La trenza
– Y en el pelo… ¿Qué te parece si te hago una trenza? Te quedaría divina con ese traje de novia
– No, una trenza no. Cualquier cosa menos una trenza
Fue oír esa palabra y venírseme el mundo abajo. O arriba, según se mirara.
Ella me lo decía siempre. Nunca debía entrar a su cuarto si le había visto peinada con una trenza. Y yo la obedecía como hacía siempre. Era mi hermana mayor, el modelo al que yo aspiraba. Tan guapa y tan segura siempre de sí misma que, a su lado, sentía que todo iría bien,
Nos llevábamos ocho años, casi nueve, pero ella se comportaba como la madre que nunca tuve. Murió cuando yo apenas andaba, sin que llegara nunca a saber cómo ocurrió. Era un tema tabú en casa, tan doloroso que era innombrable. Eso fue lo que me dijeron siempre.
Papá trataba de suplirla, pero, a decir de mi hermana, no lo lograba. Yo no estaba en condiciones de saberlo porque no la conocí, pero bastaba con que ella lo dijera para creerlo a pies juntillas.
Aquel día ella llevaba una trenza, nuestro código secreto `para no entrar en la habitación bajo ningún concepto. Papá, como ocurría siempre que me daba el aviso, estaba con ella. Pero yo necesitaba con urgencia algo que se quedó en el cuarto de mi hermana, y, tras mucho pensarlo, me decidí a entrar. Solo sería un momento y me marcharía sin molestar.
No llegué a tiempo. Mi hermana, peinada con una trenza apretada, yacía en el suelo mientras mi padre lloraba con un cuchillo en la mano.
No tardé mucho en entenderlo, lo justo para conseguir zafarme de él, que me bajaba las bragas, y ver la llegada de unos policías tras tirar la puerta abajo.
Ella se había decidido a denunciar los abusos a los que, casi cada día, la sometía. Esos que soportaba en silencio y de los que me protegía con una simple trenza en el pelo. Y lo hizo, según me explicaron más tarde, en el momento en que él le dijo que se había cansado de ella y empezaría conmigo.
Respiré. Los recuerdos me apretaban tanto como aquella última trenza en el cabello de mi hermana.
Hoy lleva, como siempre, su melena castaña al viento mientras, desde su silla de ruedas, me toma la mano para acompañarme como madrina el día de mi boda.
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