Ayuda: hoy por tí…


          Los seres humanos somos sociales por naturaleza. Nos necesitamos y por eso pedir y dar ayuda forma parte de nuestra naturaleza. O debería formarla, que no todo es tan bonito como nos gustaría. Ya lo decían los Beatles, en una de sus canciones emblemáticas, Help, también título de una película. De cada cual depende cuál sea el resultado cuando se recibe La llamada.

En nuestro teatro, como somos tan humanos como en cualquier otro lugar, las llamadas de socorro y las reacciones ante ello son habituales, aunque por la naturaleza de las materias de que tratamos y la urgencia en resolverlas quizás lo sea todavía más que en otros ámbitos.

En otros estrenos hemos hablado de llamadas de socorro ante todo tipo de necesidades humanas y tecnológicas, de la desesperación por la falta de medios o de la impotencia cuando una no puede hacer todo lo que quisiera. Suma y sigue. Pero hoy quería referirme a algo distinto, a la ayuda entre compañeros y compañeras, en el más amplio sentido de la palabra. Por eso quería ir más allá del colegueo y del compañerismo.

Siempre se ha dicho que lo que diferencia la carrera fiscal de la judicial es el individualismo del juez o jueza frente al sentimiento del grupo del fiscal, la soledad frente a la compañía. Y ya se sabe que, aunque la compañía siempre es de valorar, hay un refrán que dice que más vale solo que mal acompañado. Por eso, lo que hay que hacer es que la compañía sea la buena, no esa de la que habla el refranero.

La idea de este post me vino a la cabeza ayer mismo, cuando, ante una llamada de desesperación de alguien muy cercano, tuve la solución a un solo clic de teléfono, por más que yo del tema no tenía ni idea. Porque si hay algo que hemos experimentado cualquiera de las personas que transitamos por Toguilandia es que quienes son ajenos a nuestro mundo creen que el título de Derecho nos habilita para arreglarlo todo, todo, todo, como el papá de la niña del anuncio. Y que tan pronto damos solución a una herencia, a un asesinato, a una multa o a un tema de impuestos. Debe ser porque no saben lo que dice siempre mi madre. Aprendiz de todo y oficial de nada. O que quien mucho abarca poco aprieta, que viene a ser lo mismo.

El caso es que soy una suertuda. No sé si lo mereceré o no, pero lo que me pasó ayer no fue la única vez que me ocurre. Cada vez que me veo perdida en el maremágnum de leyes y jurisprudencia y toco un tema con el que no estoy familiarizada, encuentro un alma caritativa que me echa una mano jurídica para salir del atolladero. Por supuesto, y siempre trato de hacer otro tanto, pero en honor a la verdad diré que nunca lo hago pensando en que el día de mañana pueda necesitar a la persona a la que me dirijo sino más bien por un ejercicio de empatía. Y tal vez es el karma quine me devuelve la jugada.

Podría echar mano de un latinajo y decir que se tata de un quid pro quo, pero no me gusta demasiado. Prefiero pensar que mis amigos y amigas toguitaconados son generosos y no que esperan nada a cambio. Porque si es así van aviados ante esta jurista de sangre, sexo y vísceras, como siempre digo.

Hay, sin embargo, compañeros y compañeras de los que llevan puñetas que se niegan en redondo a contestar a nadie que les pida consejo alegando que la ley nos prohíbe asesorar. Y, aunque eso sea cierto, no lo es menos que hay una gran diferencia entre asesorar y aconsejar. Por supuesto que no podemos hacer por ley ningún asesoramiento jurídico, pero decirle a alguien dónde debe ir o que haríamos en su lugar dista mucho de asesorar, al menos a mi juicio. Tiene más bien que ver con la amabilidad, si se trata de alguien de fuera, o con el compañerismo en sentido amplio, si se trata de alguien de dentro. O con la amistad, que es como el comodín del público pero con corazones.

Por eso hoy quería hacer ese pequeño homenaje a todas las personas que están ahí cuando las necesitas, códigos en ristre, para sacarte del entuerto. Y a quienes tienen la humildad de reconocer que no lo saben todo, que también tiene mérito. Para ellos y ellas es el aplauso de hoy. Que nunca me falta un teléfono del que echar mano y, sobre todo, una voz al otro lado que me atienda.

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