Para el mundo del espectáculo, el verano no es sinónimo de vacaciones. Muy por el contrario de lo que sucede en general, los artistas reduplican su trabajo a base de bolos estivales. Y pobres de ellos si no les salen, que mala señal sería. Hasta las propias vacaciones son tema de su trabajo, si se tercia. ¿Quién no ha envidiado aquellas inolvidables Vacaciones en Roma?¿Quién no ha deseado estar Bajo el sol de la Toscana?¿O quién no se ha visto atrapado en unas vacaciones familiares como en 12 fuera de casa, que le hayan hecho desear que llegara De repente, el último verano?
Y es que es cierto, las vacaciones están presentes en nuestras vidas pero no siempre en nuestros trabajos. Y en nuestra función, como en el mejor de los teatros, no cerramos por vacaciones. Incluso me atrevería a decir que damos funciones extra. Sin toga, pero con tacones. Faltaría más.
Dice la más vetusta tradición legislativa que el mes de agosto será inhábil, salvo las actuaciones urgentes. Y que cabe además la posibilidad de habilitación. Cuenta una leyenda que una vez una juez recién salida de la Escuela Judicial decidió habilitar un día del mes de agosto y celebrar juicios, ya que se acababa de incorporar y quería poner al día su juzgado a toda costa. No se sabe qué fue de ella, pero un día desapareció sin dejar rastro. El suyo ha engrosado la lista de Misterios sin resolver, sin duda alguna, y se dice que Iker Jiménez sigue buscándola.
Pero bromas aparte -¿o no?- lo bien cierto es que los tiempos en que el mes de agosto no se trabajaba o, quienes lo hacían, estaban casi en un balneario, pasó a mejor vida. Ahora, extinguidos casi por completo los sustitutos y multiplicado el trabajo por infinito, el período estival adquiere tintes de pesadilla. Momentos en que dan ganas de gritar a pleno pulmón eso de Dios mío, pero ¿qué te hemos hecho?, o ¿Qué he hecho yo para merecer esto?. Pero hay que mantener la calma, no nos queda otra.
Y es que de una parte, está el conocido síndrome del fin del mundo, que nos ataca en los juzgados periódicamente cada fin de año y cada verano. Este síndrome es objeto de estudio de los más reputados científicos que, de momento, no han dado con un remedio, aunque siguen haciendo esfuerzos para ello. Y consiste, ni más ni menos, que en la creencia de que el mundo se va a terminar y hay que dejar las mesas limpias a toda costa. Y claro, eso supone un viaje de expedientes de un juzgado a otro, de éste a fiscalía, de ahí a la Audiencia y vuelta a empezar. Lo importante parece ser deshacerse de ellos a cualquier precio. Con el efecto perverso de que todo tiene que hacerse para anteayer y las mesas acaban llenándose a espaldas del incauto que se ha ido de vacaciones, esperándole a su vuelta como quien espera el advenimiento divino.
Pero eso no es todo. ¿Qué hacen, mientras tanto, los que se quedan? Pues ahí está la cosa. De un lado, reducidos al mínimo los sustitutos que tan buena labor hacían para estos menesteres, nos vemos obligados a duplicar, triplicar o cuadriplicar nuestro trabajo para poder disfrutar de las vacaciones cuando nos llegue el turno. Además, se acabó para muchos eso de coger un mes seguido, que hay que volver a cada guardia salvo pactos particulares con compañeros. Y hay que hacer los repartos de trabajo con la ayuda de un ingeniero de la NASA, porque no se llega a cubrir todos los servicios ni a apagar todos los fuegos. Es lo que hay.
Y es que, aparte de los deberes de vacaciones que nos llevamos como los niños, este año hay que añadirlos deberes extra que nos ha puesto el legislador, empeñado en que nos dé un ataque de ansiedad cada vez que abrimos el BOE. Es como volver a los tiempos del Cuaderno de vacaciones Santillana, que tanto me hacía odiar a mi madre verano tras verano. Un verdadero Deja vu.
Y luego está el clásico. Los delincuentes no descansan, ni nos dejan descansar. Y las actuaciones de la guardia siguen impertérritas por más que algún gracioso nos pregunte eso de ¿Y vosotros qué, en agosto cerrareis los Juzgados? Pues no señor, mira que lo he intentado por activa y por pasiva, pero por más que trato de explicar a los señores delincuentes que tienen derecho al descanso, que se tomen su mesecito de vacaciones y cometan sus fechorías en horas de oficina y días laborables, no hay manera. Incluso había pensado que se incluyera en el Estatuto de los Trabajadores, a ver si así colaba. Pero no lo diré muy alto, que ya sabemos que el legislador anda ojo avizor e igual le doy una idea y hace una nueva reforma. Y sólo nos faltaba eso.
Así que hoy dedicaré el aplauso a todos los integrantes de este gran teatro. Porque todos, sin excepción ninguna, trabajaremos en vacaciones. En el escenario, en el turno que nos corresponda, o en casa, estudiándonos los guiones que los desalmados productores se empeñan en cambiar un día sí y otro también. Con nuestro cuaderno de vacaciones cortesía del legislador.
A ver si al menos con el aplauso del público la cosa se hace más llevadera. Mientras, mis tacones y yo seguiremos aquí. Porque tampoco cerramos por vacaciones.
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