
La magia, sea en sentido figurado o en su acepción literal, da mucho juego en el mundo del arte. Unas palabras mágicas, como Abrete Sésamo, dan título a una de las series infantiles más celebradas y exitosas, y la vida de un mago infantil, Harry Potter, dio lugar a una de las sagas de películas , y antes de libros, más conocidos. Y es que eso de que ahora me ves, Ahora no me ves tiene su aquel. Como lo tenía, sin duda, la vida de El mago por antonomasia, El gran Houdini, o Houdini, según las versiones. Y es que nada como El truco final.
En nuestro teatro, la magia existe, aunque a veces no lo creamos. Cada día nos enfrentamos a situaciones a uno u otro lado de estrados que son dignas del mejor truco de prestidigitación. Y cada año, sin faltar ninguno, pido a los Reyes Magos dos cosas que jamás deberían faltar en el kit de una buena maga: la varita mágica -o varita de virtud, como la llama mi madre- y la bola de cristal. Y no hay manera.
¿Qué juez o fiscal no daría lo que fuera para tener la certeza de que determinada situación es de peligro para una víctima para decretar una prisión o dictar una orden de protección? ¿Quién en Toguilandia no ha deseado alguna vez tener esa varita que todo lo solucionaría?
Pero mientras seguimos esperando a ver si algún año los Reyes nos hacen caso, quería repasar algunos casos en que la magia existe. O alguien quiere hacérnoslo creer.
La primera vez que me planteé semejante cosa fue cuando estaba en mis prácticas como fiscal, allá por el Pleistoceno. La juez con la que estaba haciendo aquella mi primera guardia recibía con paciencia un detenido tras otro por robar radiocasstes de coche, que hoy son casi una pieza de museo, pero entonces eran un botín muy preciado. Pues bien, aquellos angelitos repetían uno tras otro que se habían encontrado el aparato en el contenedor hasta que Su Señoría, a punto de explotar, le dijo a uno de ellos que tenían mucha suerte, que ella miraba cada día en el contenedor y jamás había visto un radio cassette. Yo casi me muero de risa con aquella ocurrencia, pero la respuesta del detenido no se quedó atrás. «Magia, mi Señoría, magia». Obviamente, lo que era verdaderamente prodigioso era la caradura de aquel tipo, que además no dejaba de tener gracia. Y mucha
Hoy en día este tipo de delincuentes han pasado al museo de la memoria tanto como los radiocassetes que robaban. Pero la magia no deja de aparecer a nuestro lado, como decía la canción de Alex y Christina- ¿Cómo, si no, se explicarían todos esos premios de lotería que tantas veces tocan a algunos visitantes de Toguilandia y que sirven para volver blanco blanquísimo el dinero negro negrísimo? Magia, de toda la vida. Seguro
Y, en una versión más naif, algo que he visto casi desde el primer día que me puse la toga y que todavía me alucina que siga existiendo, el timo de las cartas nigerianas, aunque sea en su versión renovada, que no es ni más ni menos que ilusionar a alguien con la promesa de una fortuna –magia potagia– que, después de haberse adelantado dinero por el incauto para cobrarla desaparece, como al grito de abracadabra. También sigue habiendo gente que se deja engañar por los trileros y sus trucos de magia. Y es que el género humano es así.
Pero tal vez una de las cosas más curiosas era otra estafa que vi en ocasiones parecida al timo de la estampita de La tonta del bote de Lina Morgan. Convencían a la víctima para pagar un dinero por unos supuestos billetes negros que, debidamente lavados, se convertirían, por arte de birlibirloque, en dinero contante y sonante. Pero el gran truco consistía, como no podía ser de otra manera, en que aquellos papeles negros no eran otra cosa que papeles negros, por más líquidos blanqueantes que uno les pusiera. Y, como en la mayor parte de los timos, acaban con la paradoja del timador timado.
La magia también existe al otro lado de estrados. ¿O acaso no hemos dicho más de una vez que en algún caso se nos ha aparecido la Virgen, versión piadosa de la magia de toda la vida?. Un juicio que temíamos y que de pronto se suspende, una guardia donde no pasa nada o un recurso ganado cuando no lo esperábamos pueden ser cosa de magia, o de suerte. Aunque, como dice el refrán, a la suerte haya que ayudarla un poco.
Y no podemos olvidar la magia con que más de una vez nos sorprende el legislador, sacándose de la manga una reforma que, muchas veces, hemos de implementar con unos medios que no tenemos. Esa sí es magia de la buena, y lo demás son cuentos
No obstante, la magia que a mi más me gusta es de otro tipo. Es la magia que se siente en el aire cuando una víctima sale del juzgado satisfecha y sintiéndose protegida, cuando te da las gracias por tu trabajo o cuando, como me sucedió una vez, me pide una abrazo en la cola del súper después de reconocerme. Esa es la verdadera magia de las togas que nos da fuerza para seguir cada día adelante, pese a todo-
Por eso el aplauso de hoy no podría ser para otras personas que para quienes, con su imaginaria varita, hacen esa magia. Gracias por seguir haciéndolo a diario
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