Hay veces en que la rabia es tanta, que es imposible pensar en películas agradables, ni en canciones amables, ni en colores bonitos. Esos días que se convierten en Un día de furia, en que la rabia y la impotencia se mezclan en un Coctel tan terrible que no puedes quitarte el mal sabor de boca.
En días como éste, mi toga, mis tacones y yo misma nos ponemos de luto, y somos incapaces de abrir el telón si no es para hablar de ella, y de tantas como ella.
Ayer nos llegaba la noticia de que una joven profesora, de nombre Laura, había aparecido muerta con signos de violencia a los pocos días de su desaparición, en aquel lugar donde había acudido hacía nada con las esperanzas y la ilusión intactas de quien comienza un trabajo y una vida.
Es cierto que mucha gente ya temíamos lo peor. Aunque no quisiéramos pensarlo, no era la primera vez, aunque ojalá fuera la última. Una chica joven desaparece sin aparente motivo, y su cadáver aparece tiempo más tarde confirmando los más negros augurios. Ayer se llamaba Laura y era profesora, pero antes se llamó Celia y era jugadora de golf, y antes Diana, y mucho antes Marta, Anabel, Rocío, Sonia o Miriam, Toñi y Desiré. Y eso solo por citar algunos nombres de esa otra cifra de la vergüenza en la que da miedo pensar.
En mi vida toguitaconada, recuerdo un suceso ocurrido hace muchos años que me impactó especialmente. A mí y a toda la sociedad de la época, aunque cuando eres tú quien tiene que ir a levantar el cadáver, el impacto se multiplica por infinito. No destapo ningún secreto si digo de qué asunto se trata, porque en su día hizo correr ríos de tinta. Fue el de quien se conoció como el asesino en serie de Castellón, que asesinaba mujeres jóvenes por el hecho de serlo, aunque entonces todavía no hablábamos de machismo al referirnos a estos crímenes. Confieso que me costó mucho despegarme de las ropas y el cuerpo la sensación terrible de ver aquel cuerpo desnudo y abandonado en un barranco, el cuerpo de quien antes sería una mujer llena de vida. Y todavía no me he desprendido de la rabia y la indignación de entonces, que reedito cada vez que alguien es asesinada por el sencillo hecho de haber nacido mujer.
Yo también fui una joven como ellas, con mucha vida por delante y muy poca por detrás. Yo también estuve llena de ilusiones en un futuro por estrenar, también protesté cuando mis padres me decían que volviera acompañada a casa y, pese a ello, también llegué más de una vez a mi portal apretando el paso y con las llaves en la mano al oír una respiración detrás de mí. Yo también pensé que exageraban y repliqué que sabía cuidarme solita. Pero el problema no era que yo supiera o no cuidarme, sino que existieran unos monstruos tales de los que había que cuidarse. Pensé entonces que cuando tuviera hijas, ellas nunca tendrían que aguantar semejantes sermones paternos porque la sociedad habría cambiado. Pero me equivocaba. Y hoy soy yo a quien toca advertirles a ellas como en su día hacían mis padres, mal que me pese.
Ya hace muchos años desde aquel 25 de noviembre de 1960 en que tres jóvenes dominicanas, las hermanas Mirabal, fueran asesinadas en un acto que dio lugar tiempo más tarde, a la instauración de el día para la eliminación de la violencia contra la mujer. Muchas cosas han cambiado desde entonces, pero el machismo sigue enraizado en los cimientos de la sociedad, y se sigue matando a mujeres por el hecho de serlo.
Buena prueba de ello fueron algunos de los comentarios que ayer se leían en redes sociales y foros varios ante el aluvión de espontáneos homenajes a Laura. Aunque parezca increíble, se leían mensajes contestando a quienes reclamaban protección para las mujeres, escupiendo su veneno en una sola frase: ¿y los hombres, qué? Pues los hombres no tienen que oír a sus padres pidiéndoles cuidado, ni tienen que agarrar las llaves para entrar corriendo en el portal y, sobre todo, no desparecen sin motivo alguno y aparecen muertos días más tarde asesinados por una mujer. Así son las cosas, aunque no haya peor ciego que el que no quiera ver.
Oigo voces indignadas clamando aumentos de penas y castigo, pero lamento decirles que el Derecho Penal no es la respuesta. Hará, sin duda, caer todo el peso de la ley sobre esos salvajes, pero nunca devolverá a Laura, y a todas las Lauras del mundo, a unos padres destrozados. Ninguna condena la devolverá a la vida ni hará que recobre el futuro que le han arrebatado.
Alguien contestó al cartel que he usado como imagen que sería mejor desear un año nuevo sin que ningún hombre violara, matara o agrediera a una mujer, en vez de desear que ninguna mujer fuera violada, matada o agredida. Y no les falta razón. Quizá ha llegado el momento de cambiar el foco de lugar, el momento en que los padres adviertan a sus hijos al salir de casa que respeten a las mujeres. Algo bastante menos obvio de lo que parece.
Hoy, el estreno de Con Mi Toga y Mis Tacones quiere ser un homenaje a Laura, y a todas las Lauras del mundo. Para ellas va un aplauso que ojalá no tuviera que repetir nunca. Porque hoy #TodasSomosLaura
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Impresionante artículo. Te felicito!! Como me he sentido reflejada cuando esperaba a mi hija y la veía asomar por la puerta!!
Besicos muchos.
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Gracias!!
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