
Esta vez, el estreno es un cuento, un cuento sobre lo que podría pasar en el año 2070. O no
Currículum
(Relato incluido en la antología «relatos líquidos» de Generación Bibliocafé)
Rechazada. Me habían rechazado otra vez. Pero esta vez no me iba a quedar callada, ni me iba a conformar con la transmisión de mi queja a través de las ondas. Iría en persona como se hacía antiguamente, como, según mi abuela, se hacían las cosas antes de que la pandemia del coronavirus diera al mundo la vuelta como un calcetín.
La verdad es que la abuela se ponía un poco pesada con sus batallitas del confinamiento, pero daba unos consejos tan útiles que no podía despreciarlos. Y pobre de mí si lo hacía, claro. Como alguien se enterara, me podía caer una pena de las gordas, porque cualquier falta respeto a las personas mayores de 65 años era considerado un crimen grave y tenía un grave castigo.
Yo no sabía a qué se debía esto hasta que mi madre me lo contó. En aquella dichosa pandemia de 2020 murió mucha gente mayor, así que el cataclismo en la economía fue tremendo. Además de los efectos del tiempo que estuvieron encerrados en sus casas, a la vuelta se encontraron que habían fallecido tantas personas jubiladas, que la conciliación era imposible para muchas parejas que echaban mano de los abuelos. Y encima se desplomó el consumo de muchísimas cosas, empezando por algunos medicamentos y prótesis y acabando por los viajes, a los que eran muy aficionados. Total, que fue un desastre añadido al desastre que ya habían tenido.
Me contaron también que hubo varios procesos para depurar las responsabilidades por cómo habían cuidado -o más bien habían dejado de cuidar- a las personas mayores que estaban en algunas residencias. No sabía mucho más de eso porque mi abuela se ponía muy triste cuando se hablaba del tema. Al parecer, sus propios abuelos fallecieron entonces por la epidemia.
Así que las personas mayores se habían convertido en seres de especial protección a quienes se les daba todo tipo de beneficios y cuya opinión era tenida en cuenta por encima de todo. Creo que el hecho de que fuera esa generación la que tirara del carro en esos tiempos también debió influir, o eso era al menos lo que yo pensaba.
Por todo eso, nadie mejor que mi abuela para ayudarme en este trance. No podía ser que, con toda la preparación que tenía, me rechazaran en el trabajo una y otra vez. Era la mejor de mi promoción, la del año 2069.
-¿Cómo ha ido, hija? -me preguntó- ¿Te dieron el trabajo?
´-No, abuela. Me han vuelto a rechazar. He pensado en ir en persona a pedir explicaciones
-¿En persona? ¿Lo dices en serio? Creía que en este tiempo ya no lo hacía nadie
-Y así es, pero alguien me tendrá que explicar, y se me ha ocurrido que es el único modo. Pero no sé cómo hacerlo
-Bueno, pues lo primero tendrás que saber dónde ir a reclamar
-Anda, pues no lo había pensado. Como la mayoría de empresas, tiene una sede virtual y nos comunicamos a través de las ondas, así que no tengo ni idea de adónde ir.
-Pues mal lo tienes si no lo sabes -me dijo, entre seria y divertida- Pero bueno, déjame los datos que tienes y te lo buscaré yo. Como hacíamos toda la vida.
No sé de cómo lo haría mi abuela, pero en menos de dos horas sabía todo lo que había que saber sobre la empresa en la que yo aspiraba a trabajar. Estaba a más de 1000 kilómetros, pero con el transportador eléctrico podría plantarme allí en media hora
-Gracias, abuela, mañana mismo iré. Pero ¿cómo me tengo que comportar? No he hecho nunca una entrevista de trabajo presencial. Y menos una no-entrevista, porque de lo que se trata es de que me la hagan allí y me acepten
Bueno -comenzó, poniendo aquella expresión de “hacerse la interesante” que tan nerviosa me ponía- Yo te daría un par de consejitos
-Dime, abuela, por dios
-Fíjate, yo empezaría dándole la mano a quien te atienda. Y al marcharte, un abrazo
-¿Un abrazo? -no podía estar diciéndome aquello- No puede ser, nadie da abrazos ahora. Solo lo hemos visto en las películas antiguas
-Hazme caso. Cuando yo era muy joven, mucho antes del coronavirus, nos dábamos abrazos. Era maravilloso sentir a otro ser humano. Pero después de la pandemia la gente se acostumbró a no tocarse, y acabó por dejarse de hacer. Pero te aseguro que es fantástico. No falla
-Está bien, si tú lo dices…
-No me convenció del todo, pero no tenía nada que perder, así que lo intentaría. Dediqué un buen rato a ver películas y grabaciones antiguas, de cuando la gente todavía se abrazaba, y hasta se besaba. Me parecía tan raro…
Cuando llegué a la entrevista, estaba preparada para todo. Pensaba que me rechazarían o que ni siquiera me darían la oportunidad de hablar con nadie. Pero tenía que intentarlo.
La jefa era una señora de edad, que, de hecho, me recordaba bastante a mi abuela. Tal vez por eso me costó lo del abrazo menos de lo que pensaba. Se lo estampé nada más llegar. Lo había ensayado bien. Me acerqué, le puse un brazo por encima de un hombro y el otro a la altura de la cintura, y apreté con fuerza, pero con cuidado de no arrimarme demasiado. Estaba satisfecha. Me había salido de maravilla.
La mujer puso una cara de sorpresa que me asustó. Pero tras un silencio que me pareció eterno, solo me dijo una palabra:
-Admitida
-¿Cómo? -no lo podía creer- ¿Cómo dice?
-Bienvenida a tu nuevo puesto de trabajo. Has entendido perfectamente nuestro objeto social, devolver a la humanidad la calidez de las cosas pequeñas de la vida. En nuestra nueva filial vamos a comercializar abrazos y besos. Creo que va a ser un éxito
-Muchas gracias -respiré hondo y me atreví a preguntar lo que había ido a preguntar- Pero ¿puedo preguntarle por qué me rechazó siempre?
-Tu currículum
-¿Mi currículum? Pero si es el mejor de mi promoción
-No bailas, no cantas, no pintas, ni escribes… ¿cómo me iba yo a fiar de alguien a quien no le interesa el arte?
Me contrataron, pero no empecé a trabajar hasta varios meses más tarde. Antes, debía acreditar que era capaz de interpretar una pieza de música con la voz, un instrumento o con la danza, o que podía escribir un poema o pintar un cuadro decente. Elegí la danza y, solo cuando fui capaz de hacer una diagonal de piruetas en condiciones, fui parte de la empresa.
Me costó entender aquel empeño artístico que más me parecía un capricho que otra cosa. Pero mi ya nueva jefa me lo explicó a la perfección-
-¿Sabes? Cuando sufrimos el confinamiento, quienes nos daban fuerza a diario eran los artistas. Una violinista en un balcón, un escritor que contaba cuentos cada día, una bailarina que daba clases virtuales, un pintor que hacía dibujos cómicos para que no perdiéramos el ánimo. Hubo hasta un grupo de escritores, llamados “Generación Bibliocafé” que hicieron un libro estupendo, llamado “2070” imaginando cómo serían los tiempos después del coronavirus, justo este año en que estamos. Hasta entonces la gente no se había percatado del valor del arte, pero para mí fue una lección que nunca olvidaré. Por eso, sin una formación artística, de nada me vale el mejor currículum.
Iba pensando en sus palabras cuando mi abuela se acercó y se sentó a mi lado-
-¿Cómo te fue en tu primer día? -se interesó mi abuela- ¿Te sirvieron mis consejos?
Fui hacia ella y le di un abrazo. Pese a que era mi primera vez, me salió perfecto, como si llevara haciéndolo toda la vida.
¡Que escrito más bonito! Seré sincero, cuando empecé a leer no… no me gustó, pero seguí leyendo, y me ha gustado mucho. Te contaré una anécdota; llevo bastante tiempo dando clases de inglés a profesionales, muchas veces relacionados con el mundo jurídico. La mayoría de pruebas, no solo exámenes, también de todo tipo, incluyen alguna parte escrita, manuscrita para ser exactos; la experiencia me ha enseñado (e insisto en eso hasta el aburrimiento) que respetar un margen izquierdo, mejor exagerado que exiguo, saltos de párrafo, etc. es medio éxito; si a eso le añades el haberlo escrito a pluma… la garantía es plena. Y sí, hablo del siglo actual, jaja.
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