Más allá de Toguilandia: ilusiones cumplidas


              Hay vida más allá del trabajo. Es un dicho que no siempre sabemos llevar a la práctica. Creemos que podemos hacer Todo a la vez en todas partes, como el título de la película, pero no nos damos cuenta de que no tenemos Todo el tiempo del mundo y que siempre nos quedamos cortas con Lo que queda del día.

              En nuestro teatro nos suelen pasar esas cosas. Nos llevamos el trabajo a casa, en nuestras mochilas, en nuestros trolleys o en nuestros ya obsoletos maletines, y dejamos por hacer cosas que verdaderamente nos ilusionan. Porque los fines de semana solo tienen 24 horas y no nos da la vida.

              Por eso vengo a contar hoy lo que vengo a contar. Ya hace tiempo, dedicaba un estreno al disfrute , importante tanto dentro como fuera de nuestro escenario. Pero hay otros escenarios donde no se lleva toga ni tacones y de eso venía a hablar hoy. Porque las cosas buenas hay que compartirlas.

              Contaba entonces mi reencuentro con el ballet, después de décadas sin practicarlo, aunque nunca dejara de disfrutarlo como espectadora. Y hoy confirmo que no ha sido flor de un día, como ocurre tantas veces, que una se apunta a cosas que luego abandona a las primeras de cambio. Los gimnasios saben muchos de eso, especialmente cuando se aproxima la operación bikini de cada año. ¿A que suena conocido?

              Pero no es mi caso. Yo volví para quedarme, y tuve la fortuna de encontrar a la mejor profesora -que además, casualmente, es mi hija, lo que no quita ni un ápice de su excelencia- y a las mejores compañeras. Hemos formado un equipo tal que no tenemos más límites que el infinito. Y más allá.

              Así que un buen día nos propuso actuar en un festival de fin de curso, después en alguna muestra y acto benéfico y de ahí, como una cosa que lleva a la otra, nos propuso participar en concursos. Nuestras primeras participaciones fueron muy edificant4es, con enormes aplausos de público y reconocimientos como revelación, a pesar de nuestros más de cincuenta. De hecho, triplicamos la edad de gran parte de los participantes, lo cual no solo no nos importa, sino que creo que ha sido objeto de reconocimiento con esos premios.

              Y hace nada, hemos rizado el rizo. Nos presentamos con una coreografía de repertorio clásico de puntas, El pájaro azul, a un certamen autonómico. Nuestra sorpresa fue pareja a nuestra alegría cuando nos clasificamos para la final nacional, y ya fue un auténtico éxtasis cuando nos hemos clasificado, con nuestro flamante tercer premio, para la final internacional.

              Además, no debió ser casualidad cuando, apenas una semana más tarde, en otro certamen, no solo premiaron nuestras dos coreografías -clásico y contemporáneo- sin o también nos reconocieron con un galardón al talento individual. Todo un subidón difícilmente descriptible. De hecho, todavía sigo en una nube.

              No puedo -ni quiero- negar que todo esto es fruto, además de la ilusión, del trabajo. Porque aunque haya un dicho según el cual sarna con gusto no pica, yo no diría tanto. La sarna siempre pica, aunque si gusta, una se aguanta. Y eso mismo pasa con el trabajo duro, máxime con unos cuerpos que ya no tienen quince años. Hay que trabajar mucho, pero merece la pena. No solo el resultado son también el camino. Porque bailar me hace feliz. Como a otros les puede hacer feliz pintar, esculpir, correr o hacer macramé.

              Así que eso es lo que hoy quería contar. Por una vez, no dedicaré este espacio a reivindicar medios o a contar qué hacemos en Togulandia. Más bien, a contar que hacemos fuera de este mundo, que siempre nos hará mejores cuando estemos en él. Por eso hoy mi aplauso es, lisa y llanamente, para la danza. Y, con una ovación extra, a mi proe, a mis compañeras, y a @madebycarol que, una vez más, ilustró nuestros sueños

Deja un comentario