Palabrística: antes muerta que callada


         Hubo un tiempo, allá por el año 2004, en que en cualquier sitio se coreaba eso de Antes muerta que sencilla, la canción con que una niña pizpireta ganaba en la versión infantil un festival de Eurovisión que nos viene siendo esquivo desde el Lalala de Massiel y el Vivo cantando de una Salomé que, en vez de la cabeza del Bautista, presumía de los macarrones colgantes de su pijama de brilli brilli. Y es que la sencillez, por más que se impongan modas minimalistas, no es plato de gusto de muchas personas. Pocas cosas más expresivas que el título de una película, Lo más sencillo es complicarlo todo. Aunque a veces, menos es más, y un título llamado La isla mínima obtuviera un máximo de galardones.

         En nuestro teatro no siempre estamos en condiciones de elegir el estilo ampuloso o minimalista de cosas como decorados o instalaciones, pero sí que somos libres de escoger con nuestra más utilizada herramienta, la palabra. Y es que a veces nos empeñamos en complicar tanto las cosas que producen el efecto contrario del pretendido: lo más sencillo se vuelve incomprensible.

         Hace tiempo que quería hablar de un fenómeno cada vez más habitual, la palabrística. Se trata de un término que me he inventado -me encanta inventar palabras- para aludir a aquellas palabras que se alargan, complican o enredan innecesariamente. Desde luego, no es exclusivo de Toguilandia pero como aquí no callamos ni debajo del agua, nos resulta especialmente aplicable.

         Uno de los casos de palabrística que más rabia me da es el consistente en empezar las frases con un “yo diría que..” para expresar simplemente una opinión. Yo diría que este juicio está perdido, por ejemplo. Como una vez explicaba un maestro, si tu dirías algo no te quedes con las ganas, dilo y punto. Porque la frase está mal construida. Se trata de un condicional sin condición. Y eso no puede ser.

         Otro supuesto es el vicio consistente en estirar o adornar las palabras para que, supuestamente, suenen mejor. Decir explicitar en vez de explicar, visualizar o visionar en vez de ver, parlamentar en lugar de hablar o vocear en vez de gritar. Con lo bonito que es llamar a las cosas por su nombre.

         También muchas muestras de palabrística derivan de una moda. De repente, todo el mundo sabe de todo y, desde hace un par de veranos y muchos incendios, se usa la palabra perimetrar para aludir a rodear, aislar o fijar una zona concreta. La palabreja, por supuesto, no tiene cabida -aun- en la RAE, aunque poco les importa a quienes la usan para todo, sea un incendio o un cordón policial por una rave clandestina. Probablemente dejaron de estudiar mucho antes de que explicaran lo que es un perímetro en clase de Matemáticas.

         Ahora, con la que está cayendo, se usa a todas horas la palabra higienizar que, aunque sí que está admitida por el diccionario, no es otra cosa que “disponer o preparar un lugar conforme a las normas básicas de la higiene”. O sea, lo que ha venido siendo toda la vida limpiar, pero en fino. Faltaría más.

         Muy relacionado con ello está la nueva ciencia que va a implantarse en las facultades. Hablo, ni más ni menos, que de la mascarillología que hay quien le dejas a solas y es capaz de hacer un tratado de las diferencias entre higiénicas, quirúrgicas y fpp2 aunque de estas últimas nadie sabe a qué responden las siglas. Además, se dicen a toda velocidad, porque nunca se tiene del todo claro cuantas efes y cuantas pes van en la palabra.

         Pero si hablamos de expresiones que se han puesto de moda, hay una que se lleva la palma: poner en valor. Reconozco que cada vez que la oigo me rechinan los dientes. ¿Por qué no decimos “valorar” con lo bien que suena y lo claro que está?. Ahora bien, no caigamos en otro error frecuente, el de “valorar positivamente” que es una redundancia como la copa de un pino. Una cosa se valora o no se valora. Por eso no se pude valorar negativamente, un oxímoron evidente. Por cierto, otro término que se ha puesto de moda y en el que yo misma he caído como la fiscalita pedantilla que llevo dentro

         Hay veces que la pedantería acaba perdiendo a quien la usa, que llena sus frases de referencias a “a nivel de…” -solo se puede estar a a altura de algo, como a nivel del mar- o «en base a» -lo correcto en con base a- que estropean lo que querían decorar. Y ni que decir tiene de algo que escuché una vez y que aun me tiene hablando sola: “desde el punto de vista subjuntivo”. Se comenta solo

         Otro tanto ocurre con el uso excesivo de argot y tecnicismo, que convierten nuestros discursos en una jerga ininteligible. Siempre me acuerdo de aquel forense que a la pregunta de ·diga ser cierto” , respondió con toda frescura “ser cierto”. Y lo era, sin duda. Cierto, claro y meridiano.

         Solo me queda el aplauso. Y hoy se lo daré, sin asomo de duda, para quienes se resisten a la palabrística y siguen llamando a las cosas por su nombre. Porque, como dice siempre mi madre, al pan, pan, al vino, vino…y al sombrero chapeau

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