Ya dijo Oscar Wilde “las preguntas nunca son indiscretas, las respuestas, sí” y hay quien dice que no hay pregunta impertinente sino respuesta inteligente. Por eso, lo de las preguntas y las respuestas es muy relativo, pero da buen juego para películas y obras literarias, nunca mejor dicho. Hay películas sobre juegos de preguntas y respuestas, como Quiz Show o Slumdug Millonaire, y sobre algo más que un juego de preguntas y respuestas, como Exam. Y también hay títulos que dicen mucho al caso, como La Llamada o La repuesta. La cuestión es que, sea cuales sean ambas, ahí están las preguntas, esperando ser respondidas.
En nuestro teatro no se pueden aplicar al pie de la letra esos dichos. Entre otras cosas, porque sí que hay preguntas que merecen el reproche jurídico. Son las famosas preguntas impertinentes, por capciosas o sugestivas. Una nomenclatura que ha dado lugar a más de un malentendido.
Respecto de las preguntas impertinentes, ya he contado alguna vez la anécdota de mi amiga abogada que, en uno de sus primeros juicios, tuvo que aguantar el rapapolvo del cliente que, de una manera harto injusta, le reprendía diciéndole que lo había hecho tan mal que hasta el juez la había llamado impertinente. Huelga decir que no sirvió de nada explicarle que lo impertinente era la pregunta, y no ella, y menos aún por qué lo era.
En cuanto a las preguntas capciosas, poco he visto hablar de ella, pero las sugestivas son otra cosas. Por proximidad idiomática, más de una vez se refieren a ellas como “sugerentes” y yo no puedo evitar imaginarme al abogado o abogada haciendo guiños sexys. Una tontuna mía. O quizás no tanto, porque me contaron de un caso en que la testigo, cuando oyó que desestimaban na pregunta por “sugestiva”, dijo muy airada “y qué querrá, que me ponga en bikini”. Es lo que hay.
Pero lo verdaderamente curioso no son tanto las preguntas, sino las respuestas de todo tipo que se escuchan en Toguilandia. Una de mis preferidas es la de un forense muy guasón que, preguntado al modo habitual del proceso civil “diga ser cierto…” dijo, simple y llanamente “ser cierto”. Y se quedó más a gusto que un arbusto. Hasta que le reformularon la pregunta en otros términos.
Una buena ración de cosas curiosas viene dada directamente de la pregunta más sencilla del mundo, necesaria para cualquier testigo. A la pregunta de si jura o promete decir verdad me he encontrado de todo, desde juramentos por lo más sagrado, manos en el pecho, preguntas de dónde está la Biblia y el consabido “juro y prometo”. Que no nos falte de ná. Y si no, que se lo digan a aquel testigo que respondió a la gallega con un «¿me ve usted cara de mentiroso?»
No es inusual que la gente se empeñe en jurar por sus familiares. Se lo juro por mi difunta madre -que nunca comprobamos si está realmente difunta- o, lo que peor, ese juramento que a mí me da escalofríos “que se muera ahora mismo mi hijo si miento”. A lo que alguien le respondió con un “lagarto, lagarto”, “no seas pájaro de paragüero”. Para morirse, aunque sea de los esfuerzos por aguantar la risa. Lo del paragüero es verdad verdadera, contado por un letrado que me debe muchos dichos más, de los que daré buena cuenta en cuanto estén el mi poder. Pero me parece genial y no podía esperar a compartirlo
No menos genial son otras cosas que se oyen. Decía una señora que su ex marido “nadaba en la ambulancia” por lo que la pensión debería ser algo más generosa. Ante eso, a una no le queda otra que “doblegar los esfuerzos” -frase copiada de la que dijo hace poco un político en televisión- para contener la compostura. Aunque todavía me estoy preguntando cómo se doblegan los esfuerzos, que por más que lo pienso no puedo imaginármelo. Yo, por si acaso, los redoblaré.
Y ya puesta, traeré a colación una de estas perlas maravillosas, aportada en este caso por un tuitero (gracias, Pablo) que me hablaba de que a alguien sus aspiraciones se le volvieron “agua de borrascas”. Debe ser que el cambio climático tiene estas cosas, y cambia las borrajas en borrascas en un pis pas.
Para acabar por hoy, y a la espera de que mi amigo abogado me traiga el libro prometido con su colección de dichos reformulados, añadiré una de mis anécdotas preferidas, sucedida hace poco. Una señora decía muy enfadada que daba igual lo que contara, que no le harían caso por ser una «mismundi». Y yo, la verdad, es que por ser eso la escucharía con mas ganas. Lo juro y lo prometo y por estas que son cruces. Que no se diga que no predico con el ejemplo y no me dejo, como aquella miss que no llegó a ser mundi, la piel en el pellejo.
Ahora solo me queda el aplauso, que por ir el estreno de lo que va, reformularé en forma de pregunta. ¿Qué a quien doy el aplauso? Pues, por desencontado, es para todas esas personas maravillosas que me regalan estos momentos de humor. Por que una sonrisa no tiene precio.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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