Bares: estrados paralelos


                Los bares y en general, los locales de ocio, son tan importantes en el mundo del arte que son el lugar donde se fraguan muchos encuentros y hasta se firman muchos de los contratos que ha dado lugar a las mejores obras maestras o los más sonados fracasos. A veces, incluso, son los propios protagonistas de ellas, como el Bar Coyote, el Moulin Rouge o, sin apellidos, el Cabaret.

                Nuestro teatro no podía ser una excepción. No hay más que echar un vistazo a las inmediaciones de juzgados, fiscalías, Tribunales Superiores de Justicia y Ciudades de la Justicia varias para apercibirse de que, a su alrededor, surgen como champiñones bares, cafeterías y locales varios que además en muchos casos tienen nombres tan jurídicos como “La venia” “Justicia” ”Tribunales” “La balanza” o similares. O, aunque se llamen de otro modo, acaban siendo “el bar del juzgado” o el de al lado del juzgado.

                Seguro que a mucha gente de la que hoy habitamos Toguilandia le suena el nombre de “Riofrío”. En ese bar, cercano a la plaza de las Salesas de Madrid, sede de nuestros exámenes de oposición, hemos pasado horas de angustia esperando que llegara el momento del examen, o que saliera la nota. Y también hemos vivido momentos de celebración cuando, una vez conocida, el resultado era el deseado. Confieso que a mí me ha seguido produciendo escalofríos cada vez que volvía a ver su rótulo, al recordar aquellos momentos. La misma sensación que describe una de mis amigas, que dice que hoy, después de treinta años de aquel día, con solo ver las recargadas puertas del Tribunal Supremo con sus barrocos dibujos dorados sobre fondo verde, le entra dolor de estómago, Y eso que ahí aprobó no una sino dos oposiciones, que si no, no sé lo que le causaría.

                Hay en lugares, sobre todo en sitios pequeños, donde todavía pervive la costumbre del almuerzo, y todos los intérpretes de nuestra función acudían al mismo bar, tuvieran el papel que tuvieran en los juicios a celebrar ese día. En uno de los juzgados que servía en mi primer destino, se paraba religiosamente a las 12 de la mañana, como si del Angelus se tratara, y nos trasladábamos a un bar donde había preparada una mesa larga que ni la de un banquete de boda. Mi humilde café, lo que suelo pedir en ese trance, hacía el ridículo ante tanto dispendio. Pero era la costumbre, y quién es una pobre fiscalita para romperla. así que si hay que almorzar se almuerza. Y juro que allí se sentaban jueces fiscales, abogados de defensa y acusación sin que nadie se planteara siquiera que eso pudiera afectar a la imparcialidad, Y no lo hace, desde luego, aunque haya quien pretenda cuestionarlo.

                En otro de mis destinos, la costumbre era otra, y todavía la añoro. El día antes de los juicios, llegaba un fax a fiscalía donde el LAJ -entonces secretario judicial- remitía a fiscalía una nota muy simpática sobre a quién le tocaba pagar el almuerzo, que llevábamos el aludido o aludida desde casa. El nivel se puso tan alto que lo que empezó con unas ensaimadas y un café acabo siendo un almuerzo pantagruélico en toda regla, para el que acabábamos compitiendo sobre quién traía unas viandas además de ricas, originales. Recuerdo haberme recorrido varias panaderías para encontrarlas, aunque luego me despachaba con un “bah, he traído cualquier cosa”. Aquel invento se debía a un LAJ muy especial, Miguel Ángel, que ya no está con nosotros y cuya ausencia sigue doliendo

                Pero si por algo se caracterizan los bares que rodean a los juzgados es por lo que podrían contar sus paredes, si hablaran. Entre las paredes -hoy, más bien terrazas- de esos locales se han cerrado acuerdos, se han fraguado conformidades y hasta han nacido enemistades eternas. A veces, hasta pienso que a algún camarero le podrían convalidar un par de cursos de Derecho por lo que ven y escuchan.

                Otra de las características de estos lugares son los encuentros inesperados y hasta incómodos. De un lado del banquillo, he tenido ocasión de ver en varias ocasiones, delitos de quebrantamiento de condena o de medida cautelar porque el afectado por la medida de alejamiento se ha acercado a quien no debía y hasta la ha abordado en el bar de juzgados. Incluso en un caso tuvo que venir su abogado de testigo.. Y otro, donde el lugar donde no debía acercarse era la propia Ciudad de la Justicia, lo cual incluía los bares de la contronada

                Y lo más incómodo viene del otro lado. Esas veces en que, acabado un juicio especialmente peliagudo, una se va al bar en busca de un cafelito reparador y se encuentra al ladito al letrado con quine ha tenido mayúscula bronca o, lo que es pero, el tipo para el que acabo de pedir una condena de narices. Y hasta a miembros del jurado que se está juzgando, que se quedan mirando sin saber que hacer.

                Aunque una de las cosas que más fastidian es la aparición de esa persona inoportuna que te aborda en tu tiempo de descanso y pretende que le informes o le soluciones la vida, o, en su caso, el pleito. Para estos casos siempre me acuerdo de la anécdota que cuenta una prima mía médica que, cuando alguien en la calle le pregunta sobre una enfermedad le responde pidiéndole que se desnude. Cuando le dicen, con asombro, que no van a desnudarse en la calle, ella responde con la mayor tranquilidad que es en la calle donde le han pedido el diagnóstico. Co toda la razón

                En este punto, me quiero acordar de mis amigas y amigos de la abogacía, que, además, tienen que aguantar que esa consulta, además de inoportuna, pretenda ser gratuita. Como si no tuvieran por costumbre comer y pagara sus facturas.

                Y con esto se cierra el telón por hoy. El aplauso es esta vez para esos profesionales de la hostelería a los que tanto les ha afectado esta pandemia y que tanto hemos echado de menos. Ojala nunca volvamos a añorarlos

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