Cargados de razón: respuestas antológicas


                El humor es un remedio estupendo para cualquier mal, hasta para los más terribles. Conseguir sacar una sonrisa a quienes lo pasan mal es tan recomendable como meritorio. Pero, a veces, quienes logran esa sonrisa lo hacen con el convencimiento de que es verdad verdadera y no algo que provoque hilaridad. Y entonces, como se titulaba aquel viejo programa de televisión No te rías que es peor. O mejor, que nunca se sabe.

                En nuestro teatro nos encontramos cada día con personas que creen tener tanta razón que son capaces de contestar las mayores barbaridades como si se tratara de verdades irrefutables. Hasta el punto de que una llega a creer que viven en un universo paralelo donde las cosas son como creen y no como son en realidad. Y no hay quien les baje del burro.

                Muchas de las anécdotas que han protagonizado estrenos de nuestro escenario son de esta índole. Pero esto de las anécdotas es como el rayo que no cesa, y siempre pasa algo nuevo que merezca la pena compartir para regalarnos una sonrisa, que nunca viene mal. Y menos aún en Toguilandia.

                Tengo además la suerte de que mucha gente, sobre todo de este mundo nuestro, me envía esas cosillas que les pasan y que les han dejado de pasta de boniato. Porque, como nos decían, en el cole, compartir es vivir. Así que vamos a ello.

                Me llamaba ayer un compañero para contarme una de esas frases antológicas que podrán ser, incluso, el título de una novela o de una película. Hallándose metido de pleno en una averiguación de bienes un condenado por violencia de género resultó que tenía una casa que valía un potosí. Pero no estaba contento el hombre, y no por la condena, sino porque, según dijo ¿para qué quería un castillo si le faltaba su princesa? Una frase que, aunque a primera vista podría parecer romántica, podría ser un perfecto resumen del espíritu de la violencia de género, en un caso como este.

                Dentro de la misma materia, son bien conocidos casos donde los investigados llegan a reconocer que a sus mujeres -cuando no las llaman “parientas”, que los hay que lo hacen- les pegan “lo normal”. Incluso hubo uno que hizo un guiño al juez, que era varón, y masculló un “ya sabes…” que fue airadamente contestado por Su Señoría con un “yo no sé nada de eso que usted sugiere”. Me consta que tipo, no contento con su intervención autocondenatoria, para desesperación de su abogado, aún salió diciendo que el Juez era un sieso que no le había pillado la gracia. Como si tuviera alguna.

                Por otro lado, hay un clásico que vivimos en Toguilandia, pero no es exclusivo de nuestro mundo. Me refiero a la respuesta de algún acusado/detenido/investigado por homofobia de que cómo va a ser homófobo si tiene amigos homosexuales. Igual pasa con el racismo, porque ya se sabe que todo el mundo tiene un amigo de piel oscura del que echar mano, o algún inmigrante que es su amigo del alma. Como si tener determinados amigos -que vaya usted a saber si lo son- fuera un seguro o algo parecido.

                Pero vayamos con algunas de esas cosas ante las que es difícil mantener la compostura. Una amiga abogada me cuenta que el otro día un cliente, condenado por quebrantamiento, le decía “con la fuerza de Dios vamos a conseguir que me sustituyan la pena por trabajos en beneficio de la comunidad”. Mi amiga, sin perder las formas, le respondió “con la fuerza del Código Penal le digo a usted que no, que no va a ser posible”. Y así quedo la cosa. Ignoro si a la próxima el angelito, en vez de rezar a una imagen de Jesús lo hará a la versión comentada del Código Penal.

                Esta misma amiga me contaba que no hace mucho tuvo un cliente empeñado en que le arreglara lo de la independencia. Y ojo, que no era ningún rezagado del procés ni nadie que siguiera su estele. El pobre hombre solo quería que se le concedieran las ayudas de la ley de dependencia. Primo hermano del que se declaraba disolvente porque no tenía dinero para hacer frente a las indemnizaciones. Y no, no consiguió disolverlas.

                Para acabar, algo que viví hace unos días en mi misma mismidad. Una señora me decía que del golpe no sufrió lesiones, pero que después le salió un chinchón. Y para enfatizar el hecho de que era fácilmente apreciable, añadió que se veía a la lengua. Tal cual

                Y por hoy, aquí lo dejo. Espero haber logrado alguna sonrisa, que tan bien nos viene. Pero no me dejo el aplauso. Y se lo dedico, cómo no, a quienes me siguen facilitando estas cosillas. Mil gracias otra vez. Y, por supuesto, a @madebycarol, autora una vez de la ilustración que acompaña este estreno.

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