Mobiliario: nuestro decorado


                En cualquier obra de teatro o en cualquier película el decorado es esencial. Tanto, que hasta hay un premio específico en cualquier entrega de galardones que se precie, dedicado a mejor decorado. Y es que es difícil hacer creíble una obra si su escenario no lo es. Pensemos, por ejemplo, en el mobiliario de época de películas como Las amistades peligrosas, Ben Hur o Sentido y sensibilidad, o en las naves futuristas de la saga de La guerra de las galaxias o Star Trek. O por qué no, el peculiar mobiliario prehistórico de Los Picapiedra

                En nuestro escenario, los decorados son mucho y muy variados. Y en muy diferente estado de uso y de conservación, que no siempre nuestras sedes () tienen todo lo que necesitaríamos. Pero es lo que hay.

                Por un lado, hay que hablar de nuestro santo y seña, las salas de vistas . Ahí es donde se celebran los juicios, y se supone que es el lugar más solemne de Toguilandia.  Las clásicas, las que vemos algunas veces en televisión y en las películas, son las de mobiliario pesado y cortinajes de terciopelo que tanto nos han marcado a quienes hicimos la oposición. Porque esas salas de Tribunal Supremo con sus techos altísimos, sus cortinas y sus puertas verdes y doradas nos han marcado a fuego a quienes hicimos allí el examen, que fuimos muchas y muchos. Una de mis amigas, tras más de treinta años desde que aprobamos, dice que todavía le duele e estómago cada vez que ve una imagen de aquellas puertas. Y no es para menos.

                Pero la mayoría de las salas de vista no son así. De hecho, algunas ni siquiera son salas de vistas, sino que se utilizan las denominadas salas multiuso, de las que ya hablamos en su día, y que igual valen para un roto que para un descosido. Son, desde luego, mucho más funcionales que las clásicas y a veces llegan justas para su cometido, porque lo de que los juicios se celebran en audiencia pública en esos casos no es fácil, porque allí poco público cabe. Como no hagamos como en el camarote de los Hermanos Marx claro está. De hecho, en esas salas, si no fuera por la toga, con o sin puñetas que llevamos puesta, a veces es difícil distinguir dónde nos encontramos y quién es cada cual.

                Algo muy característico de cualquier sala de vistas o salas multiusos, y más ahora que todos los actos deben ser grabados, es el micrófono. Y ojo que con esto hay que tener cuidado, porque hay micrófonos para ser escuchado, pero sobre todo son para poder grabar. Así que en ocasiones no podemos evitar esbozar una sonrisa cuando alguien se coloca el micrófono y da golpecitos preguntando si se le escucha cuando su finalidad no es esa. Y todavía más pintoresca es la situación cuando alguien agarra el micrófono como si fuera a arrancarse a cantar. Tanto es así que alguna vez me han dado ganas de girarme hacia ellos con mi silla como si estuviera de coach en La Voz .Aunque, hablando de programas de televisión, también desearía alguna vez que ocurriera como en 59 segundos, y se retirara la palabra automáticamente pasado ese tiempo escondiéndose el micrófono como ocurría en el programa.

                Y hablando de sillas, he aquí otro de nuestros caballos de batalla. Porque una buena silla es un verdadero tesoro, no siempre fácil de encontrar. Ahora que estamos en una Ciudad de la Justicia teóricamente moderna, tenemos sillas de despacho decentes en las que una, al menos, no se daña la espalda. Pero durante varios años, cuando estábamos en la anterior sede, tuve que aguantar una silla vetusta que encajaba difícil ente con la mesa y cuyos brazos, con volutas y todo, tendían a desmontarse con demasiada frecuencia con riesgo de mi integridad física. Y eso por no hablar de la que había en la sala de vistas de la Audiencia destinada al fiscal, a la que se le salía un muelle y hacía que hubiera que acoplar mucho la postura para no dar un respingo al pincharse con el asiento. Claro que aquel palacio de justicia, que hoy está restaurándose y aun tardará en estar acabado, estaba tan viejito que en la sala de vistas había brasero bajo nuestros asientos y un cenicero incrustado. Impensable a día de hoy.

                No obstante, que nadie crea que ahora atamos los perros con longanizas. Las mesas suelen ser escasas para la cantidad de procedimientos que deben aguantar y las estanterías, absolutamente imprescindibles, nunca alcanzan para albergar todos los procedimientos que todavía tenemos, porque en algunos sitios lo de la digitalización ni está ni se le espera. De hecho, hay un juzgado de lo mercantil donde se fabricaban artesanalmente unas estanterías con cartones, que una no sabía si aplaudir o echarse a llorar. Y aún tengo la duda.

                Y hasta aquí, este repasito a nuestro mobiliario. Ojalá en algún momento pueda dedicar un estreno a las mejores y mayores novedades que celebrar en cuanto al atrezo de nuestro escenario. Y el aplauso, por supuesto, vendrá entonces, no antes. Espero que llegue pronto

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