Es cierto que no se puede vivir permanentemente en Los Mundos de Yupi. Que la vida no es tan happy como nos cuentan todas esas almibaradas comedias románticas de toda la vida, como aquellas inolvidables cintas en que Doris Day, loca de amor por Rock Hudson, le hacía Confidencias a medianoche mientras usaban un Pijama para Dos. En todas partes siempre hay algún cenizo dispuesto a ver el vaso siempre medio vacío, como el Pitufo gruñón, el enanito del mismo nombre de Blancanieves o, si ir más, lejos, el pobre Calimero, aquel pollito que nunca acababa de salir del cascarón y siempre se lamentaba por ser muy desgraciado
En nuestro teatro hay tantos cenizos por kilómetro cuadrado como en cualquier otro ámbito, pero las materias que tratamos son tan delicadas que no siempre se notan. Incluso a veces, no se distinguen los cenizos de las personas verdaderamente desgraciadas. Por ejemplo, un señor que se quejaba amargamente de que había tropezado en el supermercado y se había roto la cadera porque se había derramado una botella de aceite. Se quejaba una y otra vez de su mala suerte, hasta que una funcionaria, cansada de oírlo, le dijo que no pasaba nada, que eso le podía pasar a cualquiera en el supermercado. El hombre en cuestión, sin cesar en sus lamentos, contestó que lo suyo era mala suerte de la de vedad, porque era la primera vez que iba a hacer la compra en treinta años de matrimonio. Así que una al final no sabe si darle la razón y compadecerlo o alegrarse de su fastidio porque ya le vale, treinta años sin comprar una triste lechuga. Igual fue el karma
Entre los profesionales, hay quienes son tan cenizos que hay que huir como sea. Suelen, además, practicar el yomasismo, un síndrome que padecen quienes, a cualquier cosa que les pase a los demás, encuentran otras mucho más gorda que les pasa a ellos. Las consultas de los ambulatorios están llenas de yomasistas. Si a una señora le diagnostican un resfriado, la yomasista tiene una neumonía y si uno tiene un esguince, el de al lado tiene una fractura múltiple seguro, diga lo que diga el médico. Al yomasista, además, siempre le duelen más las cosas que a ti. Juraría que en las salas de espera hay concursos de yomasistas cada tarde. Pero igual es una leyenda urbana
No obstante, el yomasimo no es patrimonio de las profesiones sanitarias. En Toguilandia también hay unos cuantos. Ese juez o fiscal cuyo asunto es más gordo o más difícil que el tuyo, digas lo que digas. Y le da más trabajo, Y, además, se lo valoran menos. Una trata de no discutir por no crear malrollismo, y acaba admitiendo que sus veinte tomos son una nadería comparados con los cinco del yomasista. Pero ni asi, el malrollismo ya se ha instalado.
¿Hay letrados y letradas yomasistas? Pues claro que hay, aunque a veces van disfrazados de mártires de la abogacía. Pero no os dejeis engañar. Cuando todos, absolutamente todos sus casos son los más complicados, los que dan más trabajo y pese a que lo hace mejor que nadie, nunca le valoran como corresponde, sospechad. Ahí hay gato encerrado seguro. Palabra de fiscalita toguitaconada con más de medio siglo de experiencia. Casi na.
Y, como quiera que nadie se libra de este síndrome, también existe entre funcionarios y funcionarias. Cuando afirman que les tienen manía y les dan todo lo peor y más trabajo que a nadie, también hay que sospechar. Se reparten las tareas por igual en la medida de lo posible y muchas veces lo que pasa es exactamente lo contrario, Como reza el dicho, el premio al funcionario que más trabaja es más trabajo. Y ese o esa, además, suelen hacerlo en silencio y sin alharacas. Por fortuna, me he encontrado muchos más de estos que de los otros. Y lo digo bien fuerte a ver si deshacemos de una vez el estigma injusto con el que tienen que cargar más de una vez.
El malrollismo es contagioso, además. Cuidado con darle oxígeno a un malrollista, que se extiende como la pólvora. La única vacuna es hacer oídos sordos, pero no siempre se llega a tiempo, y no queda otro remedio que curar la herida, concretada en mal ambiente de trabajo y mal humor generalizado. No he dado con las píldoras adecuadas, pero si lo sé que nadie duda que lo haré público. No sin antes patentarlo, claro.
El antídoto del malrollismo es, sin duda, el buenrollismo. Pero a eso dedicaremos otro estreno si el público lo pide. De momento, para quienes compensan con ese antídoto va el aplauso de hoy. Que hay que ver el mérito que tiene
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En mi trabajo les llamo “ el marrones” porque siempre cree que los marrones le caen a él. Me encantan tus artículos.
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Gracias 😊
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