Regreso: deja vù


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Todo el mundo tiene derecho a vacaciones. Antes o después, nuestro trabajo se pone en modo stand by y el relax en modo on, con el loable propósito de descansar y de lo que se ha dado en llamar “cargar las pilas”. Aunque las pilas ya no son como antes, y, como los móviles, cada vez se nos descarga antes la batería aunque hayamos estado todo el verano cargándola. Llega El final del verano y es hora de volver a la rutina. Los artistas dejan sus bolos veraniegos y se preparan para los próximos estrenos de la nueva temporada. Eso sí, agotando Lo que queda del día. Aprovechando Los lunes al sol que queden.

También nuestro teatro cambia de escenario. Volvemos a cambiar el bañador por la toga, las chanclas por los tacones –o los mocasines- y los libros de lectura por Códigos y leyes. Menos actualidad de prensa y más de BOE. Y, como los niños y niñas, nos enfrentamos a la vuelta al cole con la contradicción basculando de la alegría del reencuentro con los amiguitos y amiguitas toguitaconadas –no confundir con los amigüitos del alma- y la pena del reencuentro con el despertador, los expedientes y las prisas.

Una llega con el descanso puesto en el cuerpo, dispuesta a comerse Toguilandia y zas. La realidad le da de bruces y el recuerdo de las vacaciones le dura tan poco como tarda en esfumarse el bronceado ganado en un mes.

El primer bofetón viene ya antes de salir de casa, antes de llegar al despacho. El despertador, o la alarma del móvil –su cruel sustituta- nos saca del Dolce far niente, de La dolce vita a la que ya nos habíamos acostumbrado. Y eso si no nos hemos dejado poseer por la Dory que andaba Buscando a Nemo y hemos recordado programarlo.

Pero, suponiendo que hemos superado la primera prueba, llega lo más duro. Hay que llegar al despacho. Hay que ponerse a temblar pensando en qué nos vamos a encontrar allí, pasando más miedo que cuando ví El resplandor siendo adolescente. Alguna vez, dirigiéndome al trabajo de vuelta de las vacaciones, me ha parecido ver a las gemelas de la película diciéndome eso de “ven a calificar con nosotras”, mientras la escena imaginaria se llenaba de un aluvión de expedientes pugnando por aplastarme.

Y, como la realidad siempre supera a la ficción, también juraría que alguien ha visto que mi cabeza giraba como la de la niña de El Exorcista en cuanto me asomaba por la puerta y veía en lontananza mi mesa. O más bien, la intuía, porque los expedientes no dejan ni un solo hueco donde se divise la madera o el material con el que esté hecha. Y dice la leyenda que se oye una voz que dice “¿has visto lo que ha hecho el… del Juzgado” –rellénese la línea de puntos al gusto-

Y es que, ahora que no nos ve nadie, voy a contar un fenómeno paranormal que aún no ha sido resuelto. Dicen que en Cuarto Milenio están en ello, pero no hay manera. Y no es otro que El extraño caso del Juzgado que escupía papel. Tanto más extraño cuanto que, según el mandamás de turno, el papel se va acabar porque ha llegado el expediente digital. Y ojo, que es un fenómeno universal, que me cuentan mis compañeros que no es cosa de mi despacho ni de mi destino. Es todo un agujero negro, que ríase usted de los del espacio.

Además, como todo buen agujero negro que se precie, no tiene un solo origen. Dicen que en los Juzgados también ocurre, y una Invasión de los expedientes les llega directamente desde Fiscalía. Y también ocurre en despachos de abogados, y procuradores. Y claro, eso explica muchas cosas. Entre otras, por qué con unos sistemas informáticos tan maravillosos que la NASA los envidia y un Lexnet que hace las delicias de todo el mundo por su inmejorable funcionamiento, no desaparece el papel. Señoras y señores, aquí tienen la respuesta. Pero guárdenme el secreto.

Pero ahí no acaba todo. Cuando una aún no se ha repuesto de la impresión, añorando los tiempos en que los sustitutos hacían un gran papel en estos casos, llega otra pesadilla. De repente, Un monstruo viene a verme. La agenda, las planillas de reparto de trabajo o la lista de señalamientos. Diferentes versiones del monstruo que vira nuestro aspecto hasta volvernos como El increíble Hulk. Porque solo con los poderes de La Masa es posible sacar todo eso adelante. Señalamientos sorpresa, juicios que no recordábamos, otros que hay que hacer porque Fulanito o Zutanita todavía están de vacaciones –con todo el derecho- y un sin fin de incidencias que ni los mejores tiempos del programa Sorpresa, sorpresa

Entonces es cuando a una le entran las ganas de gritar eso de Dios Mío, pero qué te hemos hecho. Una pregunta retórica cuya respuesta se desconoce y que tal vez forme parte del Tercer Misterio de Fátima. Habrá que estar atenta.

Resignarse. No cabe otra. Y, como en las más terroríficas películas de miedo, esperar a que salga el The End y acabe el sufrimiento. Sin darnos cuenta que, como en Pesadilla en Toguilandia Street, Freddy Kruger aparece cuando una menos se lo espera, hasta en sus sueños. Por eso, llega el día siguiente y toca Volver a empezar. El montón de expedientes sigue ahí, el de señalamientos también, y nuestras pilas cargadas pasaron a la historia de un plumazo. Se marcharon con esa sensación de Deja Vù que nos invade cada vez que regresamos.

Es lo que hay. Así que hoy, en lugar de aplauso, va un grito de aliento que ya hemos usado otras veces. Arriba las togas. Seguro que podemos con ello.

 

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