Empeño: Querer es poder


Hoy, en nuestro teatro, abrimos el telón con un nuevo relato, uno de esos que demuestran que aunque no siempre querer es poder, es muchas más veces de lo que creemos. Si la voluntad mueve montañas, el empeño puede mover cordilleras, como ocurre con nuestra protagonista de hoy

La vida en danza

(Relato incluido en el libro «Habitaciones Propias», una iniciativa premiada y participada por La Nau Gran de la Universidad de Valencia)

         Pasaba el día entero pendiente del reloj. Deseaba con todas sus fuerzas que las horas de trabajo pasaran deprisa y llegara el momento, su momento. Ese tiempo por el que valía la pena todo.

         Hoy tocaba tango. En unos instantes, se transportaba a los rincones más auténticos de Buenos Aires y escuchaba la voz de Carlos Gardel para inspirarse mientras se ajustaba la falda de raso negra, las medias de rejilla, los zapatos de tacón. Le había costado mucho conseguir que su pierna se enroscara como una serpiente a la de su acompañante, mientras arqueaba la espalda hasta una posición inverosímil. El resto, salía solo. Los aplausos estaban servidos.

         Ayer le resultó más fácil. Había volado hasta Rusia, hasta el inigualable Teatro Bolshoi. Sus zapatillas de puntas se ajustaban como un guante, las tenía tan domadas que parecían formar parte de sí misma. Una, dos, cuatro, siete piruetas. Odile volaba con su tutú blanco a pesar de las maniobras de Odette y sus plumas negras por arrebatárselo todo. La magia se había apoderado de ella y nada podía sacarla de su ensueño. El escenario era suyo.

         Sin embargo, sus propias raíces le costaban más. Cuando tuvo que bregar con la bata de cola y las castañuelas, casi se vio en un aprieto. El zapateado se le resistía y la bata amenazaba en cada momento con enredársele en las piernas. Pero lo logró. Tras mucho esfuerzo, consiguió meterse en el personaje y parecía que nunca hubiera salido de las Alpujarras. La mismísima Carmen Amaya la hubiera ovacionado si la hubiera visto.

         Su preferido, no obstante, era el contemporáneo. De ningún otro modo se sentía tan bien como poniéndose en la piel de Isadora Duncan, la madre de la danza contemporánea. Su cuerpo se expresaba como no eran capaces de hacerlo sus palabras y transmitía todas las emociones con un solo giro, con un solo movimiento de cabeza, con solo agitar sus brazos arriba y abajo, arriba y abajo. Hubiera seguido así toda su vida.

         Pero no podía quedarse allí para siempre. París la esperaba. El Moulin Rouge abría sus puertas para ella. Sus infimitos volantes rojos y negros subían y bajaban al impulso de sus piernas kilométricas. Toulouse Lautrec hubiera enmudecido si hubiera podido verla. Tampoco el can can tenía secretos para ella.

         Una nueva vuelta de tuerca y volaba hasta los felices veinte. El Cotton Club la aguardaba y sus zapatos de claqué ya estaban preparados. La gente nunca sabría el trabajo que costaba cada uno de aquellos movimientos que lograban que los pies cantaran por encima de su propia música. Unos pies que parecían tener vida propia haciendo música al tiempo que giraban y saltaban. Otro reto conseguido. No había estilo que se le resistiera.

         Incluso se atrevía con más. Las luces de Broadway la hipnotizaban y no pudo resistirse en hacer su incursión en el musical. Si tenía que cantar, cantaría, pero no podía negarse a ponerse en el lugar de todas aquellas artistas que tanto admiraba. Cantar y bailar al mismo tiempo era difícil, pero nada era imposible. West Side Story, Chicago, A chorus line, Cabaret No había nada que ella y sus pies mágicos no pudieran conseguir con tesón e ilusión. Y de eso tenía para dar y tomar. Todo lo que hiciera falta.

         Estaba ensayando una jota cuando recibió la llamada. Odiaba que la interrumpieran cuando estaba trabajando en sus coreografías, y aquella era especialmente complicada. Nunca antes se había planteado lo de los bailes regionales, pero se había hecho el propósito de que por sus aulas y en su espectáculo, ningún estilo de danza podía faltar. Aunque necesitara el concurso de la propia Virgen del Pilar para lograrlo. O de Agustina de Aragón, que le gustaba más.

         No le quedó más remedio que interrumpir el ensayo. Mañana era el día. Había llegado el momento para el que venía preparándose tanto tiempo, casi una vida entera. Era el momento de ejecutar la mejor danza, la más coordinada, la más bella. En este estreno se lo jugaba todo.

         Por un tiempo que no supo cuánto duró, perdió la conciencia de la realidad. Conforme iba recuperándola, oía unas voces que parecían referirse a ella como si no estuviera. Pero estaba ahí mismo, escuchándolo todo.

  • La intervención ha sido difícil, pero confiamos en que todo haya ido bien
  • ¿De veras? –le pareció reconocer la voz de su madre- ¿De verdad que esta vez sí?
  • Han sido seis horas de quirófano, pero estoy muy satisfecha con el resultado. Quizás en unos meses pueda…
  • No lo diga, por Dios. No diga nada que no pueda cumplir

Cuando, una año más tarde, su madre llevó al desván la silla de ruedas que  le había acompañado casi toda su vida, ambas lloraron

  • Ahora, por fin, podrás cumplir tu sueño. Podrás empezar a bailar.

            Lo que su madre no sabía es que ella llevaba cumpliendo ese sueño toda su vida. Danzaba desde siempre, todos los días de su vida, justo cuando acababa con aquellas dolorosas sesiones de rehabilitación y fisioterapia. Había bailado siempre con su alma y su mente. Ahora, además, lo haría con sus pies.

4 comentarios en “Empeño: Querer es poder

  1. Querida Susana, buenas noches .

    Siempre leo con mucha atención tus relatos.

    Todos llegan al corazón y algunos hacen mella porque coinciden, bien lo sabes, con una especial predisposición .

    Mil gracias por tu creatividad y generosidad. Un gran abrazo.

    Teresa Yusta

    Me gusta

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