25 Noviembre: regalo envenenado


A punto de que llegue, un año más, el 25 de noviembre, día para la eliminación de la violencia contra las mujeres, en Con Mi Toga Y Mis tacones os traemos un regalo, un cuento. Pero tal vez sea un regalo envenenado, porque es más para reflexionar que para disfrutar. O tal vez no

Este relato `forma parte de la antología Visibilizarte V, dirigida por Esther Tauroni, y responde a la temática Mujer y virginidad

El tiempo vuelve

  • Mamá, ¿qué es eso?
  • ¿El qué?
  • Lo del cuadro. Esa cosa tan rara que lleva esa mujer en… esa parte
  • Pues, si no me equivoco, es un cinturón de castidad
  • Un cinturón de castidad. ¿Y eso qué es?
  • Bueno, no sé cómo explicarte. ¿Seguro que no te han contado nada de eso en el colegio?
  • En clase de Historia del Arte sí que nos hablaron, aunque poco, de Artemisia Gentileschi. Pero no de este cuadro. Que no sé ni cómo se llama
  • “Maddalena svenuta”. Así se llama
  • Pues nadie nos habló de él. La verdad es que nos han hablado bien poco de mujeres pintoras. Bueno, ni escultoras, ni músicas, ni nada. Lo de esta Arrtemisia es una excepción, y de milagro
  • Es lo de siempre, hija. Quieren hacer creer que las mujeres pintamos poco o nada. Nunca mejor dicho

              Madre e hija se encontraban viendo una exposición de obras realizadas por mujeres. La madre había organizado la visita desde que supo que la exposición se iba a montar en su ciudad, y, aunque a su hija no le ilusionaba demasiado, fue incapaz de decírselo. Por nada del mundo defraudaría a su madre.

  • Pero no te desvíes, mamá. Qué es eso del cinturón de castidad
  • Verás. Según sé, los había de varios tipos. Pero era un ingenio destinado a que las mujeres no fueran infieles a sus maridos o novios mientras estos estaban fuera. Entonces los hombres se iban a la guerra y los viajes eran largos. Ya sabes
  • Pues no lo sé. Ni siquiera soy capaz de imaginarlo, pero allá ellos. Me parece una barbaridad como la copa de un pino, que lo sepas
  • Lo es, hija, lo es
  • Menos mal que es cosa del pasado
  • Eso. Menos mal que lo es

            La madre dijo eso sin muchas ganas. Estaba algo contrariada porque su hermana no había ido con ellas a la exposición. La había organizado para que fueran las tres juntas, como hacían muchas veces. Pero hacía tiempo que su hermana tenía comportamientos extraños. A veces, ni la reconocía.

            Todo empezó cuando comenzó a salir con ese nuevo novio. Parecía entusiasmada con él, pero a su hermana, casi diez años mayor que ella, le daba mala espina. La había criado casi como una hija y tendía a protegerla, aunque ya hiciera tiempo que ambas eran adultas.

            La última vez que quedó con ella, le dejó con una sensación amarga que no se le había ido desde entonces. No hubo manera de tener una conversación fluida con su hermana. A cada momento, miraba el móvil y tocaba sus teclas con un gesto de preocupación en la cara. Una vez, incluso, cogió el teléfono y se salió fuera del bar donde estaban para tener una conversación que, a juicio del modo en que regresó, debió ser agitada. Cuando terminó de hablar, tenía los ojos brillantes y las lágrimas a punto de desbordarse. No tardó más de cinco minutos en marcharse a toda prisa, alegando un problema de trabajo inexistente. Su hermana mayor ni siquiera se molestó en discutírselo. Pero se juró a sí misma que tenían una conversación pendiente.

             Por eso, entre otras muchas cosas, había organizado lo de la exposición. Irían ellas dos con su hija, como tantas veces hacían cuando la niña era pequeña. Y estaba segura de que encontraría el momento de hablar con ella

  • Mamá, por qué no ha venido al final la tía. Tenía muchas ganas de verla
  • Y yo, hija, y yo. Pero le ha surgido algo de última hora. Ya sabes que en el trabajo le exigen micho
  • Mamá, puedo ser una niña, aunque ya haya cumplido los catorce. Pero lo que no soy es tonta. El trabajo de la tía nunca fue obstáculo para nada hasta que apareció ese nuevo novio en su vida. ¿O te crees que yo no me he dado cuenta?
  • ¿Y cómo te has percatado?
  • No hace falta ser Sherlock Holmes para averiguarlo. La última vez que comió en nuestra casa estaba en todo momento mirando el móvil. Miré por encima de su hombro y pude ver el mensaje de ese tipo, que le reclamaba que le dijera dónde estaba. Luego, en un descuido, curioseé en su teléfono móvil. Tenía muchos más mensajes de ese tipo. A todas horas le pedía pruebas de donde estaba o le recriminaba porque no le había contestado inmediatamente. Y la tía, cada vez que sonaba la alarma de un mensaje, daba un brinco y ponía cara de angustia
  • ¿y cómo no me dijiste nada, hija?
  • No sé si me hubieras creído. Y tampoco quería alarmarte sin estar segura. Esperaba hablarlo primero con la tía. Por eso puse esa cara de disgusto cuando me dijiste que no venía. No supe disimular
  • Vaya. Pues parece ser que las dos pretendíamos lo mismo de esta pequeña excursión artística. Y al final, nos tendremos que quedar con el arte de Artemisia. Que tampoco está mal, la verdad

Salieron de la sala de exposiciones después de disfrutar de todas las obras de arte que allí había. No obstante, ninguna de las dos dejaba de pensar en la que tenía que haber sido la tercera en discordia. O en concordia.

En la puerta, les esperaba una sorpresa. Allí estaba ella, la que les había faltado

  • No sé si llego a tiempo a la exposición, pero a la comida seguro que me apunto. ¿Puedo?
  • Por supuesto
  • Pero, tía, al final ¿conseguiste librarte de eso del trabajo que tan angustiada te tenía?
  • Digamos que sí. Pero no era un trabajo. Era un tipo que me daba mucho trabajo, que es otra cosa. Y que, además, pretendía que viviera permanentemente con un cinturón de castidad
  • ¿Y lo has dejado?
  • Los cinturones de castidad son cosas del pasado. Y ahí es donde se deben quedar.

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