Mobbing: infierno laboral


              Hubo un tiempo en que se hablaba mucho del mobbing, o acoso labora. Es algo que ha existido siempre, como podemos ver en películas tan antiguas como Tiempos modernos, menos antiguas como El ladrón de bicicletas, y más modernas como El método o Dos días y una noche. Formas sutiles o menos sutiles de convertir el trabajo en un verdadero infierno.

              En nuestro teatro, el acoso laboral está contemplado como delito desde hace tiempo aunque, a decir verdad, no son demasiados los juicios que se celebran por esta causa. La jurisdicción laboral esconde entre las páginas de sus procesos muchos casos que han esquivado la vía penal bien porque sus víctimas no se han atrevido a denunciarlo o bien porque no se ha probado la verdadera causa del conflicto que se ventila. Y es que no es fácil par alguien de cuyo sueldo depende su familia dar el paso de arriesgarlo todo por un juicio cuyo resultado siempre es incierto.

              Pero el hecho de que no haya muchos procedimientos sobre la materia no quiere decir que el problema no exista. Ni que no lo sufran miles de personas en su día a día en el trabajo, uno de los lugares donde más tiempo de nuestra vida pasamos, si no el que más.

              A lo largo de mi carrera profesional, solo recuerdo haber llevado a juicio dos asuntos de este tipo, con resultado de tablas. Una condena y una absolución. Pero nunca se me olvidará la expresión de angustia con que una chica contaba las maquiavélicas maniobras con que su jefe le hacía la vida imposible. Cambios de horario, de puesto, humillaciones públicas y todo tipo de cosas que acabaron con una afectación psicológica de padre y muy señor mío. Y es que no es para menos.

              En muchos casos, se tiende a confundir, o a mezclar, el acoso laboral puro y duro con el que tiene connotaciones sexuales. El caso del jefe -o jefa, aunque sean las menos- que no asciende a su empleada, o que la relega en su puesto de trabajo, o que la amenaza con el despido si no accede a su solicitud sexual, es el más fácilmente imaginable, el que responde además al estereotipo y que hemos visto reproducido en películas y series. Pero no es el único caso. Se puede hacer mobbing a alguien sin necesidad de que el sexo gravite sobre sus cabezas. Por envidia, por maldad, para impedir que alguien destaque por encima o por cualquier otra razón.

              Para comprender cómo se sienten las víctimas, es preciso, como en tantos otros casos, hacer un ejercicio de empatía. No se puede frivolizar ni quitar importancia a determinados comportamientos con la simple excusa de que la jerarquía es lo que tiene y que, como dice el refrán “cuando seas padre comerás huevos”. Porque no todo vale.

              Es evidente que quien manda tiene que dar órdenes. Y quien está por debajo ha de acatarlas, pero todo tiene un límite. Habrá quien piense que en un entorno como el nuestro, donde los trabajadores y trabajadoras tienen reconocidos sus derechos y regulada la forma de ejercitarlos, no se puede dar semejante práctica. Pero se da, sin duda. En primer lugar, porque no todo el trabajo entra dentro de la norma, y quien no tiene más remedio que tirar de la economía sumergida está en una posición en que es difícil, si no imposible, reclamar nada. Pero incluso los empleos que se desarrollan con todos los parabienes legales, función pública incluida, son susceptibles de sufrir acoso laboral.

              Evidentemente, no se trata de algo que se detecte a simple vista, pero convierte el trabajo en un infierno, Conozco personas para las que, con solo entrar en el edificio donde trabajan, ya les entran sudores fríos, taquicardia y hasta ganas de vomitar.  La incertidumbre de no saber cómo te van a tratar de fastidiar cada día es difícilmente soportable. Y, aunque puedan resultar cosas baladíes, sumadas, hacen un mundo, Denegaciones de permisos o vacaciones por “necesidades de servicio”, cambios de turno, asignación de trabajos penoso, correcciones públicas y continuas, ninguneo, descalificación del modo de ejecutar la tarea son algunos ejemplos que parecen nimios pero no lo son en absoluto. Y, precisamente estos, por nimios, son los más difíciles de probar.

              Por supuesto que hay casos en que los medios son tan evidentes que es difícil no darse cuenta. El desprecio y las agresiones y humillaciones verbales, cuando son públicas, son difíciles de ocultar, y ni que decir tiene si se llega a la violencia. Pero una cosa es que algo se vea, y otra que, por parte de quienes lo presencian, no se haga como la avestruz, escondiendo la cabeza porque ojos que no ven, corazón que no siente. Y cualquiera se atreve a meterse cuando se arriesga a ser la próxima víctima, a perder el pan de sus hijos, o ambas cosas a un tiempo.

              Como decía antes, de un tiempo a esta pare, se habla poco de ello, pero ha habido incluso suicidios cuya causa última era el mobbing. Y no conviene olvidarlo, aunque no esté en el día a día de nuestros informativos.

              Por eso quería hoy dedicar este estreno a este tema. Y por eso daré mi aplauso a quienes no cierran los ojos ante ello. Y, por supuesto, a las víctimas. Ojala dejen de serlo

2 comentarios en “Mobbing: infierno laboral

  1. Muy buen artículo. Nosotros si que hemos ganado bastantes sentencias, pero siempre es difícil probar los hechos. A través del tiempo hemos terminado por normalizar situaciones que no lo son y eso no ayuda.

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