
La política es algo complicado y peliagudo. Tanto, que más de una familia se ha roto por culpa de las opiniones discordantes de sus miembros, sobre todo cuando hay un ambiente en la sociedad de frentismo y polarización. Son muchas las películas que hablan de la política y sus consecuencias en distintos registros, entre las que citaré, por nombrar algunas Mientras dure la guerra, El gran dictador o La dama de hierro. Pero son infinidad de obras las que se dedican a ello, porqué al fin y al cabo ¿qué es política?
En nuestro teatro la política, en teoría, debería estar vedada. Deberíamos estar cerrados a cal y canto a cualquier entrada de un elemento político en virtud de una cosa de la que mucho se habla pero pronto se olvida llamada división de poderes. Más de una vez he pensado que si Montesquieu, el papá del invento, levantara la cabeza, le daría un ataque. Ya dedicamos otro estreno a la independencia judicial , o a la falta de ella, pero como nada se ha resuelto de entonces a acá -más bien lo contrario- habrá que coger de nuevo el toro por los cuernos. O al poder judicial de los pliegues de las togas, vaya.
Hay que reconocer que en un pasado muy remoto, todo parecía estar muy claro. Cuando no había democracia no había separación de poderes, y punto pelota. A nadie se le ocurría reclamarla, como no se le ocurría reclamar pluralidad política o libertad de expresión. Es lo que había y lo que, afortunadamente, la mayoría ni siquiera hemos conocido. A estos efectos recordaré algo que me contó una persona que hoy ocupa un alto cargo en la carrera fiscal. El día que estaba convocada para examinarse era, ni más ni menos, que el 23 de febrero de 1981, es decir, el famoso 23F, el día del fallido -afortunadamente- golpe de estado. Obviamente, no examinaron ese día, con el consiguiente trastorno para quienes estaban en ese trance. Pero según refería el problema no era el día del examen, era que tenía que claro que, como aquello prosperase, no se pensaba presentar al examen entonces ni nunca. No estaba dispuesta a formar parte de un Ministerio Fiscal en un país sin democracia ni división de poderes.
Las cosas, por fortuna, salieron bien y después de aquel impás los exámenes de la oposición y la vida siguieron tal conforme estaban antes del 23F y nuestra protagonista, desde luego, aprobó la oposición solo unos días más tarde. Entonces, casi recién salidos de una dictadura y una transición y con la esperanza de la democracia ocupando las expectativas más amplias, se pensaba que bastaba con la proclamación expresa de la división de poderes para que la independencia judicial fuera real y efectiva. Pero todavía quedaban muchas teclas que tocar. Y en ello seguimos.
Es necesario, no obstante, insistir en algo que fuera de Toguilandia no se tiene tan claro como quisiéramos. Una cosa son los jueces y juezas, las magistradas y magistrados que trabajan cada día de los 365 del año en sus juzgados de todos los puntos de la geografía española y otra muy distinta los miembros del Consejo General del Poder Judicial. Lo primero, porque no todos los miembros del Consejo pertenecen a la carrera judicial y los que pertenecen, no están ejerciendo como tales. Y si, ya sé que a base de oír una vez y otra en la tele y las tertulias lo de “el máximo órgano de la carrera judicial” nos creemos que lo son. Hay que aclarar que, como miembros del Consejo, no ponen sentencias. Insisto en esto porque mucha gente piensa, y así lo plasman las encuestas, que la justicia está politizada, pero piensa en dicho órgano, cuya vinculación política es evidente, y no tanto en quienes cada día se rompen los cuernos en esa tarea tan noble pero tan difícil de administrar justicia.
Otro tanto, o parecido, podría decir de la carrea a la que yo pertenezco, la carrera fiscal. El hecho de que el fiscal general tenga un sistema de elección que parte del gobierno no puede empañar la profesionalidad ni la imparcialidad de quienes cada día hacemos nuestro trabajo en las fiscalías de España. También hay que recordar que el o la fiscal general del Estado no ha de pertenecer a la carrera fiscal, aunque en casos así sea, como el de la actual Fiscal general del estado. Es necesario insistir una y mil veces que no nos dan órdenes cada día sobre lo que debemos hacer y a quién debemos acusar y a quién no. De hecho, aunque la gente no lo crea, en muchos casos se ha acusado a alcaldes o políticos sin saber siquiera por el compañero que lo hacía a qué partido pertenecían los interfectos. Por supuesto, hablo de pueblos más o menos pequeños. Pretender que no se sepa quien gobierna en las grandes ciudades es imposible, pero valga como ejemplo.
Lo que ocurre en la actualidad es que se ha creado una especie de pasarela imaginaria en los periódicos que conecta como vasos comunicantes las páginas de tribunales con las de política y viceversa. De un lado, la profusión de causas abiertas a políticos por asuntos de corrupción y similares ha convertido nuestras salas de justicia en el escenario de un trasiego constante de políticos. De otro, los avatares -por decirlo de un modo educado- en la no renovación del Consejo General del Poder Judicial por causas estrictamente política hace que estos vasos comunicantes estén constantemente a punto de explotar.
Que nadie se haga ilusiones, que esta humilde toguitaconada no tiene la solución. Ya he dicho otras veces que cada año pido a los Reyes la varita mágica pero todavía no me ha llegado, aunque no pierdo la esperanza. Lo que sí sé es que es que la situación no puede seguir así, con un Consejo que ya hace mucho que superó el tiempo de descuento y el período de gracia. Quienes nos dedicamos a administrar justicia cada día, cada hora y en cualquier circunstancia, no nos lo merecemos. Y el justiciable, mucho menos.
Así que hoy no hay aplauso. Ojala se lo podamos dar cuando solucionen este entuerto. Eso sí, lo que no me dejó en el tintero en este caso es la ovación extra que hoy es para Natalia Velilla por haberme prestado esta foto. Desde que la vi en sus redes sociales e lo dije: a los tacones vas. Y lo he cumplido. Mil gracias