El espectáculo continúa imparable en nuestro gran teatro. Pero como toda buena función, necesita su dosis de acción para hacerlo atractivo. Como la vida misma. Y hasta ahora, en nuestro paseo por la farándula, nos hemos centrado en personajes más bien reflexivos. Personajes que interpretan su papel, más allá de su paso por la escena del crimen, sentados en sus despachos o en la sala de vistas donde se escenifica el juicio. Y claro, alguien tenía que aportar la acción a nuestra obra. Y ahí es donde entran ellos. Con su uniforme y, a veces, sin él.
La labor de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad es una pieza indispensable para que se ponga en marcha nuestro teatro, sobre todo, cuando de infracciones penales se trata. Ellos son quienes, con su megáfono imaginario, dan el no menos imaginario grito de “Luces, cámara y ¡¡¡acción!!!” para que empiece el rodaje. Sólo que en nuestro caso, en lugar de megáfono y silla de tijera, traen el consabido sobre que contiene el atestado, el pistoletazo de salida nuestra peculiar carrera. Y, como buenos artistas, despiertan toda la expectación que su tarea merece. Porque allí estamos todos en el Juzgado de guardia, preparados para que ellos lleguen y nos den el guión de la función que ese día vamos a representar. Ni más ni menos. Y, por supuesto, del argumento de ese guión y de cómo esté escrito, dependerá si la función resulta buena, mala o regular. Ahí es nada.
La verdad es que, a poco veteranos que seamos los actores, enseguida intuímos por dónde van los tiros en la obra que cada día nos toca realizar. La prisa en traerlo, la comisaría o cuartel de procedencia y hasta la actitud de quién trae el atestado son buenas pistas, pero la más definitiva es el peso. Cuanto más grueso es el mazo de papeles, mas compleja se vuelve la función, y de mayor duración. Y cuanto menos folios, claro, más sencillo. Pero no más importante en un caso que otro, no nos confundamos. Que tan importante es parar a un conductor borracho o abortar una pelea en un bar como resolver la más complicada red de narcotráfico o el más sangriento asesinato. Y la representación, sea un cortometraje o una trilogía, tiene que estar impecablemente realizada para triunfar. Y de su actuación depende en muchos casos que la película tenga un final feliz.
Una actuación nada sencilla, en la mayor parte de los casos, por más que a primera vista algunas parezcan simples trámites. Pero aguantar las bravuconadas de un conductor borracho, muchas veces dirigidas a ellos, no debe ser plato de gusto. Como no debe ser fácil, tampoco, soportar estoicamente las reacciones, a veces hilarantes, de quien se ve envuelto en una pelea. Recuerdo dos señoras a las que trajeron a la fuerza tras enzarzarse en una pelea por tan indignante motivo como el de que una le dijera a otra que no se lavaba la faja, que acabó diciéndole al policía que seguro que su mujer tampoco se la lavaba, por eso no le daba la razón. O a una venerable anciana que hinchó a mordiscos al agente que trataba de decirle que depusiera su actitud. O a algún maltratador que, no contento con haber apalizado a su pareja, le acababa preguntando al policía si él no ponía a su señora en su sitio. Tal cual. Y miles de anécdotas más.
Pero lo bien cierto es que, anécdotas aparte, en muchos casos, se juegan el tipo. Sin ellos, no habría función, y la hay a pesar de que muchas veces es a costa de su propia integridad. Además, por supuesto, de que son ellos quienes protegen la nuestra, custodiando a los detenidos y tomando las medidas para que los demás podamos seguir representando nuestros papeles sin sobresaltos, que con alguno que otro no es poca cosa.
Y no olvidemos que su papel no acaba allí. Muchos tienen su momento estelar en el juicio. Cuando aparecen, con uniforme o sin él, los focos se dirigen hacia ellos, y de lo que digan y de lo que no digan, puede depender una absolución o una condena, el éxito o fracaso de la función. Y por ello, desde aquí, vaya el rendido aplauso de un público entregado. Porque sin ellos no habría función en este gran teatro de la justicia.
Sin desmerecer lo anterior, sí veo imprescindible puntualizar ciertas asombran que se dan con respecto a la actuación de este secundario, de extraordinaria relevancia en esta «obra teatral», y que tiene como característica definitoria que es un testigo profesional.
Ningún reproche tengo en cuanto a su actuar de buena fe, pero debería matizarse lo siguiente: una vez han alcanzado su convicción sobre lo que consideran que ocurrió, sus declaraciones son muy a menudo, parciales y tendentes a confirmar sus atestados. Muy frecuentemente adolecen de adecuados olvidos, y es habitual que se refieran no sólo a hechos, sino a valoraciones que relatan como hechos, inferencias que hacen sin ser su cometido… Aún así entiendo que todo resulta involuntario, y por tanto de buena fe, pero que normalmente van en perjuicio del justiciable.
No son un tercero sin interés, sino un testigo que defiende un interes: el visado de su labor profesional que ha presentado en su atestado, a través de una sentencia que la apruebe.
Apreciando su dificil y valiosa labor, desde una visión critica sin maldad.
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Sí Señora… Se juegan el tipo, a costa de su propia integridad, y muchas veces también, a costa de la integridad moral de sus familiares, quienes sufren diariamente por ellos. Y más en los casos en los que actúan «de paisano», a pelo, sin chaleco antibalas… Ellos son nuestros ángeles custodios, quienes deberían estar mejor valorados, y por ende, remunerados. El riesgo se paga, y no con un plus verdaderamente ridículo.
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Reblogueó esto en jnavidadc.
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