
La familia marca siempre. Marca, incluso más, la ausencia de ella, para quienes han tenido la desgracia de no conocerla. Y, cómo no, seguir los pasos que marcaron quienes nos precedieron es una elección de futuro, a veces voluntaria, a veces forzosa y, las mas de las veces una mezcla de ambas. Lo hemos visto en muchas series de sagas familiares, Dinastía, Los Colby, Falcon Crest, Dallas. Hijos o hijas que trataban de igualar o superar a sus progenitores y progenitores que no se resignaban a que sus vástagos no siguieran sus pasos. Y en el extremo más radical, la famiglia de son Vito Corleone, El padrino.
En nuestro teatro tenemos fama de endogámicos, de casarnos entre nosotros y convertir a nuestras criaturas en réplicas toguitaconadas de papá, mamá, o ambos. Una fama que no siempre responde a la realidad y que, además, ha sido injustamente criticada, teniendo en cuenta que a nuestros puestos de trabajo se accede por oposición. Nadie hereda la fiscalía o la judicatura, aunque bien que nos tranquilizaría poder dejar nuestro puestos a nuestros hijos como ocurre en las empresas familiares. Pero. Como mucho, podemos dejarles la toga, pero el derecho a usarla solo pueden ganarlo por sí mismos.
Como decía, lo de la herencia toguitaconada tiene más de leyenda urbana que de otra cosa. Es cierto que tengo compañeros y compañeras que tienen un padre o una madre de la carrera, pero son una minoría. La mayoría aparecieron aquí sin ningún precedente familiar, incluso en algunos casos siendo los primeros en tener una carrera universitaria en su familia. Y, de otra parte, también es verdad que algunos hijos del gremio eligen entrar en nuestro teatro, pero también son legión quienes tienen aspiraciones distintas. Mis hijas, sin ir más lejos. Y, por supuesto, no todos los hijos e hijas de Toguilandia consiguen aprobar la oposición, aunque haya quien se empeñe en vender la mentira de que basta con el apellido para hacerse un huevo en este difícil mundo.
No obstante, tengo la sensación de que siempre tenemos que estar disculpándonos por nuestros orígenes o nuestras circunstancias. La endogamia, por ejemplo, se explica con facilidad. Habida cuenta que pasamos los mejores años de nuestra juventud encerrados entre cuatro paredes quemándonos las pestañas entre Códigos y apuntes, las posibilidades de conocer a alguien que se pueda convertir en nuestra pareja no son muchas. Salvo que el príncipe –o la princesa- azul se aparezca en la gasolinera o en el súper, lo más fácil es que tropecemos con él en el preparador, en la escuela judicial o en cualquiera de nuestros destinos una vez aprobados. Tan sencillo como eso.
Igual de sencillo que es entender que si unas criaturas ven en su casa a papá o mamá hablando de Derecho, se planteen al menos la posibilidad de seguir sus pasos. Como ocurre con médicos, farmacéuticos o maestros. Pero en su caso parece lo normal y en el nuestro se critica. La otra posibilidad es que salgan disparados en la dirección más opuesta posible, claro está. Para gustos, colores.
Pero aun diré más. Todo el mundo asume con naturalidad que el hijo o la hija de un empresario o un banquero herede la empresa familiar, para la cual no ha hecho más mérito que nacer en el lugar adecuado y el momento adecuado y aprovechar, en su caso, la formación que hayan podido darle. En cambio, en nuestro caso, a pesar de que no hay más modo de acceder que una durísima oposición, sigue campando la sospecha. Como si los hijos de magistrados o fiscales no fueran capaces de aprobar la oposición por si solos. Y ese es un mensaje que me indigna, porque se sigue repitiendo el manta de que en esta carrera todo el mundo tiene apellido compuesto y relacionado con el derecho por más que esté probado que en las últimas promociones más de un 80 por ciento son de familias totalmente ajenas a Toguilandia
Ser como papá o mamá es una aspiración que todo el mundo ha tenido alguna vez. Luego, se les pasa. O no. A mi hija pequeña, por ejemplo, lo único que le debemos haber transmitido es que esto es aburridísimo y da mucho trabajo. O, lo que aun es peor, que tiene una madre una tanto chalada porque se emociona si habla de asesinatos o puñaladas. De todo hay en la viña del señor.
No me extenderé más por hoy. El aplauso lo daré por igual a quienes siguen y a quienes no siguen la senda paterna, siempre que estén recorriendo su propio camino. Si no es así, que lo repiensen. Antes de que sea tarde