El espectáculo continúa, como debe de ser. Y, como debe de ser también, lo hace gracias a los técnicos que, entre bambalinas, se ocupan de que todo esté a punto para que nuestras estrellas luzcan en todo su esplendor, Sonido, luces, decorados, y tantas cosas que, aún sin verse, son absolutamente imprescindibles, y que tienen que ser controladas por quienes conocen sus entresijos. Y nuestro teatro no podía ser menos, claro está. Y para ello están nuestros técnicos, que no son otros que los funcionarios, tantas veces tratados, paradójicamente, con injusticia en nuestra justicia.
¿Qué sería de Grease sin que alguien se hubiera ocupado de que Denny y Sandy tuvieran sus chupas de cuero y se oyeran bien sus voces, y estuvieran bien maquillados, y ejecutaran perfectamente su coreografía con una buena iluminación? ¿Qué hubiera sido de Titanic si nadie hubiera preparado el barco, el iceberg, el océano y el tablón que Leo di Caprio cede a Kate Winslet para salvarle la vida? Pues eso. Lo mismo que sería de nuestro gran teatro de la justicia sin los funcionarios. Un desastre.
Los funcionarios se ocupan de que el engranaje de la justicia se ponga en movimiento. Ellos son quienes reciben en primer término al ciudadano, quienes toman sus denuncias, quienes dan entrada y salida a los expedientes, quienes archivan cada uno en el lugar correspondiente, quienes distribuyen los documentos, quienes atienden llamadas, quienes toman nota de las declaraciones, quienes se encargan de que cada cual entre en el juicio en el momento adecuado, y quienes, en definitiva, hacen tantas y tantas cosas sin las cuales esto no sería posible y el telón no podría alzarse cada día. Ellos, muchas veces son quienes enjugan las lágrimas de una víctima y quienes soportan sus gritos y su indignación. Hasta los he visto hacerse cargo de los niños de las víctimas mientras ellas declaraban. Y dicho sea de paso, son quienes aguantan muchas veces nuestros malos humores. Y a quienes se echa mano para echar la culpa de algo que no ha salido bien.
Los funcionarios en general, y los de justicia en particular, han sido objeto de críticas y chanzas, en la mayoría de los casos, inmerecidas. Como si el hecho de cobrar un sueldo cada mes por haber aprobado una oposición les convirtiera en vagos redomados. Y olvidando lo que cuesta aprobar una oposición, y los tumbos que hay que dar por distintos escenarios de los pueblos de España hasta lograr aposentarse en ese status presuntamente privilegiado que en realidad no lo es tanto. Porque sufren como nadie de los recortes en sueldos, en pagas extras y en derechos, hay que reconocerlo.
Entre ellos, por supuesto, hay de todo. Igual que hay actores buenos, malos y mediocres. Pero la mayoría son grandes profesionales que saben llevar sobre sus espaldas el peso de la parte más ingrata de nuestro espectáculo, esa parte que no se ve. Que quien lleve tu juzgado, o tu negociado, sea un buen o un mal funcionario, determina en gran manera la suerte que corre el resultado de nuestro trabajo, la rapidez y eficiencia del mismo. Y la mayoría son buenos. Y mucho menos reconocidos de lo que merecen.
Siempre recordaré a primera vez que una funcionaria se dirigió a mí, en mi primer destino, llamándome “Doña Susana”. Mi primera reacción fue mirar en derredor buscando a la tal Doña Susana. Luego, me entró la risa al ver que se refería a mí, y me imaginé a mí misma como la amiguita de Mafalda en los tebeos de Quino, que soñaba con que de mayor la llamasen así. Pero disimulé como pude y aprendí el respeto que unos y otros nos debemos. Y en ello sigo, aunque, quizás porque ya me he hecho mayor, ahora les tuteo, y no me importa que ellos hagan otro tanto.
En mi primera guardia en la capital, me salvó la cara una funcionaria que suplió los defectos de mi bisoñez. Hoy sigue conmigo, y hasta hoy no se lo había dicho. Y, curiosamente, ella no lo recordaba. Porque ése es su trabajo, me ha dicho.
Así que, la próxima vez que entremos en nuestro gran teatro, pensemos que sin luces, ni escenografía, ni sonido, la función no resultaría tan lucida. O quizás ni siquiera podría levantarse el telón.
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Antes de ejercer me dieron un buen consejo: es clave llevarse bien con los funcionarios. A sensu contrario refería que resultaba contraproducente tratarlos como personas inferiores o prescindibles. El motivo concreto era de peso: son quienes hacen que todo funcione, luego si te llevas bien, irán KAS cosas como han de ir; y quizás si te llevas mal, las cosas puedan ir mal, dado que no faltan a su labor si tardan más tiempo en darte unos autos, tampoco hacen mal por resultar especialmente rigurosos con las formalidades legales… Sin embargo, llevarse de cine con su Señoría no va a impedir que dicte sentencias ajustadas a derecho, ni la simpatía de la fiscal evitará su sujeción jerárquica…
Son en definitiva los engranajes necesarios para que la maquina funcione, que si engrasamos con amabilidad nos hará sentir bien a nosotros a nuestros intereses y a los de la Justicia.
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