalso, no se trata de un juicio ni de un acto jurisdiccional, y bastaría con un sencillo “con permiso” o una indicación similar. O hasta con un saludo educado. Pero en Toguilandia todavía tenemos mucha afición a la prosopopeya.
Pedir la venia no es otra cosa que pedir permiso para hablar, aunque es un permiso matizado. Primero, porque nunca se niega. Y segundo porque tampoco nadie prevé que pueda hacerse cuando no esperamos un segundo a soltar nuestra perorata tras la consabida fórmula. Confieso que en mis primeros tiempos toguitaconados he fantaseado alguna vez con que no me dieran la venia, y hasta he tenido alguna pesadilla al respecto. Y no seria para menos.
La cuestión es que no hay norma que regule el uso de ese “con la venia” que decimos varias veces al día. Equivale, como decía, a pedir permiso, pero nada impediría –hay compañeros que así lo hacen- que se cambiara la fórmula por un “con permiso” y hasta un “cuando gusten”, por decir algo.
En cuanto al origen, pienso que se trata de que, como el juez o jueza, o quien preside el tribunal ostenta eso que pomposamente llamamos la «policía de las vistas» – o sea, la facultad de mantener el orden-, es quien debe dar el uso de la palabra. Algo así como los moderadores de las tertulias o de las mesas redondas en versión tribunalera. Por eso entiendo que no hace ninguna falta en los actos judiciales que no sean vistas, como una declaración de un investigado o una víctima en el juzgado de guardia o una comparecencia de prisión. En cualquier caso, hay que reconocer que es muy cansino que cada vez que intervenimos en un juicio empecemos con el dichoso sonsonete. Y ojo, que yo lo hago, porque me sale casi instantáneo
Pero, claro, al ser algo tan pomposo como otra de las muchas cosas que hacemos, también da pie a anécdotas jugosas. Algunas vienen de parte del justiciable, que no se resigna a no emplear esa palabrita que usan los señores y señoras del batín negro. Recuerdo un caso de un testigo que, tras referirse a la jueza como “la señora venia”, lo remató aludiendo al fiscal como “el señor venio”. Tal como suena, como si fuera una madre enfadada diciendo «ni pera ni pero» Y es que, como me comenta una compañera, no es extraño que los testigos quieran quedar de lo más bien e imiten nuestras formas. Y. aunque resulte chocante, tampoco es para echarse las manos a la cabeza. Mejor que pidan permiso para hablar que interrumpan a toda hora sin permiso.
Aunque, para anécdotas, las dos que me aporta un compañero, de lo más jugosas. La primera de ellas, la del testigo que, preguntado por su nombre, dijo “con su boina, me llamo..”. La jueza le interrumpió para explicarle que sería con su venia, a lo que el interfecto asintió con una “claro, con su vania”. Ni que decir tiene que Su Señoría le pidió que le apeara en tratamiento y fuera al grano.
La segunda, protagonizada por un presidente de Audiencia, es insuperable. Solicitada la venia por un letrado caracterizado por su incontinencia verbal, le respondió muy ufano “Tiene mi venia, pero para ser breve, si se excede en el uso de la palabra, se la retiro”. Y tan fresco
No me olvido que hay otra modalidad, la venia que se concede entre miembros de la abogacía para pasar el conocimiento de un asunto de unas a otras manos. Pero de esa ya hablaremos en otro momento.
Así que solo queda el aplauso. Y este, con la venia de Sus Señorías, se lo daré a todas las personas que me leen. Mil gracias. Sin olvidar esa ovación extra para los compañeros y compañeros que han aportado su sapiencia y su experiencia a este estreno, y el que ha aportado la deliciosa imagen, confeccionada con sus propias manos y cedida solo con comentar lo que me gustaba. Gracias también a tí, Julio.