Antes de la enésima revolución tecnológica, ésa en la que nos hallamos inmersos, nos guste o no, todo el mundo pensaba que al mundo del arte poco le iban los adelantos científicos. El talento, las musas, la inspiración y ese aura romántica y bohemia que nos muestran las películas parece que casan poco con tecnologías. Pero las cosas no son siempre así. Y sin adelantos, ni los efectos especiales de las películas, ni todas las posibilidades que hoy tenemos darían unas obras de la calidad a la que nos vamos acostumbrando casi sin darnos cuenta.
Pero Toguilandia es otra cosa. Aquí todavía necesitamos de bolis, grapadoras, pósits, típex y rotuladores fosforitos de los de toda la vida. Y claro, vamos a otro ritmo. Por eso, si un día, de repente, nos encontráramos que todo está domotizado, nos entraría un susto de miedo. Y si no me creen, pasen y vean un botón de muestra. Y comprobaremos que eso de La ciudad no es para mí no es solo cosa de Pepe Isbert y del pasado. Y porque no se trata de un barco, porque si no lo de Cateto a babor también vendría a cuento.
Hace unos días contaba el fiestuqui que montamos por las bodas de plata de mi promoción de fiscales. Lo pasamos de maravilla y nos supo a poco. Y aprovechamos, cómo no, para hacer un repaso y ver Cómo hemos cambiado.
Pero lo bien cierto es que no hemos cambiado tanto como a veces pensamos. Tal vez por eso nos embarcamos en nuestro particular Regreso al Pasado y lo tomamos al pie de la letra. Y no solo en la intención de darlo todo bailando y disfrutando, que también, sino en nuestra particular manera de desenvolvernos.
Por obra y gracia del organizador –mil gracias de nuevo, Jorge- nos reunimos en un hotel supermoderno. O al menos, eso nos pareció. Y, después de alguna copa que nos quitó la timidez, comenzamos a comentar nuestras cuitas con los adelantos tecnológicos de nuestro alojamiento que, para más inri, no tenía una habitación igual a otra.
Para abrir el fuego, contaré mi experiencia, convertida en Gracita Morales en su llegada a la ciudad. Confieso que, tecnológica que se cree una, comencé buscando un enchufe para cargar mi móvil y mi tablet, una vez hube introducido –¡albricias!- a la primera la clave del wi fi. El pobre móvil buscaba batería como agua en el desierto, y ahí estaba yo, cual Lawrence de Arabia, dispuesta a proporcionársela. Y ahí llego mi primer chasco. Mi cargador convencional no cabía en ningún enchufe. Su precioso embellecedor impedía que entrara y funcionara, una vez encontré los apliques, tan bellamente integrados que me costó quedarme sin el primer gin tonic. Probé en todos, y nada. El móvil agonizaba y yo sin poderle alimentar. Menos mal que descubrí en el baño un aplique extra para el secador, donde, por fin, sí que cabía. Y móvil y yo empezamos a respirar.
Cuando me animé a comentar mi paletismo con una compañera, su primera reacción fue de sorpresa. Pero no dirigida a mi hallazgo del enchufe, sino al del secador, que ella no había podido encontrar. Saqué pecho creyéndome La reina del mambo sin saber que Gracita Morales me iba a seguir poseyendo.
La cosa se animó, y otra compañera se atrevió a contar que se había peleado con el grifo de la ducha, y habían quedado en tablas. Porque no consiguió saber cómo narices se regulaba la temperatura entre tanto botón. E, inasequible al desaliento, decidió ducharse a cachitos, aprovechando el momento en que se empezaba a calentar y cerrando para volver a repetir la operación antes de escaldarse.
Otra confesó entonces que había sido incapaz de cerrar la ventana. Que se hallaba abierta sin que diera con el botón para bajar la persiana, de modo que se sentía en mitad de la calle hasta que un amable empleado tuvo que acudir en su rescate.
Pero ahí no acaba todo. Yo reconozco que prescindí de ver la televisión después de no conseguir pasar de una pantalla donde me preguntaban en qué idioma quería verla. Como una mala jugadora de vídeo juegos, no pasé de nivel, y lo dejé estar. Pero otros compañeros lo tuvieron más difícil: ni siquiera encontraban la propia televisión hasta que, como un rayo divino, emergió del techo como por ensalmo. Y habría que ver sus caras.
Cómo habría que ver, también, la de un compañero que tuvo que aplacar su sed con agua del grifo, incapaz de encontrar el mini bar. Porque claro, estaba tan hábilmente camuflado que no había quien lo localizara salvo que le pasara como a mí, que dí con él de casualidad mientras andaba buscando el dichoso enchufe.
Por supuesto, la mayoría dormimos con la calefacción a la temperatura que habían decidido quienes entraran antes, porque eso de regularla también tenía su aquel. Y hete tú aquí que había quien durmió tapado con siete mantas y quien lo hizo sin ninguna. Plegados y obedientes a lo que el termostato decidió, mucho más que a cualquier orden de ésas que dicen que nos da el gobierno a diario.
Y eso no fue lo único. Yo me vi incapaz de apagar las luces que se encendian por doquier en cualquier sitio de la habitación. Sin lámpara, iluminaban el mueble bar, la mesita de noche o el armario y cada vez que encendía una se apagaba otra. Acabé optando -lista que es una- por quitar la tarjeta que conectaba la electricidad y resignándome a permanecer En la ardiente oscuridad -una vez estuvo cargado el móvil,, claro– Alguien me dijo luego que había unas instrucciones que distinguían entre luces de noche y de dia, pero yo no dí con ellas. Igual salían por la tele que no logré encender.
Por supuesto, nada de eso turbó nuestra alegría. Más bien al contrario. Fue motivo de risas y de chanzas como en nuestros mejores tiempos. Y precisamente fue una compañera la que me sugirió que le diera forma y los llevara a “la toga y los tacones”. Gracias, Nati. Espero haber respondido a las expectativas.
Y, si es verdad que esto es una prueba evidente de que no hemos cambiado tanto como creíamos, no lo es menos que nosotros mismos hacemos juego con esa sempiterna vetustez de la justicia. Irá en el cargo. O en la falta de costumbre de utilizar algo de este siglo como nos ocurre en nuestro trabajo.
En cualquier caso, lo que no va a dejar de ser como toda la vida es el aplauso. Muy fuerte, hasta romperme las manos, para la inspiradora de este post, el organizador de la fiesta y todos mis compañeros y compañeras. Igual el próximo aniversario es en una nave espacial.
Jajaja, pena de un youtube para ver las cuitas de cada cual. Yo hubiese mareado al conserje, a costa de quedar como Martínez Soria. El organizador aun se debe estar riendo con su ‘malicia’, de buen rollo, eso si.
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