Machismos cotidianos: cuento de Libertad


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Llega el 8 M y de nuevo en Con Mi Toga Y Mis Tacones queremos conmemorarlo -que no celebrarlo- de una manera especial. Me gustaría que llegara el día en que este blog publicara tal día como este un estreno normal, hablando de las cosas que pasan por nuestro mundo toguitaconado, sin necesidad de alertar a nadie sobre la necesidad de ponernos las gafas violetas, porque todo el mundo las llevara puestas de serie. Ojalá llegue pronto el día en que nada haga falta porque ya se ha roto el techo de cristal, se ha cerrado la brecha salarial y se ha acabado con la violencia de género, entre otras muchas cosas. Pero aún no es el momento.

Hoy este escenario, que ya ha dedicado varios estrenos a temas tan importantes, va a bajar hasta algo más usual, algo que pasa por delante de nuestras narices sin que apenas nos demos cuenta y que contribuye a que ser cada vez más iguales todavía sea una carrera de obstáculos. Los machismos cotidianos, eso que hay quien llama micromachismos y que no debieran llamarse así, porque el machismo es un enemigo grande y no hay machismos pequeños, como no hay racismo ni homofobia pequeña que haga hablar de microrracismo o de microhomofobia.

Os hablaré de ellos con un cuento, el Cuento de Libertad.

Abuela, ¿somos los hombres y las mujeres iguales en nuestra sociedad?

-¿Por qué me preguntas eso?

-La maestra nos ha mandado hacer un trabajo sobre la conquista de la igualdad en nuestra sociedad

-¿La conquista? – la abuela se quedó pensando- No me gusta ese término. Parece que ya lo hayamos conseguido todo

-¿Y no es así, abuela?

-Vamos a hacer una cosa, Libertad. Fíjate bien en las cosas que hacen hombres y mujeres a lo largo de un día y ve anotándolas. Y luego me traes tu redacción y hablamos

“7 de marzo. Mamá ha venido a despertarme para ir al cole. Tiene el desayuno preparado, para mí y para mi hermano, aunque a él le cuesta mucho tomarse la papilla. La pobre mamá se tiene que cambiar de ropa porque se la ha escupido toda. Menos mal que ahora trabaja solo unas horas porque pidió una cosa llamada “reducción de horas en el trabajo”, porque si no no llegaría a tiempo. Mientras mi hermanito sigue berreando, me bajo porque papá ya me espera en el coche.

Hoy tenía que ser un gran día, porque es el cumple de mi amiga Cecilia, y vamos a hacer una fiesta. Por eso ayer fui a la peluquería y me veía genial hasta que Rosa me fastidió como siempre. Dijo que con este pelo corto parezco un chico, y luego empezó a meterse con mi ropa. A mi no me gustan sus vestidos, son incómodos y no me dejan jugar a gusto, pero ella y varias de sus amigas siguen burlándose de mi chándal de Superman. Casi lloro, pero al final no les hago caso. La propia Cecilia viene a consolarme y me dice que no llore que pareceré una niña pequeña. Qué manía con lo de las niñas y los niños, si en casa quien más llora es el quejica de mi hermano.

Hoy toca clase de Matemáticas. Estamos aprendiendo a resolver problemas, pero sigo sin entender por qué siempre son Juanito y Luisito los que dan o quitan caramelos que hemos de sumar o restar. Le he preguntado a la profe por qué no son Luisita y Juanita, y me dice que eso no tiene importancia. Pero yo creo que sí la tiene.

Por fin llega la hora de la salida. Nos vamos al cumple de Cecilia. La verdad es que me he llevado un chasco, porque yo quería una ludoteca o un parque, y en vez de eso nos ha llevado a un sitio adornado de rosa y con mucha purpurina donde dice que nos van a maquillar y a disfrazar de princesas, con lo poco que me gustan a mí las princesas. Encima, solo ha invitado a niñas, así que ya me puedo ir olvidando de estar con Lucas, con quien tanto me divierto.

Al lado hay una cafetería donde la madre de Cecilia dice que hay sitio para los padres. Me pregunto si no habrá también sitio para las madres, que son mayoría, pero parece que lo aclara, y pueden ir también. Eso sí, no sé por qué las mamás se sientan todas juntas en un lado y los papás en otro. El camarero debe tener una bola de cristal, porque trae las bebidas y se las da a cada cual sin preguntarle. Deja el té y las pastas en el lado de las mamás y las cervezas en el de los papás.  Pero su bola de cristal debió de fallar porque la madre de Eva dice que ella quería cerveza y no té, y solo por eso la miran raro. No lo entiendo muy bien, deben ser cosas de mayores.

Me aburría bastante con lo de las princesas, así que me quedé mirando lo que hacían en la cafetería. De repente, todo el mundo se calló y las mamás hablaban en susurros. La hermana mayor de Ceclilia debió haberse caído, porque tenía una mancha de sangre en el pantalón pero, en vez de curarla, trataban de esconderla y de que nadie se enterara. No lo entiendo, porque cuando mi primo Antonio se abrió la barbilla y se hizo sangre, todo el mundo hablaba de ello a gritos, y contaba cómo se lo había hecho. Y digo yo que la sangre será igual ¿no?. Fui a preguntar qué le había pasado, pero nadie me lo quiso contar, me dijeron que eso son cosas que ya entendería cuando fuera mayor.

Cuando pasó un rato, varias de las mamás se fueron, diciendo que tenían que preparar la cena. Los papás se quedaron para acabarse sus cervezas. Me dio mucha pena por la madre de Eva que, aunque había llegado más tarde porque salía de la oficina, no pudo acabarse la suya, con lo que le había costado de conseguir. Ella también tenía que preparar la cena.

A mí me llevó papá a casa. Mamá no había podido venir porque mi hermanito no dejaba de llorar porque le dolían los dientes. Aunque no sé a qué dientes se referían, porque yo solo le veo uno, y muy chiquito.

Antes de irnos, Cecilia nos ha dado un regalito a cada una. Me he llevado un disgusto porque no eran chuches, sino un paquetito con un lazo. Al abrirlo, me he encontrado con algo que no me sirve para nada. Sé que son un par de pendientes, pero yo no tengo agujeros en las orejas. Cuando se lo he dicho, varias niñas me han mirado como con pena, y me han dicho que le diga a mi madre que me los haga, o Rosa seguirá burlándose de mí porque parezco un chico. Y la verdad, yo no sé qué tiene eso de malo, pero ni papá ni mamá me lo saben explicar. Estoy harta de que me sigan repitiendo que las cosas las entenderé cuando sea mayor.

Ya en casa, quería ver dibujos en el salón antes de acostarme, pero mamá dijo que no podía ser, que había fútbol y papá lo estaba viendo. Y así era, porque amarraba el mando a distancia como si fuera su tesoro. Fui a protestar, pero mamá me dijo que podíamos ver los dibujos juntas en la cocina. Qué remedio.

Me iba a acostar enfurruñada pero, como siempre, mamá vino a contarme un cuento y se me pasó. Aunque la pobre se quedó dormida antes que yo. Debía estar muy cansada de trabajar, cuidar al bebé, hacernos la cena y dejarlo todo listo para mañana. Así que no quise despertarla. Ni siquiera abrió los ojos cuando papá desde el salón, gritó “Goooooool”

 

-Abuela, aquí tienes la redacción.

-Y ¿qué conclusión has sacado? -preguntó la mujer tras leer el cuaderno de su nieta-

-Que tenías razón. No es una conquista. Es una lucha

-Y entonces, ¿ya sabes cómo vas a llamar a tu trabajo?

-Claro. Un cuento de Libertad

Así que hoy el aplauso es para todas. Para la pequeña Libertad y su abuela, para todas las mujeres, y una mención extra a @madebycarol2, autora de la ilustración que da marco a este cuento.

Feliz Día de la Mujer

 

1 comentario en “Machismos cotidianos: cuento de Libertad

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