Como veíamos en el estreno pasado, las togas también ríen. Y a veces, les entran esas ganas irresistibles en el momento que menos debiera, y hay que disimular como sea. Menos mal que, como buenos actores de nuestro teatro, interpretamos nuestro papel a la perfección, sin que se note. O al menos lo intentamos, que en nuestra Escuela Judicial o Centro de Estudios Jurídicos, Escuela de Práctica o lo que corresponda no hay método Stanislavsky que valga. Aunque quizás sería cuestión de implantarlo.
El caso es que, como veíamos, gran parte de las anécdotas -que hacen bueno el dicho de que la realidad siempre supera la ficción- ocurren, u ocurrían, en los defenestrados juicios de faltas, hay otros filones para no perder de vista. La guardia, sin ir más lejos. Algo así como el making of de lo que luego será el gran estreno, el juicio. Así que, desafiando otra vez aquello de “segundas partes nunca fueron buenas” –si El Padrino II y El Imperio contraataca la consiguieron, por qué no nosotros-, me lanzo a ello. Sin olvidar la advertencia de que este estreno está basado en hechos reales, aunque espero que tal advertencia no produzca el efecto somnífero que muchas de las películas que la hacen me provocan, sobre todo si las hacen en la tele a la hora de la siesta.
Y es que la guardia da mucho de sí, porque muy variados son los casos que se nos presentan y muy variadas también las actuaciones a realizar. Entre ellas, las declaraciones darían para una capitulo aparte, como la de una señora que acudió indignada a denunciar por estafa a quienes le vendieron el supuesto veneno con el que ella pretendía envenenar a su marido a base de aliñar con él el caldo gallego que el pobre señor se tomaba un día tras otro. Y como resultó que el señor estaba como una rosa, la mujer se sintió ofendidísima con quienes, en lugar de veneno, le vendieron colirio. Y así lo contó. Y claro, se descubrió el pastel. O el caldo gallego, en este caso. Pero es que lo de que por la boca muere el pez es rigurosamente cierto. Y si, que se lo digan al juez, el fiscal y el abogado que escucharon como un acusado por causarle lesiones a su padre, lejos de negarlo, preguntaba cuál era la pena por asesinato, y al conocerla, se maldijo a sí mismo en voz alta porque le parecía un buen precio por quietarse de encima un progenitor que intuyo que no le había dado muchas alegrías.
Otra de las máximas que se cumplen a pies juntillas en ese making of de nuestro teatro es el de “se pilla antes a un mentiroso que a un cojo”. Y algunos, con una gracia que no hay quien lo aguante. Como la mujer de un imputado que, tras meter la pata con sus embustes en un intento de salvar con su declaración a su maridito, espetó, cuando se vio acorralada un “no se admiten más preguntas, Señoría”, y se quedó más a gusto que un arbusto. Como a gusto debió quedarse otro imputado al ser identificado por la policía, hasta el punto que el atestado constaba como “quien dice ser y llamarse Caperucita Roja”. Un tipo que con cierta frecuencia aparecía por los juzgados, aunque todavía esperan que algún día se lleve a su abuelita. Pero probablemente tengan miedo al lobo feroz.
Pero no fueron los únicos casos en que las personas acaban siendo esclavas de sus palabras. En una ocasión, ante la inocente pregunta del juez al imputado de si pegó a su esposa, éste respondió a su vez con otra pregunta : ¿Qué usted no pega a la suya?. Ni que decir tiene que el Fiscal no necesitó esmerarse demasiado en el interrogatorio.
Otra parte donde hay una verdadera mina por explorar son los propios atestados. Los hay que hablan de órdenes de alojamiento, de individuos que van haciendo heces por la carretera porque estaban híbridos o de otros que estaban haciendo uso del matrimonio con una prostituta. En una ocasión, se consignó como uno de los síntomas de la intoxicación etílica que el sujeto tenía el rostro pálido, y cuál no sería mi sorpresa al ver al comprobar que el individuo era… de raza negra. Y en otra, ante la solicitud de una explicación de qué entendía por “mirada vidriosa”, otro de los síntomas de ebriedad que se consignaban en el atestado, la respuesta fue : “pues qué iba a ser, que llevaba gafas”. Una aparente obviedad que también escuché en otra ocasión, cuándo me explicaron que deambulación vacilante era eso, que el imputado le vacilaba, al tiempo que chasqueaba los dedos para escenificarlo. Impresionante, en dos palabras o en una, como se quiera. Cosas del predictivo o no, nunca lo sabremos. Pero una fuente inagotable de risas y sonrisas.
Otras veces la obviedad viene de la propia descripción de la prueba, como un caso que cuenta un compañero en que, habiendo sustraído un individuo, entre la gamberrada y la inconsciencia, el botín consistente en una bola llena de chucherías, se describe como fue hábilmente descubierto por el reguero de chicles que dejaba a su paso y desembocaron en la detención. Aunque no siempre el botín es tan inocuo, aunque sí igual de visible, ya que, según me cuenta otro compañero, supo como en una diligencia de registro en un banco, desapareció a la vista de todos uno de los vehículos policiales.
Y es que, por más que pasen los años, esta profesión nunca deja de sorprendernos, y de proporcionarnos un arsenal de anécdotas. Por eso, hoy el aplauso es para ellos, para los que, sin quererlo, nos han dado esos momentos inolvidables. Y, por supuesto, para los compañeros que me las han hecho llegar.
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No siempre son tan jocosas las anécdotas…..
Recuerdo el caso de un detenido que, siendo interrogado, desvariaba y, entre incoherencias varias, cada una más estrafalaria que la anterior, empezó a decir que había matado a fulana, y a mengana, y a zutana…..todo el mundo le seguía el cachondeo hasta que uno de los policías más viejos del lugar dijo «si creo que había una tal fulana desaparecida hace mucho tiempo…»…..y, por desgracia, las bromas se tornaron veras….:-(
Como decían creo que en una serie de televisión, TIEMBLE DESPUES DE HABER REIDO…..
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