Llegan estas fechas, y hay algo inevitable: las cenas de empresa o de trabajo -aunque en algunos casos sean comida- Un preludio de lo que va a ocurrir luego en casa de cada cual. Un escenario proclive, según las películas, a ligoteos e historias varias, que yo nunca veo en las nuestras, no sé si porque mis compis son muy sosos o yo soy una pardilla que no me entero de nada de lo que sucede a mi alrededor. O ambas cosas. Pero nada que ver con esas fiestas que se veían en El diario de Bridget Jones y sus secuelas, o en Fiesta de empresa. Unas veladas que pretenden ser, al menos un solo día al año, Noche de paz. Si fueran falleros, se llamarían Sopar de Germanor, como decía ayer mismo una compañera.
En nuestro teatro, aunque no sea una empresa en sentido estricto, también hay eso que se llama «cenas de empresa». Podríamos llamarlo “comida del trabajo”, que es más propio, pero la verdad es que puede confundirse con una “comida de trabajo” y dejar la hermandad a un lado para ponerse a seguir currando. Y eso sí que no. Así que, sean comidas o cenas, se llamen «de empresa» o «del trabajo», lo importante es que se trata de los ágapes que compartimos con los compañeros y compañeras del trabajo por motivo de la Navidad. Y ahí puede pasar de todo.
Como todo tiene su vertiente judicial, contaré para empezar algunas anécdotas presenciadas desde mi toga y mis tacones por otros intérpretes de nuestro teatro. Aunque parezca mentira, he visto alguna que otra cena de empresa que acababa con una visita a Toguilandia. Las más frecuentes, por desgracias, las que derivan del consumo excesivo de alcohol en combinación con el uso de vehículos a motor, una pareja que nunca debe entablar relaciones. No olvidemos el eslogan de aquel viejo spot “Si bebes no condussscashh”, un fantástico consejo. En el mejor de los casos, puede suponernos una condena. En el peor, un accidentes de consecuencias imprevisibles. No hay que jugársela.
También hay cosas bastante más pintorescas. Recuerdo en una ocasión en que todos los asistentes a una cena de empresa acudieron en tropel a denunciar en el juzgado que les habían birlado todas las prendas de abrigo mientras brindaban con cava por una feliz navidad. Al parecer, algún espabilado aprovechó el momento de hermandad para ir al improvisado guardarropa -un perchero sin vigilancia- y aprovisionarse de prendas suficientes para montar una bien surtida parada en algún mercadillo o hacer un top manta versión outfit. La verdad es que, aunque a las víctimas no pareció hacerles gracia, tenia su aquel verles en pleno mes de diciembre en mangas de camisa o en vestidito de tirantes sin una triste chaqueta o chal que llevarse a los hombros. Menos mal que mi tierra no es demasiado fría, porque no quiero ni pensar que esto ocurra en la jurisdicción de un juzgado de esos donde nieva con frecuencia. A buen seguro que, además de la causa por hurto, tendrían varias demandas en que resolver sobre los daños y perjuicios causados por gastos de hospital después de la más que segura neumonía.
Y, cuando llegan estas fechas, me acuerdo siempre de un juicio de faltas donde varios familiares habían acabado como el rosario de la aurora por causa de una herencia. Como quiera que en el juicio se dijeron de todo menos cosas bonitas, sin que les importara un pimiento la anonadada presencia de abogados, fiscal y juez, este último interrumpió el bochornoso espectáculo de cruce de insultos para decir, aprovechando que estábamos en plenas fiestas navideñas, una frase que debiera pasar a los anales de las navidades judiciales. Dijo su Señoria: ya veo que su familia también se junta por Navidad, pero ni su tono ni las dependencias de este Juzgado son lo adecuado para hacerlo. Y los dejó tan planchados a todos, que no abrieron más la boca y se quedaron mirando las tiras de espumillón que colgaban de las paredes como si se les fuera a aparecer trepando por ellas el mismísimo Niño Jesús.
Otros de los clásicos navideños por excelencia, es el juego del amigo invisible. Esa práctica que, aun con distintas variantes, consiste en que se hacen y se reciben regalos de alguien a quien le has tocado por sorteo entre un grupo de personas con algo en común. Pueden ser las amigas del cole, el grupo de coros y danzas donde una hace sus pinitos, la familia o hasta el trabajo. Y si regalarle algo a ese cuñado que solo ves dos veces al año -y te sobran tres- es difícil, hacerlo con compañeros de trabajo debe ser la pera limonera. Aunque en nuestro caso, se puede simplificar mucho, debido a una administración de justicia que nos lo pone fácil. ¿Por qué digo esto? Pues, como muchos y muchas habréis adivinado, porque, dadas nuestras carencias, un taco de posit, un boli que no sea verde, o unas grapas que casen con la grapadora pueden ser un regalo estupendo. Y oye, si se tiene maña, hasta unas etiquetas nuevas para señalar las causas urgentes o las causas con preso y sustituyan el rayote con rotulador o las reutilizadas que van perdiendo trozos. Por supuesto, del tema informático no hablamos, que estamos tratando de la germanor y no hay que alterarse, no vaya a despertarse El grinch que algunos llevan dentro
Así que ahí lo dejo. Campana sobre campana y sobre campana una, asómate a la ventana, que está el aplauso en la cuna. Y ya sé que no era así, pero no me he podido sustraer al espíritu navideño para darle esa ovación a quienes organizan estos saraos, porque mira que tiene mérito. Y que menos que reconocérselo
Como reconozco, una vez más, el de mi querida amiga e ilustradora de cabecera @madebycarol2, que siempre da con la imagen adecuada y, además tiene la generosidad de prestármela. Mil gracias una vez más
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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