LGTBIfobia: ni un paso atrás


                Hoy hay muchas películas, obras de teatro y manifestaciones artísticas en torno al colectivo LGTBI y su lucha por alcanzar la igualdad. No siempre fue así, y no es así, todavía, en muchos lugares del mundo. Fue un colectivo víctima del Holocausto y de la represión a lo largo de la historia. Los armarios estaban llenos, hasta que poco a poco fueron abriéndose rendijas y la luz fue entrando poco a poco, hasta que un día, por fin, empezaron a salir a la calle a reivindicar ese orgullo que muestra la película Pride. Pero, aunque no lo creamos, aun queda camino por recorrer.

                En estos días en que se conmemora el Orgullo, es momento de repasar su huella en nuestro teatro, que no hace tanto los condenaba, no solo al ostracismo, sino a penas de prisión en nuestro país. Pero en muchos otros aun se les condena a muerte o a penas muy graves, por el solo hecho de ser. Ochenta países consideran delito la homosexualidad, y no hace muchos años la propia OMS consideraba la homosexualidad como una enfermedad.

                Cuando yo era niña, recuerdo que mi padre, como muchas personas de la época, me decía respecto a algún artista que yo admiraba el famosos “sí pero…”. Sí, pero era mariposón, de la otra acera, de la acera de enfrente o cosas similares. Pese a que no parecía querer insultarles –hay quien sí lo hacía-  yo me rebelaba, porque sentía aquel «pero» como un insulto. Me equivocaba. Yo protestaba airadamente porque decían aquello del ídolo en cuestión, sin pararme a pensar que “aquello” no era un insulto. Y es que era sí como nos hacían sentirlo.

                Tuvieron que pasar varios años para que se invirtieran los papeles, y la hija de ayer fuera la madre que soy hoy. Cuando mi hija me dijo, por vez primera, que además de sus amigas, venía un amigo a casa, quiso aclara a su padre que su amigo era homosexual. Me negué, igual de airadamente que le repicaba a mi padre, algo que a ella le asombró, porque pensaba que yo pretendía ocultar algo así. Tuve que invitarla a reflexionar sobre que se trataba de un dato sin importancia, y que, en caso de ser heterosexual, no se le habría pasado por la cabeza explicar nada sobre su orientación sexual. Lo entendió, claro está. Pero en ese momento me di cuenta de que todavía cargamos con los estereotipos y prejuicios que nos han venido impuestos durante mucho tiempo.

                Cuando aterricé en Toguilandia, ya hacía tiempo –no demasiado- que se había derogado la Ley de Vagos y Maleantes, que consideraba a las personas homosexuales como sujetos a reprender y castigar. No estaban tan lejanas las historias de personas encarceladas o torturadas simplemente porque eran diferentes.

                Con el tiempo, parece que íbamos normalizando las cosas, pero todavía asistí a muchos juicios de faltas donde el insulto estrella era “maricón”, una ofensa terrible para algunos hombre. Y, fuera de estrados, veíamos en medios de comunicación escenas de burla sobre afeminados, sarasas o marimachos, con imitaciones toscas que entonces eran normales y hoy no pasarían ni un filtro de corrección política.

                Pero no creamos que está todo hecho, ni todo el camino andado. En las fiscalías de delitos de odio, vemos cada día como este colectivo es objeto de especial inquina. He visto una paliza a una pareja de homosexuales por el sencillo hecho de no quererse ir “de putas”. He visto casos donde se caía a golpes sobre una pareja de chicas por algo tan simple como besarse por la calle. He leído casos donde se niegan a alquilar una vivienda a alguien porque apareció a ver el piso en cuestión cogido de la mano de su pareja del mismo sexo. He visto humillaciones a personas trans que ponían los pelos de punta, y he recogido denuncias de insultos de este calibre en campos de fútbol. Y lo peor es que lo que yo he visto no es sino la punta del iceberg, porque la situación de infradenuncia es tremenda. Se estima que solo salen a la luz entre un 3 y un 5 por ciento de estos hechos.

                También he visto cosas que me preocupan especialmente. Niños y niñas que son sometidos al más cruel bullyng por su orientación sexual, o, por, simplemente, no hacer lo que se esperaba de ellos o ellas. Niños que bailan ballet, o niñas que hacen judo, o fútbol, que han llegado a renunciar a su pasión por no ser estigmatizados, por no ser objeto de burlas o menosprecios. Y, en los casos más graves, que han llegado incluso al suicidio por no seguir sufriendo esa tortura.

                Del mismo modo, he asistido a la lucha de las personas trans por algo tan obvio para el resto de personas, el derecho a tener un nombre acorde con su identidad. Una larga pelea porque los Registros Civiles lo reflejen, y la vida les resulte un poco más fácil sin un DNI les queme el pecho como la Letra escarlata.

                Tenemos una ley de igualdad que les reconoce el derecho a casarse, y a adoptar, algo impensable en los tiempos del “sí, pero…” de mi padre. Pero no bajemos la guardia, que falta mucho para alcanzar la meta. El odio al diferente todavía campa a sus anchas por el mundo, y las redes sociales son un vivero magnífico para hacerlo florecer.

                Por todo eso hoy quiero dedicarles esta función. Y dar el aplauso, por partes iguales, a quienes sufren todavía por ello, y a quienes luchan cada día por aminorar su sufrimiento, usando, en nuestro caso, esa herramienta magnífica con la que contamos, la ley. Gracias por no cejar nunca en ese empeño. Ahí seguiremos hasta que, en todo el mundo, hablamos de los derechos de las personas LGTBI como los que son, y no como los que deben ser.

Y hoy, más que nunca, mi aplauso extra a @madebycarol y su ilustración, siempre sensible, generosa y bella.

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