Personas especiales: ¿cómo actuamos?


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La vida nos pone en situaciones complicadas. Esas situaciones que, de más lejos o de más cerca, nos tocan el cerebro y el alma hasta dejárnosla enganchada en jirones. Encontrarte con una de esas personas especiales a las que me refiero es una de ellas. El derecho y las convenciones las llaman personas con discapacidad y, aunque es una denominación menos terrible que otras que se usaron y aún hay quien usa, como inválidos o minusválidos -¿quién narices tiene derecho a etiquetar la validez de las personas?-, todavía me parece demasiado fría. Por eso escogí la de personas especiales, con el beneplácito de alguien que vive esto cada día.

El cine nos ha regalado bonitos ejemplos de estas personas especiales, como Rain man, Forrest Gump, el hijo en Mater amantísima o los pacientes de Despertares. También nos ha aportado ejemplos de personas con deficiencias sensoriales llamándolos Hijos de un dios menor, un título que me parece toda una declaración de intenciones. Y, desde mi humilde escenario, pretendo hoy hacerles un pequeño homenaje invitando a quienes actuamos en él a reflexionar sobre ello. Espero dar con la tecla adecuada.

En nuestro teatro, hay muchos lugares por donde aparecen. Su espacio propio está, desde luego, en los llamados comúnmente Juzgados de Incapaces –a ver si aprendemos a ser un poco más finos con el lenguaje-, donde los hay, claro está, porque en la mayoría de partidos judiciales forman parte del batiburrillo del que conocen los juzgados de Primera Instancia. Y, por otro lado, en las Fiscalías de Personas con discapacidad, que viene funcionando desde hace mucho por más que el mandamás de turno pretenda vendernos que las crea ahora como una concesión graciosa. Y con determinadas cosas no se juega. Tramitar los papeles necesarios, inspeccionar las residencias y controlar que no se esquilme su patrimonio es parte de la encomiable labor de estos profesionales ante los que me quito el sombrero.

Pero hoy quería centrarme en otros aspectos. En lo que ocurre cuando transitan como ciudadanos por Toguilandia y lo fácil o lo difícil que se lo ponemos. Y también echar una mirada al caso de que esas personas especiales formen parte de la vida de los protagonistas de nuestro teatro.

Ya he hablado alguna vez de las dificultades con las que se encuentran las personas con movilidad reducida, sean profesionales o usuarios de la justicia. Salas donde no se ha previsto el acceso de una silla de ruedas hasta el punto de, como reflejó una noticia en su día, tener que celebrar el juicio en la calle, o salas multiusos  donde para acoplarnos tenemos que hacer verdaderos malabarismos. Recuerdo, en los inicios de mi carrera, cómo un conocido fiscal nos contaba que eligió como destino la Audiencia Nacional porque era la única sede donde había rampa de acceso. Mucho tiempo hace de eso, pero las cosas no han cambiado tanto como deberían.

También quienes padecen una discapacidad sensorial se encuentran con serios problemas. Tardamos un mundo en encontrar un intérprete de lengua de signos, por ejemplo. Y se acaba de aprobar la modificación de una ley de Jurado que les impedía ser miembros del tribunal del jurado, en una clara discriminación sin justificación. Y ya he contado más de una vez las dificultades por las que pasó mi propio padre cuando, habiendo perdido la vista pero no las ganas, quiso seguir ejerciendo como abogado.

Hay dos casos que recuerdo especialmente. El primero de ellos es el de una chica con una grave discapacidad física y psíquica que había sido víctima de abusos por un desalmado. Qué difícil hacer un interrogatorio a una persona en esas condiciones por alguien que, como yo, no tiene más preparación que su propia sensibilidad. Puse toda mi alma en ello. Cuando acabé, estaba más agotada que si hubiera realizado una maratón.

     El otro era un caso que dice mucho –y malo- de nuestra sociedad. Una mujer ya mayor, aquejada de parálisis cerebral, que, por haber perdido a sus padres, estaba a cargo de otros familiares, que se turnaban su cuidado por meses. El pleito era nada menos que causado por un desacuerdo sobre a quién le tocaba estar con ella el mes de vacaciones, y habían acabado dejándola sola, en mitad de la calle, con su silla de ruedas, hasta que una vecina se hizo cargo. Pocas veces me he tenido que tragar más sapos para no perder la compostura al tratar a un justiciable como con aquellos seres humanos tan poco humanos.

Pero hoy quería dedicar un homenaje especial para quienes transitan por nuestro teatro y viven cada día con una de estas personas especiales. La disfrutan, pero también padecen con ello. Sobre todo porque, si es difícil conciliar en cualquier circunstancia, en ésa se convierte en una tarea de Superhéroes y superheroínas. Conozco un compañero cuya vida profesional ha estado supeditada a su hijo, aquejado de parálisis cerebral y así sigue. No hace mucho que me lo encontré, y cuando me decía que ya es mayor, y van consiguiendo sacarlo adelante, su cara se iluminaba como pocas veces he visto en una persona.

No es un caso único, aunque poca gente sabe muchas veces lo que se esconde debajo de las togas. Me contaba una compañera sobre su hija, una de esas personas especiales, que son gente pura, que su discapacidad les impide gozar del mundo como lo hacemos los demás, y eso es lo malo y lo bueno a un tiempo. Y yo me quedo con lo bueno, que es que son personas felices, y capaces –mucho más que el resto- de regalar felicidad a quienes los rodean. Yo lo ví en la cara de mi compañero cuando me hablaba de su hijo. Y lo leo en las palabras de ella. Y en lo que me cuenta de su otro hijo, menor, que aprendió a la vez a coger su chupete y a darle el sonajero a su hermana. Ojala todo el mundo supiera ver sus capacidades, en lugar de la falta de ellas.

Para terminar, una anédocta que dice mucho, cedida por la misma compañera, tan generosa como para compartir estos pequeños tesoros. Me contaba que en una de las ocasiones que llevaba a su hija a terapia, se encontró en la consulta a una de las intérpretes con las que trabajaba, que también llevaba a su hija. Coincidieron allí mismo con otra mujer, escoltada por dos guardias civiles, que también llevaba a su bebé a terapia, desde la cárcel. Y, en ese momento, dejaron de ser una juez, una intérprete y una penada para quedar solo en tres madres unidas por un especialísimo hilo de empatía.

Así que hoy el aplauso no puede ser otro que una enorme, grandísima ovación, dedicada a todas esas personas especiales. Y, por supuesto, a quienes cuidan de que su mundo sea especialmente bello. Gracias por el ejemplo de vida.

 

 

 

5 comentarios en “Personas especiales: ¿cómo actuamos?

  1. Genial, como siempre.
    SUSANA, siempre digo que, mientras estén vivos los padres, la cosa se sobrelleva. Lo malo es cuando éstos facellen. Y desgraciadamente lo digo con conocimiento de causa.
    Un fuerte abrazo y gracias por tu sensibilidad.

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  2. Hola Susana:
    Excelente post.
    Soy abogado en Zaragoza y pertenezco al TO.
    Te estoy siguiendo en twitter y no he sabido cómo enviarte una respuesta privada a través de esta red.
    Me gustaría poder contactar contigo para comentarte una idea relacionada con este artículo en la que llego mucho tiempo trabajando.
    Yo he uso los adjetivos únicos, irrepetibles y en ocasiones el que usas tú que también me encanta: especiales.
    Si te interesa, quedo a la espera de tus noticias.
    Un cordial saludo y buen fin de semana.

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