Hay quien dice que el Derecho lo impregna todo. Hasta algo tan aparentemente antitético como el arte está fuertemente influido por el Derecho de cada Estado, con mayúscula, y por los derechos que en función de ello se tienen o no se tienen. La libertad de expresión y cómo se considere, si ir más lejos, guarda íntima relación con la producción literaria o artística. Recordemos que no hace tanto tiempo la censura privaba a espectadores de besos y desnudos, de un lado, y de toda clase de alusiones políticas que no estuvieran alineadas con el Régimen, de otro. Siempre, claro está, que el director no fuera lo suficientemente listo para sortearla y colarle más de un gol. También el propio Derecho y sus profesionales somos habituales protagonistas de películas y series. Perry Mason, Anillos de oro, Turno de oficio, La ley de los Angeles, Ali McBeal, La fiscal Chase, son solo algunos de los muchísimos títulos que se me vienen a la cabeza. Sin olvidarnos de la lucha por los derechos más elementales, otro filón para el cine, desde Arde Mississippi hasta Missing, Mandela, Ghandi y muchas más.
Pero una cosa es el Derecho, con mayúscula, y otra los derechos, con minúscula. Y otra distinta el uso popular de la palabra “derecho” que hacemos. “No hay derecho” es una expresión común que se usa casi sin pensar para referirse a cualquier cosa que parezca injusta. Aunque, claro está, se extiende y una llega a oír cosas como que no hay derecho a tener que madrugar, a que no funcione la máquina de café o a cualquier nimiedad. Algo parecido a lo que sucede con la expresión “de juzgado de guardia” que, si se tomara en sentido literal, haría que en tales órganos no diéramos abasto. Y ojo que hay quien lo hace. He visto denuncias porque la vecina se había dejado el grifo abierto o porque el vecino había puesto un toldo con la imagen de una calavera que rompía la estética de tolditos blanquiverdes del edificio. Y es una gaita, desde luego, pero no es delito.
Derecho, con mayúscula, es la disciplina que estudia las leyes y su aplicación, algo que hemos estudiado la generalidad de habitantes de Toguilandia. Incluso aguantado la bromita que nos hacían frecuentemente de “¿Estudias Derecho? Pues yo prefiero estudiar sentado”. Espero que ya haya pasado de moda, o se haya sustituido al menos por algún meme o gif gracioso, con gatitos incluidos a ser posible.
Cuando se habla de que algo se resuelva conforme a Derecho, no quiere decir otra cosa que se haga conforme a la ley. Una obviedad, si nos fijamos. Aunque hay que reconocer que frases así hacen su papel como comodín del público en más de una ocasión. ¿Quién no ha visto expedientes despachados con un “procédase conforme a Derecho”, “es ajustado a Derecho” y expresiones similares? Pues eso. Una especie de Pasapalabra versión toguitaconada.
Pero, además del Derecho, están los derechos. Esa acepción de derechos, como derechos subjetivos, hace referencia a las facultades del ser humano que le corresponden por razón de serlo y que deben ser reconocidas y protegidas por el Estado. Los más importantes en el ranking, los Derechos Humanos , son los que a cualquiera se nos vienen a la cabeza al hablar de derechos. El derecho a la vida, a la integridad, a la libertad, a la intimidad, a la propia imagen, a la presunción de inocencia, a la tutela judicial efectiva y unos cuantos más, que son los que confieren a un estado la categoría de Estado de Derecho. Cuando no se reconocen, es cuando sería aplicable al pie de la letra esa frase tan manida de “no hay derecho”.
Pero luego hay otras cosas, como prerrogativas o privilegios que a veces se confunden, deliberadamente o no. Pondré un ejemplo de lo que vemos habitualmente. Cuando en un proceso por violencia de género, ambas partes –víctima e investigado- no declaran, se dice que se acogen a su derecho a no declarar. Craso error. En el caso del investigado sí estaría haciendo uso de un derecho constitucional, reconocido y protegido como tal. En el de la víctima solo estaría utilizando un privilegio o prerrogativa que le concede la ley, la dispensa a declarar contra determinados parientes, pero no un derecho. Las consecuencias no son cualquier cosa. Dependiendo de si se trata de un verdadero derecho o no su vulneración tendría acceso al Tribunal Constitucional, y toda reforma que afectara al tema requeriría de ley orgánica, necesitada de una mayoría reforzada en el Parlamento. Tampoco creo que sean derechos en sí cosas como inmunidades o inviolabilidades de determinados sujetos, que entrarían dentro de las prerrogativas, facultades e incluso privilegios. Que no nos confundan.
Tampoco hay que confundir aquellas cosas que el estado protege con nuestros derechos. El Estado garantiza y reconoce el derecho a contraer matrimonio, pero lo de buscar un cónyuge corre de nuestra cuenta. No vamos a exigirle que nos busque novio o novia, que el estado no es Santa Rita ni San Antonio. Otro tanto cabría decir con la protección a la familia, que no significa que el estado tenga que buscarnos una prole a nuestro gusto.
Pero hay quien toma el rábano por las hojas y disfraza de derecho cualquier cosa. Recuerdo un penado que ponía una queja tras otra porque el médico forense usaba gafas de sol –creo que tenía una afección en la vista-, alegando su “derecho a que me miren a los ojos”. Que está muy bien querer emular a Bécquer –pupila azul incluida-, pero de ahí a considerarlo un derecho hay un mundo.
También hay quien hace gala de un poco de jeta y toma por derecho lo que son simples exigencias, algunas de ellas realmente pintorescas. En un juicio de faltas, recuerdo un habitual de la casa que se quejaba de que el banquillo de los acusados era duro y esgrimía su derecho a un asiento digno, tal como suena. Y los hay que se enfadan mucho y tras el interrogatorio dicen que ellos también tienen derecho a preguntar, ”no lo van a decir todo los señores esos de negro”. E incluso en el público tuve una vez a una señora muy indignada que levantaba la mano mientras se daba golpes de pecho con el abanico y acabó gritando que por qué ella no tenía derecho a hablar.
Así que eso es lo que hay. El aplauso, una vez más, para quienes desde las trincheras del Derecho protegen los derechos de todas las personas. Aunque más de una vez hayan de oirse eso de que no hay derecho.
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