Lectura: milagros en blanco y negro


Hoy nuestro teatro estrena un cuento, mi cuento que forma parte de la antología de Generación Bibliocafé «Salgan con los libros en alto». Espero que os guste

Milagro en blanco y negro

 “Las personas libres jamás podrán concebir lo que los libros significan para quienes vivimos encerrados”

Diario de Anna Frank

         Nunca pensé que el sonido de una alarma antiaérea fuera a hacerme feliz. Ni siquiera sabía unos meses antes qué era una alarma antiaérea, salvo lo que había visto en alguna de aquellas películas antiguas en blanco y negro que tanto le gustaban a mi padre. Pero, a veces, las cosas que creemos que nunca van a pasar, pasan. Y a mí me pasó.

         La primera vez me causó un gran impacto, aunque no fuera consciente de lo que ocurría. Mi madre llevaba días muy nerviosa, deambulaba de un lado a otro trayendo y llevando cosas que yo ni siquiera sabía qué eran. Mi abuela casi no hacía otra cosa que llorar y suspirar, y repetir en voz muy baja “otra vez, no”. Mi padre estaba fuera de casa, en uno de sus viajes de negocios que esta vez se me estaba haciendo más largo de lo normal. Pero yo seguía con mi vida sin hacer mucho caso a todo aquello. Hasta que mi madre me gritó, con una voz aguda que nunca antes le había oído

  • Coge lo más preciso que tenemos que irnos a un sitio. Y coge unos cuantos libros, que te vendrán bien.

¿Libros? Yo leía de vez en cuando, aunque no tenía una gran pasión por la lectura. Lo que me obligaban en el colegio y poco más. En todo caso, alguna cosa que me recomendaban mis colegas o que se había puesto de moda. Ni siquiera supe de dónde coger los libros a que aludía mi madre. Ella, viendo mi cara de desconcierto, me llevó a una estantería del despacho donde trabajaba mi padre, y cogió unos cuantos

  • Estos te gustarán- aseguró- Y ahora corre al sótano. Yo ayudaré a la abuela a bajar.

        Su voz quedó casi oculta por el sonido de un timbre agudo y persistente que se me quedó grabado en el oído y en el alma.

         Salí a la escalera con los libros en una mano y el desconcierto en la otra. No tuve problema en encontrar el dichoso sótano porque varios vecinos me antecedían a la carrera, mientras otros me empujaban por detrás instándome a que me apresurara. Mi madre llegó al cabo de un rato que se me hizo eterno, junto a mi abuela, que repetía su salmodia entre sollozos “otra vez, otra vez.”

         El sótano era bastante diferente de lo que me había imaginado. No estaba mal del todo. Tenía sillas de sobra, un par de mesas y hasta un sofá desvencijado donde acomodaron a mi abuela. También tenía una pequeña nevera, y varias bombillas que colgaban desnudas del techo. Ahora ya entendía todos aquellos viajes de mi madre cargada de cosas.

         Me cogió de la mano y me situó en una silla, junto a una mesa y una pequeña estantería. Yo todavía llevaba los libros que me había dado en la mano, sin saber muy bien qué hacer con ellos. Me señaló la estantería

  • Puedes dejarlos aquí. Así echaremos mano de ellos cuando acabemos el que estamos leyendo. Elige uno

        Hasta entonces no había tenido tiempo de mirar ni siquiera las portadas. Tres libros de Julio Verne, ese autor que mi padre se empeñaba en que leyera, a lo que yo me había resistido porque me parecían anticuado, y “El diario de Anna Frank”. No sé si la elección de ese libro fue casual o intencionada, pero parecía lo más acorde con nuestra nueva situación. Lo cogí sin demasiadas ganas y me sumergí en sus páginas.

         No llevaba ni diez minutos leyendo cuando alguien se sentó a mi lado.

  • ¿Puedo?

       Agarró “El rayo verde” de la estantería y se quedó mirándome esperando mi asentimiento.

  • Claro

       No pronunciamos una palabra más. Continuamos durante más de dos horas cada cual en su libro hasta que nuestras madres vinieron a buscarnos

  • Ya podemos volver. El peligro ha pasado.

       Ni siquiera nos despedimos. Antes de marcharme, dejé mi ejemplar de El diario de Anna Frank en la estantería. No sé por qué lo hice, si porque no quería volver a aquellas cuatro paredes o porque quería dejarlo como un rehén para mi vuelta. Ahora sospecho que fue más por lo segundo, pero entonces no tenía ni idea. Ni de eso, ni de nada de lo que pasaba.

         Regresamos a nuestra vida, aunque nada volvió a ser como antes. Mi abuela seguía sollozando y mi madre continuaba trajinando de acá para allá. Mi padre continuaba sin aparecer, pero ya no me atrevía a preguntar por él.

         En un par de días, cuando ese pitido agudo y desagradable volvió a alterar nuestra rutina, me descubrí dando saltos de alegría. Bajé las escaleras a toda prisa, con un cargamento precioso en mis manos. Había cogido varios libros más de la biblioteca de mi padre y los fui a dejar en la estantería con el corazón en la boca. Cuando llegué, una de las dos sillas ya estaba ocupada y “El rayo verde” había vuelto a la mesa.

  • Te estaba esperando. He traído unos cuantos libros de mi casa para nuestra estantería
  • Yo también

        Apenas había retomado a Anna Frank donde la dejé, una niña se acercó a nuestro rincón

  • ¿Me podrías dejar un libro?
  • Claro. Coge el que quieras
  • ¿Cuál me recomendáis?

       Le explicamos lo que sabíamos de cada ejemplar y decidimos que “Mujercitas” le podía gustar. Se fue con una sonrisa

  • Cuando lo acabes, te lo cambiamos por otro

         Se corrió la voz y en, poco tiempo, los ejemplares se habían multiplicado y también quienes acudían en busca de algo de lectura para espantar las sombras de la guerra. Pusimos un pretencioso cartel casero de “librería” en el estante más alto y comenzamos una actividad frenética.

         Yo había acabado hacía días “El diario de Anna Frank” y estaba a punto de terminar “La vuelta al mundo en 80 días” cuando me preguntó si me había gustado. Le dije que sí, que era una buena ayuda en nuestra situación

  • Pues voy a leerlo yo

          Una vez más nuestras madres nos interrumpieron, con aquella frase que ya no quería decir nada

  • El peligro ha pasado, volvamos a casa.

         Esta vez parecía que iba en serio. Pasaron varios días sin que la alarma nos incordiara, y un espejismo de tranquilidad nos invadió. A todo menos a mí, que anhelaba en secreto volver a mi librería.

         El espejismo, no obstante, acabó pronto. En unos días, la alarma volvió a sonar con más fuerza que nunca. Casi al mismo tiempo, un estruendo nos hizo tambalearnos mientras bajábamos por la escalera hasta el sótano. Cuando llegamos, supimos la terrible noticia. Una bomba había alcanzado de pleno al edificio contiguo, en el que vivían más de la mitad de las personas que se refugiaban en nuestro sótano.

         De pronto, me invadió el pánico. Corrí a mi librería y no vi a nadie. Un negro presentimiento me sacudió, y me puse a buscar un libro, el único libro que faltaba en la librería, “El Diario de Anna Frank”.

         No estaba por ningún sitio. Sabía que la última vez que lo vi estaba en sus manos, y aquello solo podía significar una cosa.

         Lloré y lloré sin consuelo, dejando que las lágrimas empaparan todos los ejemplares que había revuelto en mi búsqueda frenética. Maldita guerra y malditas bombas. Me senté a sollozar en silencio junto a mi abuela, que no había dejado de hacerlo desde el primer día en que bajamos a aquel sótano.

         No sé cuánto tiempo transcurrió, pero una voz desconocida me sacó de mi marasmo

  • Necesito un libro Y no hay nadie en la librería

          Fui arrastrando los pies y el alma. Sentía que era mi deber, por más que no tuviera ganas de nada. Cuando llegué a mi rincón, no pude creer lo que estaba viendo. Mi ejemplar de “El diario de Anna Frank” estaba de nuevo en la estantería

  • Me salvó. Anna me salvó –me dijo llorando de pena mientras yo lloraba de alegría- Bajé hoy al sótano porque tenía ganas de leer y el libro estaba en nuestra librería. Estaba aquí cuando pasó todo. Ahora ya no tengo nada. Solo los libros

        Nos abrazamos y lloramos hasta que no nos quedaron lágrimas. Luego recordé a la niña que me había pedido el libro, que seguía esperando

  • ¿Qué libros te gustan?

2 comentarios en “Lectura: milagros en blanco y negro

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