Muchas cosas se pueden ofrecer en la vida, tantas como recibir, sin duda. Las imágenes de La camarera con una bandeja de copas, pasteles o lo que sea, de La Camarera del Titanic o, por supuesto del Camarero –no vayamos a faltar a la inclusividad- son invitaciones a consumir, aunque hay otras invitaciones cinematógraficas que van más allá, como la que hace Amelie a consumir la vida. El mundo es como una caja de bombones, como le decía la madre de Forrest Gump a su hijo, en una escena que ha quedado para los anales del cine, y de la memoria colectiva. A por ellos vamos,
Pronto estaremos de vuelta a full time en Toguilandia, con eso que se llama la nueva normalidad, aunque más bien parezca la nueva anormalidad. Por eso, ya hay que volver a dedicar las funciones de nuestro teatro a algo que vaya un poco más allá de mascarillas, pantallas, pandemia y sus consecuencias. Por más que al final la cabra acabe tirando al monte.
Hoy se abre el telón para hablar del ofrecimiento de acciones, algo que a quienes vestimos toga nos parece lo más normal del mundo pero que causa estupefacción a quienes no tienen costumbre de transitar por Toguilandia.
Como sabemos, cuando alguien resulta o puede resultar perjudicado por la comisión de un delito, se le ofrecen acciones penales y civiles. Esto supone la posibilidad de personarse -otro concepto que habría que explicar- en la causa como acusación particular y reclamar una indemnización. O de hacer una u otra cosa. Vaya por delante que se puede reclamar una indemnización sin necesidad de personarse como parte, en cuyo caso lo hace si procede el omnipresente Ministerio Fiscal, o se puede personar y renunciar a la posible indemnización. Esto último, aunque es un supuesto infrecuente, no es tan inverosímil como pudiera parecer, se da de vez en cuando el delitos contra el honor donde el querellante quiere que se reponga su honor lesionado, pero decide renunciar a la indemnización, pedirla simbólica -1 €, por ejemplo- o donarlo a una ONG. Para que luego digan que no tenemos corazón.
Pero vayamos por partes. ¿Nos hemos planteado alguna vez qué entiende alguien cuando nada más sentarle en la silla – si la hay-para declarar le dicen que firme el ofrecimiento de acciones? “Pues la verdad, para ofrecerme algo me podían haber ofrecido un café, o una tila, que me hubiera venido mejor” fueron, más o menos textuales, las palabras de una mujer que había sufrido un accidente laboral y venía hecha un manojo de nervios a contarlo. Y desde luego estoy con ella, porque a veces ese ofrecimiento es tan baldío, como en los casos de insolvencia absoluta y notoria del autor del delito, que al menos el café una ya se lo llevaba puesto.
Luego está la cuestión de la personación. Recuerdo en una ocasión que la testigo víctima nos decía en el juicio que se personificó en su día pero luego se arrepintió de haberlo hecho y se tuvo que despersonificar. Aun me estoy preguntando cómo sería eso de despersonificarse, aunque a mi estas cosas siempre me traen a la cabeza el recuerdo del Superagente 86 cuyos mensajes se autodrestuían en cinco segundos. Pero no era el caso. Un buen rato tras la despersonificación, la mujer seguía allí, como el dinosaurio de Monterroso.
Y es que caemos una y otra vez en el mismo defecto, el de emplear nuestra jerga sin darnos cuenta de que para el justiciable aquello suena como si fuera swajilii. Aun no tenemos bien aprendida la lección de que deberíamos empelar un lenguaje que nos permitiera hacernos comprender, como decíamos en otro estreno, y no parecer de una secta que habla un idioma extraño.
El ofrecimiento de acciones, además, suele venir precedido de una manida pregunta ¿Usted ratifica lo que declaró en su día? Y, con más frecuencia de lo que nos gustaría, nos encontramos con la misma respuesta. Yo no rectifico nada. He tenido incluso testigos que se han sentido ofendidos con la pregunta, y después de insistir en que no rectifican nada, han manifestado su sentimiento de honor herido al decirnos que si acaso nos creeemos que es un mentiroso. Y es que nos costaría bien poco preguntarle si se mantiene en lo dicho o algo así en vez de cerrarnos a las fórmulas de siempre.
Todo lo anterior se refería a la forma, pero lo relativo al fondo también tiene perendengues. Lo de las acciones no sabe muy qué es quien no se dedique a este negocio y, cuando se le explica que se trata de saber si quiere una indemnización , la respuesta es casi unánime. ¿Cómo no van a quererla? Pero lo que subyace es que muchas veces la gente no entiende que no se trata de una paga del Estado, sino de algo que ha de pagarle el presunto culpable, en el caso de que deje de ser presunto y pase a ser condenado. Y siendo así, la cosa cambia. Más de una mujer que había denunciado a su pareja, cuando lo ha entendido, ha dicho que quería quitar eso de la indemnización, que seguro que acababa pagando ella porque era la única que traía dinero a casa.
Y es que si no se explican las cosas, no se entiende, Y leer una retahíla de derechos como si fueran una letanía no ayuda a entenderlo, aunque cumpla el requisito de forma que se exige. Por eso tendríamos que tomarnos en serio lo de explicar las cosas y, sobre todo, asegurarnos que las hayan entendido.
Así que hoy dedicaré el aplauso a quienes sí lo hacen, a esas personas que se aseguran que el justiciable sabe lo que le ofrecen, sean acciones o pastelitos. Que todo puede ser.