
Las carreras en general y los maratones en particular, parecen cosa de moda, pero llevan existiendo, al menos desde los primeros juegos olímpicos en la antigua Grecia. Y, como no podía ser de otro modo, nos son pocas las películas que se dedican a diversos aspectos de este deporte. Filmes como Stronger, referida a la maratón de Boston, Patriot’s day, El milagro de Tyson o La última carrera son algunos ejemplos. Aunque, cuando de carreras se trata, nunca se pude dejar de citar la ya mítica Carros de fuego o la no menos mítica Forrest Gump. Es de justicia.
En nuestro teatro podría pensarse que poco tenemos que ver con maratones, pero en realidad, vivimos en una maratón continua. Entre plazos, reformas, prisas y coincidencias de señalamientos, a veces, más que una maratón, nos encontramos en una continua carrera de obstáculos y en otras, tenemos que esprintar para llegar a tiempo. Y, desde luego, siempre decimos que la oposición es una auténtica carrera de fondo. Así que, al final, acabamos practicando muchas modalidades del atletismo.
Pero el atletismo también tiene otras pruebas en las que, aunque sea metafóricamente, participamos. O nos gustaría hacerlo, porque ¿quién no ha soñado alguna vez practicar el lanzamiento de disco, o de peso o hasta de martillo, y tirar lo más lejos posible los expedientes en papel que todavía quedan en muchos sitios?
¿Y quién no se ha visto en la necesidad de practicar el salto de altura, de longitud, o el triple salto para conseguir esquivar expedientes en algunas sedes judiciales? Ya hablábamos de ellos en el estreno dedicado a los deportes togados
Hoy, sin embargo, quería ir más allá y abundar, sobre todo, en los esfuerzos sobrehumanos que nos vemos obligados a hacer para llegar a todo. Y es que Toguilandia es un excelente lugar de entrenamiento. No sé cómo el Comité Olímpico no se ha planteado aun poner aquí uno de sus centros de alto rendimiento. Pero todo se andará.
Así, nos encontramos en primer término con el maratón que padres, y, sobre todo, madres -sí, las cosas siguen siendo así- tienen que pasar hasta llegar al lugar de trabajo y para conciliar, aunque yo prefiero hablar de corresponsabilidad.Yo recuerdo a una compañera, madre de gemelos que, cuando sus niños eran pequeños, afirmaba que venía al trabajo a descansar. Y yo, desde luego, lo entendí en cuanto fui madre. Y ahora lo entienden otras compañeras que ya son abuelas. El bucle eterno. Un bucle que se retuerce cada vez que hay vacaciones escolares, las criaturas enferman o cualquier circunstancia excepcional hace tambalearse el frágil equilibrio entre trabajo y labores domésticas y de cuidado.
Luego están los maratones profesionales propiamente dichos. Guardias eternas, sesiones de juicios propias de libro Guiness, necesidad de cubrir huecos de compañeros y compañeras ausentes para los que nadie ha previsto sustituciones. Días que parecen tener cuarenta o cincuenta horas de las que ninguna de ellas es para el descanso ni para el ocio.
Y ¿qué pasa mientras con los procedimientos que siguen entrando, uno tras otro, en nuestros casilleros reales o digitales o en los despachos de los profesionales? ^Pues que a ellos les importa un pito que estemos de guardia, de juicios o asistiendo a declaraciones o actos judiciales. Las causas, erre que erre, inasequibles al desaliento, no quieren esperar, y ahí están acumulándose, provocando que no solo tengamos que correr la maratón, sino que tengamos que ganarla o, al menos, hacer un bue papel.
Y, para acabar, está la maratón legislativa, que siempre trae nuevas cosas para incentivar nuestro buen estado de forma. Y debe ser por eso por lo que, cuando aun no hemos implementado ni mínimamente la última ocurrencia de los tribuales de instancia, las secciones y todos los cambios con que nos ha obsequiado la ley de eficiencia -o de supuesta eficiencia- nos encontramos con la noticia de que el Consejo de Ministros aprueba la reforma de la LEcrim por la que nos atribuyen la instrucción a los fiscales en una ley que supone un cambio radical en lo que ha sido la jurisdicción penal hasta ahora. Así que, además de todo lo anterior, hay que estudiar pena de quedarnos atrás y que nos pillen en un renuncio el día menos pensado.
Así que la próxima vez que alguien niegue qe hagamos maratones en nuestro teatro, que lo piense do veces antes. Lo que no he de pensar ni dos veces es el aplauso de hoy, dedicado a todas aquellas personas que, toga en ristre, corren y corren y vuelven a correr, como los peces en el río del villancico.