Bancos: sentarse es lo de menos


                Si hay una palabra polisémica cuyos significados sean más dispares, esa es la de “banco”. Por un lado, nos evoca ese asiento del parque donde las ancianitas daban de comer a las palomas; por otro, esas entidades financieras que en muchos casos no tienen piedad con los dineritos de la mencionada anciana. Pero no todo es blanco o negro. Aunque los primeros bancos puedan tener un tinte romántico y los segundos provoquen antipatía, no podemos olvidar la importantísima función que en esta sociedad tienen los bancos, aunque nos cobren intereses y nos proporcionen más de un enfado. Porque, parafraseando el título de una película, a veces parece que lo hacen Todo a la vez en todas partes. Y es que todo el mundo los necesita, sin necesidad de ser El lobo de Wall Street.

                En nuestro teatro es cada día más importante la relación con los bancos. Por supuesto, con los de dinero, aunque los de sentarse, u otros, como los bancos de peces, puedan aparecer en algún momento. Y es que, en el momento actual, casi nadie llevamos dinero en el bolsillo, y no solo eso. Cada vez se acepta menos en pago en metálico, y ahí es donde acaban interviniendo siempre los bancos. Empezando por el pago de nuestras propias nóminas.

                En mis primeros tiempos toquitaconados, recuerdo una anécdota que viene al pelo. Se trataba de un condenado por conformidad que en el momento de dar su consentimiento a la pena pactada, era requerido para satisfacer el importe de la responsabilidad civil. El juez, que tenía un latiguillo al hablar -repetía constantemente el adverbio “aquí”- le preguntó “¿Tiene usted aquí dinero para abonar esa cantidad?” Y entonces el condenado, que no sabia de ese uso un tanto peculiar del adverbio, comenzó a tocarse los bolsillos y a volverlos del revés, como en las películas, ante nuestra mal disimulada hilaridad. Evidentemente, Su Señoría le aclaró que con “aquí” se refería a disponibilidad en el Banco en ese momento para poder hacer el ingreso, porque esa es la vía oportuna. Ya desde hace mucho nadie admite pagos en efectivo.

                Y es que los pagos, incautaciones y demás abonos que se hacen a un juzgado se hacen a una cuenta concreta, la de depósitos y consignaciones de cada juzgado, que me conta que son la peor pesadilla de los LAJ, porque son quienes tienen la sartén por el mango. Un mango que quema más de una vez porque las cantidades pueden ser muy elevadas y, con ellas, la responsabilidad por su custodia.

                Esta vinculación necesaria con la cuenta del juzgado se da, además, en un banco determinado que es el que ha obtenido esa concesión por concurso. Sus sucursales suelen ser cercanas físicamente a las sedes judiciales, pero puede plantear más de un problema cuando no estamos ante grandes poblaciones. Lo vemos de vez en cuando al acordar una fianza para evitar el ingreso en prisión -la popularmente llamada fianza carcelaria en contraposición a la fianza por responsabilidad civil- cuando el interfecto tarda en juntar el dinero o los avales para eludir la prisión, pero luego tiene que ingresarlo en el banco que, como sabemos, no tiene un horario demasiado amplio. Claro está que hoy se pueden hacer todo tipo de transferencias por vía telemática, pero en su día era un verdadero problema y, en algún caso, hay quien ha pasado un fin de semana extra en prisión preventiva porque se ha encontrado con el problema un viernes a última hora cuando las entidades bancarias ya habían cerrado. Seguro que mucha gente sabe de lo que hablo.

                Aunque no podemos perder de vista que, en esta sociedad cada día más digitalizada, los bancos olvidan con frecuencia a las personas con problemas de accesibilidad digital, como ocurre con el caso de las personas mayores y que dio lugar a la famosa campaña “soy mayor, no tonto”.

                Pero, como digo siempre, no solo de Derecho Penal vive la jurista, y no puedo dejar de citar el Derecho bancario que, a día de hoy, constituye toda una subespecialidad del Derecho Civil para la que, incluso, existen Salas de Audiencia especializadas. Y no olvidemos tampoco el aluvión de problemas que generaron en su día instrumentos financieros como las preferentes, cuyas demandas fueron tan numerosas que dieron lugar a la creación de órganos judiciales específicos para resolver estas cuestiones. Nada fáciles, por cierto.

                Para terminar, no me olvido del otro banco, el que sirve para sentarse. Porque no solo sirve para eso, sino que es muchas veces la cama y casi la casa de esas personas sin hogar que, además de sufrir la exclusión social, han sufrido los delitos de odio hasta el punto de que la aporofobia merece desde hace un tiempo un lugar específico entre las motivaciones de este tipo de delito.

                Y ahora sí, con esto, acabo. Pidiendo un aplauso para quienes trabajan en nuestro mundo con las entidades financieras, porque es un ámbito difícil y farragoso y no siempre se lo reconocen.

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