Casos inolvidables: Dulce de leche


Hoy en nuestro teatro, os invito a recordar aquel caso que os marcó para siempre. Para ello, traigo un relato que escribí en su día para la Revista de Abogacía Española, donde tuve el honor de que se publicara

DULCE DE LECHE

  • De postre, le recomendamos nuestro dulce de leche. Es nuestra especialidad y seguro que nunca ha probado nada tan rico
  • No sé. Creo que ya probé hace mucho tiempo el mejor dulce de leche del mundo
  • Insisto. Pruébelo y me dice

        La camarera del restaurante insistió tanto que acabé accediendo. Pero estaba segura de que no sería como aquel. Nunca volví a probar nada igual.

         Yo acababa de empezar mi carrera como abogada, si es que a colgar un cartel en la puerta y cruzar los dedos para que entre alguien se le puede llamar “comenzar” Había acabado mis prácticas, con más pena que gloria, en un despacho, y ni siquiera tenía la antigüedad necesaria para inscribirme en el turno de oficio. Mi único patrimonio era mi flamante título, mis ganas, y una mesa de despacho que había comprado de segunda mano. Y, por supuesto, el cartel de la entrada.

      Apenas contaba con experiencia cuando ella puso sus pies por vez primera en mi despacho, una habitación de mi casa adaptada al efecto. Llevaba una bandeja en la mano, que no soltaba por nada del mundo. Me contó su historia y, cuando yo todavía me reponía de la impresión, me explicó qué era aquel tesoro

  • No tengo dinero para pagarle. Pero le he hecho una tarta de dulce de leche, que me sale muy bueno. Me enseñó mi madre, que vivió de pequeña en Argentina. Pruébelo antes de tomar una decisión

      Di una cucharada de aquella tarta deliciosa, y me oí a mi misma decir que aceptaba el caso. Todavía me pregunto si lo habría aderezado con algo que influyera en mi voluntad, o era el poder del azúcar caramelizado en sí mismo. Pero la cosa no tenía marcha atrás. Como no la tenía, tampoco, la sucesión de noches sin dormir que me acababa de regalar a mí misma por el precio de un pastel

      Mi clienta tenía entre manos un asunto más que espinoso. Las posibilidades de ganar eran ínfimas y se jugaba mucho. Tanto era así que me vi. obligada a recordarle mi inexperiencia y a aconsejarle que buscara otra profesional. Ella se sinceró, y me dijo que ya lo había hecho. Lo intentó en varios despachos, y antes de eso hizo la solicitud de abogado de oficio. Pero no tuvo éxito. Yo fui la única que quiso probar su deliciosa tarta.

      Tenía una hija de tres años. La había criado sola y jamás había dicho a nadie que era fruto de una violación. El hijo de la casa donde ella trabajaba había abusado varias veces de ella. La tiraba sobre la cama, la sujetaba con fuerza y la penetraba, mientras se reía con unas carcajadas que todavía resonaban en su cabeza. Le decía que si contaba algo la despedirían de inmediato, y nadie creería su versión. Pero, cuando conoció su embarazo, no le quedó más remedio que decírselo a su jefa, la madre de él, con la esperanza de que la ayudaran de algún modo. No hubo más reacción que llamarla “puta” y ponerla de patitas en la calle

  • A saber quién te ha hecho esa barriga, y ahora quieres cargar el sambenito a mi hijo

Se marchó lejos a tener a su bebé, que resultó ser una niña preciosa. Nunca se le pasó por la cabeza denunciar la violación. Estaba convencida de que nadie le creería y, además, prefería hacer borrón y cuenta nueva. Empezaría una nueva vida con su niña y podrían ser felices.

Pero el destino le reservaba una broma de mal gusto. La niña enfermó y. tras muchas pruebas, resultó tener leucemia. Era una enfermedad dañina pero al menos, la habían diagnosticado a tiempo de encontrar una cura. Con un donante compatible la niña podría salir adelante. Pensó que ella sería esa donante, pero no resultó adecuada, y solo tenía una esperanza, el padre de la niña. Ese padre que ella quiso olvidar para siempre, y que ahora necesitaba como nunca.

Me quedé boquiabierta con su historia. Y más aun cuando me dijo el nombre del padre de la criatura. Se trataba, nada menos, que del hijo de un conocidísimo político, eterno aspirante a la presidencia del gobierno. Necesitaba que reconociera los hechos, aceptara su paternidad y se convirtiera en donante. Nada más y nada menos. Y todo eso con el reloj de una bomba con temporizador descontando tiempo en la vida de su hija.

  • ¿Estarías dispuesta a denunciarle ahora?
  • Estoy dispuesta a todo

       Barajamos todas las opciones, desde la denuncia a la demanda de paternidad, pasando por todo tipo de mediación, judicial y extrajudicial. Nada de ello garantizaba la donación de médula, y, aunque consiguiéramos de un modo u otro el reconocimiento de la hija, tal vez para cuando llegara sería tarde para la niña

         Aquello me venía grande a ojos vistas, pero ella insistía en que yo era su única esperanza. Y, aunque no lo tenía nada claro, decidí hacer todo lo que estuviera en mi mano para encontrar una solución.

      Tuve que bregar con varios abogados de uno de los más caros y prestigiosos despachos del país, tuve que soportar desprecios y chantajes para convencerme a que dejara el caso y tuve, además, que convertirme en el paño de lágrimas de una mujer desesperada. Lo único que todo aquello tenía de bueno era mi ración semanal de tarta de dulce de leche, casi la única comida que me entraba en el estómago por aquellos días.

      Jamás dudé de la verdad de su historia. Creo que ahí estuvo la clave para que, tras muchos tiras y aflojas, el hombre que violó a mi clienta se aviniera a hacerse una prueba de paternidad y, seguidamente, a una prueba de compatibilidad para la donación. El precio pactado era el silencio eterno, tanto de la madre como el mío. Recordaba cuánto lloramos abrazadas cuando lo supimos. Todavía lloraba al recordarlo

  • ¿Qué tal el dulce de leche? ¿Le gustó?
  • Mucho. De verdad me ha gustado mucho
  • ¿Tanto como aquel que recuerda?

      Es curioso. Aquel postre sabía exactamente igual que aquella primera cucharada de tarta que diera un día, hacía mucho tiempo, en mi despacho. Debí de dejarme llevar por la emoción del recuerdo. Decididamente, me hacía mayor.

      Mientras esperaba para pagar la cuenta, alguien me sacó de mis ensoñaciones

  • ¿No me recuerdas? Soy Esperanza, la hija de Andrea. Mi madre siempre decía que si estoy en este mundo es gracias a ti. Miraba los periódicos cada vez que sales, y me traía las fotos recortadas para que te viera

Andrea, la que fue mi primera clienta, había muerto pocos años antes. Ya hacía tiempo que había perdido la pista de ella y de su hija aunque, hasta su muerte, nunca me faltó una felicitación de Navidad y una tarta de dulce de leche que llegaba por mensajero. No había tomado otra desde la última que envió

Andrea dejó a su hija su receta de la tarta de dulce de leche, pero también le dejó mucho más. Le dejó la dignidad. Una herencia que yo tuve el honor de compartir con su hija. Una herencia con sabor al más delicioso dulce de leche, que nunca olvidaré,

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