La figura del abogado -o abogada- es de las más utilizadas en la ficción. En unos casos, en su versión romántica, la de esos Caballeros sin espada dispuestos a todo de Philadelphia, Algunos hombres buenos o Arde Mississippi, decididos a salvar a su cliente de la acusación de Homicidio en primer grado, de la Pena de muerte o de la Cadena perpetua; o esa parte más oscura oculta en La Tapadera, entre otras muchas obras. Y, por supuesto, protagonistas de esas series inolvidables, desde Perry Mason a LA law, desde Anillos de oro a Turno de oficio, que despertaron más de una vocación.
En nuestro teatro, después de dedicar sendos estrenos a esas frases que tienen que oírse fiscales y jueces, no podíamos sino continuar la serie con las que tienen que oir los miembros de la abogacía. Como en los otros casos ,muchas de ellas están basadas en lugares comunes provenientes de la cultura audiovisual anglosajona y otras, directamente, de la imaginación. En cualquier caso, dan mucho juego que, en este caso, he de agradecer a las aportaciones que me han hecho desde redes sociales, además de mi propia experiencia toguitaconada y de hija y nieta de abogados.
Gran parte de estas perlas provienen de sus propios clientes. Hay que reconocerles que, como tienen una relación más directa con ellos, las posibilidades de oir cosas pintorescas se multiplica. Y la paciencia que han de tener, también, justo es reconocerlo.
El primer capítulo vendría dedicado a las quejas. Los letrados y letradas son de los seres más incomprendidos que hay en el mundo. Yo misma he sido testigo -o testiga, como Chus Lampreave- de cómo un investigado lanzaba exabruptos de su abogada del turno de oficio diciendo que a ver si le traían una abogada de verdad, porque no le gustó lo que ella le aconsejaba. Como no podía ser de otro modo, salí en su defensa diciendo que no podría tener mejor representación, a lo que el tipo se vino arriba diciéndome que estábamos compinchadas por ser mujeres. Y es que, aunque resulte increíble, hay hombres a quienes no les gustan un pelo las profesionales del sexo femenino. Eso le pasó a una abogada que, dispuesta a atender en el SOJ -Servicio de orientación jurídica-, tuvo que soportar que el cliente dijera que él quería al señor del despacho de al lado. Y, por más que explicara que tenía la misma carrera y los mismos o más años de experiencia, no quedó convencido.
Recuerdo con ternura a una compañera de carrera que salía cariacontecida de una de sus primeras vistas. Después de darlo todo en el juicio, tuvo que aguantar que su cliente le dijera “lo ha hecho tan mal que hasta el juez le ha llamado impertinente”. Huelga decir que lo impertinente era la pregunta que quería hacer, pero no hubo modo de explicárselo. Algo parecido le pasó a otra, que escuchó de boca de su representada que el juez le había llamado “incompetente”, cuando lo que había hecho era rechazar la declinatoria. Pero, como he dicho otras veces, el lenguaje no ayuda.
En otras ocasiones son los propios clientes los que no ayudan. El “soy inocente y quiero contar mi versión” le ha costado una condena a más de uno, que ignoró las recomendaciones de su Letrado de no declarar. Y es que a veces sus declaraciones son tan pintorescas que mejor cerrar la boca. Hay un clásico, el de “se clavó sola el puñal” con múltiples versiones. Una de ellas es la que cuenta una amiga abogada: se cayó sola y yo la recogí y la puse en la cama, seguramente fue entonces cuando se causó las lesiones. Otra, la historia del que contaba que le dijo al otro que fueran a pegarse al césped, que no se harían daño y, preguntado que pasó después, dijo que se pegaron en el césped y no se hicieron daño. Algo en que no estaba de acuerdo la parte contraria, claro está.
A veces pasan cosas que difícilmente dejan contener la hilaridad. Como un investigado que contaba muy convencido que lo que vendía eran paletillas. Nadie entendía qué relación tenía aquello con esa parte tan sabrosa del cordero hasta que explicó que paletillas eran esos paquetitos chiquitos donde se ponía la droga -o sea, papelinas- Visto para sentencia. Y ojo, que después de exhibiciones de este tipo, tiene que vérselas con argumentos fantásticos para no entrar en prisión como “es que yo ahí dentro me deprimo” o “no puedo entrar, que tengo claustrofobia”. La verdad es que se lo ponen difícil. Y más cuando lo intentan arreglar, como el acusado de alcoholemia que se explicaba diciendo que “solo” se había tomado dos gin tonics y un amaretto que es digestivo, oiga.
Confieso que más de una vez he compadecido a un Letrado por el papelón que le toca. De vez en cuando a algún juez se le escapa eso de “que pase el condenado” que debe hacer que se la baje el alma a los pies en un nanosegundo. Como debe ocurrir también si oyen cosas como “que pasen a juicio, que ya tengo puesta la sentencia y se la notifico enseguida”. Aunque sus señorías no siempre son tan duros, y, ante una petición de prisión denegada me cuentan que se oyó por lo bajini “es buen chaval”. Y es que un micrófono encendido es un enemigo peligroso.
Otra de las fuentes incuestionables de frases antológicas viene de la idea de la profesión que tiene la gente. Me cuenta una buena amiga abogada que, después de un buen rato comentando en el pasillo acerca del frío que hacía y otra trivialidades le tocó el turno de intervenir y que, al ponerse la toga, escuchó “anda, si no se pone la capa nunca hubiera dicho que era abogada”. Y es que hay quien cree que son de otro planeta, pero por si se les olvida, se lo recuerdan con un “compórtate, que eres abogado”, como si tuvieran que estar siempre con cara circunspecta y la toga puesta.
Pero si hay algo que la gente entiende con dificultad es la esencia misma del derecho de defensa. Por eso les pregunta cómo pueden defender a un terrorista/violador/asesino, como tienen valor para defender a un culpable o, directamente, si no pueden hacer objeción de conciencia. Pero las mejores frases vienen de la propia familia: “hija, con qué gente te juntas”o ¿”eres abogada para defender a inocentes o a todo quisqui?”.Pues a todo quisqui no sé, pero a todo quinqui aseguro que sí, que de eso se trata la cosa. Es lo que hay.
Para acabar, un ramillete de frases provenientes del desconocimiento de nuestros papeles en Toguilandia y la relación entre ellos. Probablemente, alimentada con esa escena de las películas americanas en que todo el mundo se pone en pie a la llegada de su señoría tras el anuncio de “preside el honorable juez x”. Así que hay quien se atreve a preguntar si una es abogada porque no consiguió ser juez o porque no aprobó la oposición. Y como hay quien no interioriza a un abogado o abogada haciendo de acusación, he llegado a oir que “parece un fiscal” o, aun mejor “¿si acusas mucho te puedes convertir en fiscal?”. Obvio la respuesta y la cara de estupefacción del interpelado, pero adelanto que si las miradas matasen hubiéramos tenido un levantamiento de cadáver en el acto.
Acabaré con una frase propia, la que dediqué a mi padre cuando era pequeña. “papá, qué es mejor, ser juez, fiscal o abogado?. Mi padre, aunque no era gallego sino valenciano de pura cepa, me respondió con otra pregunta “¿a quién quieres más, a mamá o a mí?”.Y entonces fue cuando usé por primera vez una frase que en el futuro pronunciaría miles de veces “no hay más preguntas”
Por todas estas razones, mi aplauso hoy es para todos los abogados y abogadas,en especial para quienes han contribuido con sus aportaciones a este estreno. Y cómo no, con ese pequeño guiño a mi padre que seguro que, desde donde esté, me estará leyendo. Y sonriendo, espero.