A lo largo de su historia, el cine y la literatura nos han mostrado la historia de mendigos de una manera más o menos poética o más o menos dura. La tierna y triste Pequeña cerillera de Dickens, el audaz Huckelberry Finn que no era sino un niño sin hogar o la fábula de El Príncipe y el mendigo son distintas caras de esos Invisibles a cuyo lado pasamos sin mirar.
Nuestro teatro también ve pasar a más de una de estas personas, tanto en uno como en otro lado del delito, en esa vida límite que les ha tocado vivir.
Pero nuestro Derecho lleva tiempo debiéndoles algo: el reconocimiento de la agravante de aporofobia, que no es otra cosa que el “odio al pobre” como motivo de discriminación.
Aunque ya he tratado el tema desde un punto de vista jurídico y también dediqué un estreno al sinhogarismo, hoy quisiera compartir un cuento para alertar sobre la gravedad de estos hechos. Y, de paso, quiero dedicar mi aplauso de hoy a quienes luchan cada día para la regulación y el castigo de estas conducta
HERSELF
-Mario, tío, ven. Corre. Esto es muy fuerte
-Voy, voy. Pero espera un momento que tengo que terminar una cosa
-Déjate de chorradas y ven. Vas a flipar en colores.
Mario, apremiado por las prisas de su amigo, dejó su partida de video juego a medias y acudió. Ya podía tratarse de algo importante para que le compensara haber echado a perder el juego en lo más interesante.
-¿Lo ves?
-Jo-deeeer. No me lo puedo creer
-Un millón de visitas en YouTube en solo unas horas. Es la hostia. No hace ni tres horas que subí el vídeo. Mario, tío, ¡nos vamos a forrar!
Mientras veían discurrir las imágenes por la pantalla del ordenador, Mario sintió nauseas. De repente, la alegría inicial de la noticia había dejado en su estómago un nudo que no sabía cómo había llegado hasta ahí ni mucho menos cómo hacer desaparecer.
-¿No nos habremos pasado?
Ante sus ojos, una anciana a la que faltaban varios dientes, vestida con harapos, se levantaba la falda y orinaba en un vaso de plástico, mientras se oía una voz de fondo relatando la escena. “Aquí la tenemos haciendo sus necesidades. No os perdáis lo que viene a continuación. Ella misma”
Lo que venía a continuación era una imagen donde la anciana se bebía su propia orina, mientras se escuchaban de fondo sonoras carcajadas.
Mario contuvo a duras penas las ganas de vomitar
-¿Qué vamos a pasarnos? -le respondió su amigo- No te pongas tonto ahora, Mario.
-Si ni siquiera la llamamos por su nombre
-No jodas, tío ¿Qué más da? Es una loca borracha y punto. Lo del título fue un acierto. La palabra en inglés llama la atención
-No sé, de verdad. Ahora lo veo y no lo tengo tan claro
-Tío, déjate de gilipolleces -le dio una palmadita en el hombro- Además, bien que cogió los 20 euros que le diste ¿No?
Mario no pudo conciliar el sueño en toda la noche. Al día siguiente fue a donde habían rodado el vídeo dispuesto a encontrar a aquella mujer. Le pediría perdón y le ofrecería una parte de esas supuestas ganancias de que hablaba su amigo. Sabía que la dignidad no se compra, pero necesitaba acallar su conciencia a cualquier precio.
Le costó un poco dar con ella. Cuando la localizó, tumbada en el cajero automático donde dormía cada día, notó un olor extraño, distinto al que percibió cuando fue con su amigo la primera vez. Con algo de aprensión, tocó a la mujer.
Ella estaba muerta. Cuando fue a dar aviso a Emergencias, vio un mensaje en su móvil. Las visualizaciones del vídeo de YouTube habían alcanzado los tres millones.
*Mi cuento «Herself» fue publicado en la Revista Valencia Escribe