Los artistas, como todos, son ciudadanos. Unos ciudadanos que tienen, además, una pronunicada conciencia política, que les lleva en ocasiones a convertir sus galas en verdaderos actos reivindicativos, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid y las cámaras por la alfombra roja. Y bien que hacen, vaya. No seré yo quien diga que no. Bendita sea la libertad de expresión.
Pero en eso nuestro escenario no se parece mucho a los demás. Aunque todos sus intérpretes somos tan ciudadanos como el que más, nuestros peculiares papeles no nos permiten hacer uso de nuestra alfombra roja para estos menesteres, que cada uno tiene su sitio en el mundo.
De un lado, ni jueces ni fiscales podemos, ni siquiera, pertenecer a partidos políticos ni a sindicatos por disposición legal y constitucional. Lo que no significa que no tengamos ideas, ni ideología, que para algo somos personas. Pero jamás debemos dejar plasmada esa ideología en nuestras sentencias o en nuestros escritos, faltaría más. Así es como debe ser.
Sin embargo, los abogados, por ejemplo, no están afectados por nada de todo esto. Es más, son legión los profesionales de la política que en algún momento lo fueron del Derecho, o que lo siguen siendo. Porque claro, aún estamos viviendo las consecuencias de esa vieja frase qe nos endosaban nuestros padres “estudia Derecho, que tiene muchas salidas”. Aunque a veces lo que tenía era muchas entradas, y no tantas salidas. Quizás de esto venga eso de las puertas giratorias, que nunca se sabe.
Pero, al margen de nuestra intervención ciudadana, consistente en emitir nuestro voto llegado el momento, sí que tenemos un papel especial en una función especial que surge cada vez que el calendario nos regala unas elecciones.
Por disposición legal, tiene que haber jueces o magistrados que formen parte de las Juntas Electorales. Y muchos aún recuerdan las carreras que en un momento dado les tocó hacer para resolver reclamaciones o recursos, y hasta para trasladar los sobres con los votos, realizado el escrutinio, a las tantas de la madrugada muchas veces.
Y hay otra parte que muchos ignoran. El procedimiento electoral tiene sus momentos y sus trámites, con unos plazos muy estrictos, en que jueces, fiscales o secretarios jdiciales tienen su intervención. Impugnaciones de listas, recursos contra proclamaciones de candidatos o mil incidencias que tienen a muchos profesionales ocupados en una suerte de guardia que no es guardia ni se cobra como tal. Pero hay que estar ahí. Sea festivo o laborable, y sean las horas que sean. No olvidemos que si la cosa se desarrolla sin incidentes el día D, es porque esos actores interpretaron a la perfección su papel en los días anteriores.
Y luego están los delitos electorales, que haberlos haylos. Y para eso hemos de estar también preparados y dispuestos, que a veces no es fácil.
Por suerte, ya hace tiempo que asimilamos vivir en democracia, y cada vez son menos las anécdotas con las que los informativos se nutrían el día de las elecciones, como aquellas abuelitas que estaban esperando desde las 6 de la mañana a la puerta del colegio electoral, quienes metían en la urna su DNI o una papeleta primorosamente confeccionada a mano o cualquier otra cosa. Aún recuerdo con ternura la abuela de una de mis mejores amigas preguntando cómo tenía que votar para que Suárez fuera quien acompañara a la fallera Mayor de Valencia, y el chasco que se llevó la pobre mujer cuando le explicaron que eso era imposible, aunque lo escribiera en un papelito y lo metiera en la urna.
Eso sí, en contraprestación, podemos escaquearnos de formar parte de la mesa electoral, si es qe nuestro nombre sale en el bombo del censo electoral. Algo es algo.
Así que hoy daremos el aplauso a todos aquéllos que con su trabajo hacen posible que este acto ciudadano se desarrolle con normalidad. Aquellos que con sus puñetas impiden que todo se vaya a hacer puñetas. Con tacones o sin ellos.
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