Es propio del mundo del espectáculo el trabajar cuando la mayoría de la gente está de vacaciones. Ahí ni Vacaciones en familia ni Vacaciones fuera de ella, ni Vacaciones en Roma ni en ningún otro sitio. A las tablas, a los bolos y a las giras. A hacer, como se dice, el agosto. O al menos a intentarlo.
Pero ¿hay vacaciones en Toguilandia?. ¿O, como todo teatro que se precia, no echamos el cierre?. Veamos.
Agosto. Una entra en la Ciudad de la Justicia y casi no la reconoce. Diríase que una bomba nuclear ha pasado por allí y ha acabado con todo vestigio de vida togada. Y no togada, vaya. Y que solo quedamos algún que otro superviviente. Si esto fuera América, no me extrañaría nada ver la Estatua de la Libertad semienterrada y una manada de simios parlantes persiguiéndome. Pero, por suerte o por desgracia, Esto no es América y en todo caso podría esperarme ver asomando la punta del Miguelete. Pero ni eso. Aparentemente, no hay vestigio de vida judicial. Además, la puerta por donde entramos quienes aquí trabajamos está cerrada a cal y canto, nuestra cafetería está fuera de servicio y varios de los cuartos de baño están clausurados.
Y, cuando una piensa que está sola en esta mole, descubre un reducto de vida: el ascensor. O mejor dicho, el rellano donde se espera el ascensor. En singular, porque sólo funciona alguno de los varios que a pares pueblan el edificio. Y claro, los pocos seres humanos que continuamos allí, nos encontramos en el mismo sitio. Y agradecemos enormemente a la institución encargada del mantenimiento esa manera de cuidar nuestra sociabilidad. Porque, si no fuera por ellos, no haríamos amigos.
Pero el cariño con el que nos cuidan no acaba ahí, no vayamos a creernos. También están enormemente preocupados por nuestra salud. Porque ya se sabe, como dice el anuncio, quien mueve las piernas, mueve el corazón. Y por eso no nos arreglan los ascensores. Porque una vez fomentadas nuestras relaciones sociales, más de uno acaba optando por subir andando. Así que se matan dos pájaros de un tiro, hacemos ejercicio, y nos ahorramos la cuota del gimnasio, que no nos han dejado los sueldos como para dispendios.
Y todavía hay más. La preocupación por nuestra salud llega hasta el punto de haber inutilizado la puerta de acceso para el personal para que no salgamos a fumar, que les importan mucho nuestros pulmones, además de nuestro bolsillo, que algo ahorramos.
También evitan todo riesgo de constipado, gripe o enfriamiento, que nunca se sabe si acaban degenerando en neumonía. Por esa razón, el aire acondicionado tiene vida propia y hasta decide descansar cuando le viene en gana que, como dice mi madre, un resfriado en esta época del año tiene muy poca gracia. Una verdadera muestra de cuidado por el personal y prevención de riesgos laborales. Y, de paso, la posibilidad de cocinar cualquier cosa sin necesidad de hornillo en los despachos, que siempre viene bien si queremos entrenar para Masterchef toguitaconado, que se rumorea que en nada empiezan el casting
Y por si alguien creía que la preocupación se limita a nuestra salud física, nada de eso. Nuestra salud psíquica también importa, y probablemente de ahí que estén poniendo a prueba nuestra paciencia y nuestra templanza instándonos a soportar en todo momento los pitidos regulares de una alarma, que suena incansablemente, y que además debe tener las pilas del conejito de Duracell, porque no para. Método inigualable para trabajar nuestra capacidad de concentración y para un ejercicio de contención de la ira que seguro que nos va a ser muy útil. Y ojo, aunque me dicen que no la pueden quitar por seguridad, lo bien cierto es cuando suena no acude nadie. Si lo hicieran, tendríamos una legión de personal de seguridad apostada en la puerta de mi despacho. Verdad verdadera.
Pero si hay un verdadero núcleo de la vida judicial en agosto, ésa es el Juzgado de guardia. O mejor dicho, los juzgados de guardia, que ahí sí que estamos a pleno rendimiento todo el personal. Demasiado pleno, en mi opinión, que hay que ver qué mal gusto tienen los delincuentes que no se toman un descanso. Y por más que todo el mundo sepa que el mes de agosto es inhábil, ellos como Don erre que erre, a lo suyo. Que ni olas de calor ni un tsunami que hubiera les hacen desistir de Lo imposible
Y mira que lo habíamos advertido una y mis veces. Que nos quitaron los sustitutos y cada verano los echamos en falta, que nos hemos de suplir entre nosotros. Y, una guardia tras otra, al final una no sabe en qué día está. O más bien sí. En el Día de la Marmota. Pero eso sí, muy acompañada, Porque con el cierre de la puerta de acceso la de la guardia se convierte en vía obligada de entrada y salida, y aquello parece la Gran Vía de tan concurrido.
Así que nada. Si alguien se pasea por la Ciudad de la Justicia de Valencia estos días, que no se alarme, .que no ha sucedido ninguna desgracia. O, al menos, ninguna desgracia nueva. Y si quiere marcha, ya sabe, el rellano del ascensor o el Juzgado de guardia. Porque no cerramos por vacaciones, aunque haya quien crea que sí.
Y lo peor de todo es que ni siquiera para quienes están de vacaciones son vacaciones de verdad. Porque en realidad se trata, como ha señalado una compañera desde twitter, de unos días en que la asistencia al puesto de trabajo no es obligada, pero durante los cuales sigue entrando el papel –el digital y el real-, de modo que la vuelta es terrible. Que lo nuestro con el síndrome postvacacional es una verdadera pesadilla. Juro que a la vuelta las pilas de expedientes amenazan con hundir despachos y mesas. Y no es exageración. Por desgracia. Siempre me pregunto qué pasaría si a los médicos les dejaran los enfermos para cuando volvieran de vacaciones, por ejemplo. Pero esto es lo que hay mientras nadie se plantee cambiarlo.
Como los malos no descansan, los buenos tienen que trabajar. Aunque sea agosto. Por eso, mi aplauso es hoy para quienes siguen al pie del cañón. Aunque sea a punto de derretirse
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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