Todos los trabajos tienen su propia carga a cuestas. Y cuando más vocacionales son, mayor puede llegar a ser ésta, por aquello de sarna con gusto no pica. Y claro está que pocas profesiones son tan vocacionales como la de artista. En parte por eso y en parte por el incierto futuro que parece acompañarles, se agarran a la cresta de la ola como Kate Winslett al tablón en el helado oceáno de Titanic porque no siempre hay un Leonardo di Caprio a mano para salvarles la vida. Y, cuando las cosas les van de cara, se llenan las agendas de bolos, promociones, estrenos y saraos varios, sacando horas de la chistera como si de una escena El Mago se tratara. La farándula tiene sus servidumbres.
Pero ¿qué pasa en nuestro teatro?. En Toguilandia compartimos la vocación, pero no siempre el incierto futuro, aunque quizás de esa hechura sí que tiene un traje quienes se sientan en ese lado de estrados donde no hay puñetas. Pero a uno y otro lado –las dos caras de la misma moneda- sufrimos los efectos de ese inmenso truco de ilusionismo que llaman carga de trabajo.
La carga de trabajo, en principio, no es otra cosa que la cantidad de trabajo que soportan cada órgano o institución o cada uno de sus titulares, sean quienes sean, y que repercute directamente en cómo sea nuestra función y nuestra labor en ella. Pero el verdadero problema no es qué es, sino cómo se cuenta. Y, lo que es peor, para qué sirven todos esos numeritos y qué hacen luego con ellos. Y ahí es donde empieza en verdadero ilusionismo.
Los números son un modo fácil de dimensionar las cosas. Como las Nueve semanas y media que todos recordamos, los 101 dálmatas, 12 monos o los 19 días y 500 noches de Sabina. Pero cuando las cosas no son tan fáciles de contar como el tiempo, los monos o los dálmatas, la cuestión se vuelve peliaguda. ¿Cómo traducimos en números el trabajo de la justicia? Difícil, difícil. Ahora me ves, ahora no
Habrá quien crea que es fácil. Se cuentan los autos, las sentencias, las providencias, los escritos de calificación, los informes o lo que sean, se suman y tacháaaaan… Aparece Juan Tamariz tocando su violín imaginario y nos trae el resultado al final de una ristra de pañuelos rojos. Pero las cosas nunca son lo que parecen y descubrimos que el tema tenía truco. Y mucho más burdo que los del famoso mago de la melena rizada.
Medir la carga de trabajo en el número de resoluciones es algo facilón y no da idea ni siquiera lejana de lo que se trabaja en realidad. No es lo mismo la sentencia dictada –¿por qué la llaman «dictada» cuando ya nadie las dicta?- tras un juicio de meses y centenares de tomos de documentos que la que se realiza tras un juicio de cinco minutos por haberse llevado al descuido un CD de Camela en la gasolinera de un área de servicio. Como no es igual calificar una alcoholemia que una estafa multitudinaria con ramificaciones en paraísos fiscales. Pero los palotes sí son iguales, y la idea real que de la justicia se lleva el justiciable es tan real como la chica partida en varios trozos de la caja del mago. Pura ilusión óptica.
Pero una vez puestos, la cosa parece que sirve, y no solo para medir la productividad de quiénes trabajamos, sino, lo que es casi peor, para decidir qué se hace a la hora de crear juzgados, de dotar de medios o de dar presupuesto. Alerta roja, Neptuno hundido. Y no sabemos hasta qué punto.
Dicen que los números no mienten. Y puede que así sea, pero sí que engañan. Y si no, veamos un ejemplo. Acabamos de escuchar las declaraciones del máximo responsable de nuestro teatro contándonos muy ufano lo que ha disminuido el trabajo a raíz de esa reforma procesal que se sacaron de la manga en la oferta last minute de la legislatura anterior. Sin gastarse un solo euro. ¿Magia? No. Simplemente, el resultado de un truco de ilusionismo numérico. Desaparecieron los sobreseimientos por autor desconocido y con ello la mitad de números de Diligencias previas de cada juzgado. Pero no disminuyó el trabajo a la mitad porque, simplemente, lo que se volatilizó fue el trabajo que apenas costaba trabajo y no el que cuesta sangre, dolor,lágrimas.. y horas. Pero la cifra se quedó en la mitad, conviertiendo el rey en as tras un abracadabra vía BOE. Y, para culminar el numerito, se suprimen las faltas –y no todas-, otra parte del pastel que apenas engordaba, dejando la nata y la mantequilla intactas en el plato.
Así que, chisgarabís, si el trabajo se ha reducido a la mitad, no hace ninguna falta más presupuesto, ni inversión ni interés. La vida es bella. Y los mundos de Yupi, más.
Pero los trucos de magia no son más que eso, trucos. Y el único número que habría que repetir es el 0. Y no del papel 0 que nos han querido vender, sino del número de juzgados creados en los últimos años. Cero patatero, para ser exactos.
Y hete aquí otro ejemplo del ilusionismo. ¿Quién no oyó hablar en su día de las famosasa trescientas plazas de jueces que nunca existieron? No era más que mera ilusión, las plazas existían, los titulares también, y el hecho de asignarles a cada titular una plaza -algunos todavía siguen siendo provisionales tras años desde que aprobaron- nos lo venden como creación. Como nos vendieron en su día la «creación» de un montón de juzgados de violencia sobre la mujer que no eran otra cosa que los ya existentesd con una cartel nuevo en la puerta y una pegatina nueva en las carpetas. O muchas de las veces que alguien se llena la boca proclamando a los cuatro vientos que se ha creado tal cual sección especialista en la fiscalía, y que las más de las veces no consiste en otra cosa que no sea añadirnos trabajos a los y las fiscales que ya existíamos
Pues bien. si de números se trata, cero es también el aplauso que merecen los responsables de estas cosas. Por no hablar de tomates, verduras o abucheos. Cada cual a su gusto.
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