¿Quién no recuerda a Estela Reynolds en La que se avecina repitiendo una y otra vez eso de “Qué ataque más gratuito”? Como ocurre tantas veces, la ficción cómica no es más que una caricatura de la realidad, no tan cómica. Casi todo el mundo ha sido atacado alguna vez de un modo totalmente innecesario. Y, cuando del mundo de la farándula se trata, donde todo se amplifica incluidas las envidias, mucho más. Ya decía la misma Este Reynolds eso de Qué sola estoy.
En nuestro teatro, los ataques gratuitos, como las meigas, existen, aunque no siempre sean evidentes o se vean con tanta claridad, y aunque no siempre se quiera reconocer.
Seguro que cualquiera de las personas que transitamos por Toguilandia hemos sufrido alguna vez la experiencia en mayor o menor medida. El juicio oral, por ejemplo, es un lugar proclive a estas cosas. Y lo de “en estrictos términos de defensa” un comodín muy útil para llamar al adversario de todo menos bonito. Y bien está defender al cliente, pero no está tan bien que eso se convierta en una pelea de gallos, aunque sea de gallos con toga. A ver si en vez de arrojarse artículos del Código, se arrojan los propios Códigos. Hay que ir con cuidado.
Sus Señorias tampoco se libran de cometer este error, y he visto en alguna ocasión a un Magistrado mandar a un abogado de muy malos modos a la facultad por ignorante. En un caso, en que se trataba de una persona mayor, me resultó especialmente violento y doloroso. La verdad es que se trata de una excepción, pero cuanto daño hacen esas excepciones que confirman la regla del buen y educado trato en estrados.
Además están las bien conocidas peleas fratricidas entre jueces y fiscales. Ya he contado alguna vez que las carreras hermanas, como todos los hermanos, se quieren pero se pelean mucho y con mucha energía.. Normalmente no pasa de ahí, de una competición a ver quién es quién más trabaja, quien peor lo pasa y quién es más sacrificado. Pero, alguna vez, de unas a otras señorias se dirigen unas perlas que son un verdadero ejemplo de lo que nunca se debe hacer entre compañeros. Ahora mismo me están viniendo a la cabeza las declaraciones que sobre el Ministerio Fiscal hacía una juez de pose altiva, gafas de sol y sempiterno maletín de ruedines que hace que se despierten mis peores instintos. O, mejor dicho, los peores instintos de mi fiscalita interior.
Hay otras veces donde estos ataques gratuitos e innecesarios suceden allende la sala de vistas, pero por causas relacionadas con la misma o que se creen relacionadas. Recuerdo una vez que un periodista, para criticar la suspensión de una vista por un asunto mediático, llegó a insinuar que era por un capricho de la fiscal, que poco menos que había elegido aquellas fechas a propósito para operarse, que hay que ver qué cosas tenemos las fiscales. Aquello, que así contado parecía una frivolidad, resultó ser una enfermedad grave que ella había ocultado a su familia y que acabó enterándose por esa mala praxis -por no decirlo de un modo más grueso- del periodista en cuestión. De nuevo, la excepción que confirma la regla hace más daño a la profesión que años de buenas maneras. Ah, por cierto, mi compañera está a día de hoy estupendamente, por fortuna.
Algunas de estas cosas ocurren apelando a la vida familiar o íntima del injustamente vivlipendidado. Sea revelando detalles que desea que no se conozcan, sea desvelando la identidad de quien ha elegido -pudiendo hacerlo- permanecer en el anonimato o sea, directamente, pasando al insulto o a la ofensa directa, dejan al aludido en una situación de impotencia muy frustrante. O entra en el barro y hace que se remueva más un tema del que no quiere que se hable, o permanece en un elegante silencio que hace que siempre haya alguien que exclame eso de “el que calla, otroga”. Y ojo, en la vida, pero sobre todo en redes sociales, el que calla no otorga nada, simplemente se niega a entrar en el juego de quien pretende ofender. Tampoco el que calla tiene muchas más opciones, porque normalmente quienes actúan de ese modo no quieren debatir sino discutir, no quieren dialogar sino atacar. Sea por lo que dices, por lo que creen que dices, o por lo que quieren creer que dices.
Hace nada me ha pasado. Y esto no es como las drogas, que se va aumentando el umbral de tolerancia. Aquí duele siempre, y más bien se desarrolla la capacidad de encajar el dolor sin que se note, Especialmente cuando el ataque viene de personas con las que siempre te has portado bien.
Pero, como todas las cosas tienen dos lados la cara B de estos tragos amargos son las otras personas. Esas que están ahí, quizás silentes, quizás agazapadas, pero saltan como un resorte en cuanto ven el ataque. Las que nunca fallan, por amistad, porque ven la injusticia o, normalmente, por una conjunción de ambas cosas. Como la «princesa del pueblo», con su «yo por mi hija maaaaaaaaato» pero en versión toguitaconada.
Decía Luther King que temía más el silencio de los buenos que el grito de los malos. Pues, ya que no podemos evitar el grito de los malos, no caigamos en el silencio de los buenos. o más literalmente ,” No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los … Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos” Precisamente para esos que no se callan ante la injusticia va hoy el aplauso. Gracias por estar ahí.