El mundo del espectáculo se caracteriza por un hacer constante. Se hacen películas, obras de teatro, se montan ballets o se organizan conciertos o exposiciones. De poco sirve el talento si no se exhibe al público. Y allá quedarán, escondidas en un rincón, tantas obras anónimas que no vieron la luz, como nunca la habría visto Harry Potter y todas sus secuelas si la hija de uno de los lectores de una editorial no hubiera descubierto el manuscrito en el maletín de su padre. Lo que nunca nos dijimos se queda para siempre sin decir. Y, a veces, se puede hacer mucho no haciendo.
La omisión tiene un papel muy importante en las funciones que se desarrollan en nuestro teatro. Además de ser un tema infumable de la oposición –al menos así lo recuerdo de mis tiempos de opositora-, tanto en su modo directo como indirecto puede dar lugar a varios delitos. Lo que se llama delitos de omisión pura, como la omisión del deber de socorro o la omisión del deber de denunciar delitos; o de comisión por omisión, como ocurre cuando se imputa a unos padres por homicidio por no haber alimentado a su hijo. Y, aunque estos son los ejemplos típicos, hay otros más sutiles, como sería hacer la vista gorda ante cualquier desmán que se estuviera cometiendo ante nuestras narices. Como dice el refranero, tan culpable es el que hace como el que consiente.
Y, como he dicho otras veces, no solo de Derecho Penal vive el jurista. Que los olvidos también tienen en el Derecho Civil sus consecuencias, como ocurre cuando no se menciona a un heredero forzoso en un testamento. Lo que se llama preterición intencional o errónea, que no desheredación. Que aquí para desheredar a alguien hay que hacer las cosas como toca y con unos motivos concretos, que van mucho más allá de los caprichos de cualquier Angela Channing para decidir quién iba a heredar los viñedos de Falcon Crest.
Pero no todas las cosas son tan evidentes. Ni todas las omisiones se ven tan claras, ni es fácil distinguirlas de los meros despistes. Si alguien no te da los buenos días o no te felicita las Navidades, por ejemplo, no siempre quiere decir que te desee un mal día o que quiera que pases las peores navidades del mundo. Pero si se lo desea a todas las personas con las que se cruza y no a tí, ahí ya se puede empezarse una a mosquear. Y ojo, no hace falta un good morning a ritmo de claqué como el de Cantando bajo la lluvia –aunque no estaría nada mal, desde luego-, basta con un saludito amable. Y mutatis mutandi, como nos gusta decir cuando usamos latinajos , esto vale para todo. Y para todos.
Sin duda, la versión light de la omisión es el ninguneo. Cuando se ningunea a alguien puede causar simplemente disgusto o estupor, como al chico del anuncio del aire acondicionado, o puede causar algo más grave. Incluso en casos extremos podría llegar a ser un bulliyng en el ámbito escolar o laboral por prescindir siempre y deliberadamente de determinada persona. Y hasta un caso de discriminación clarísima. Pero eso ya son palabras mayores.
¿Pero qué pasa con otras clases de omisión o ninguneo? Algunas de las que vemos y padecemos a diario. Pues lo malo es que no pasa nada, aunque debería de pasar, y mucho. Y no quiero con esto hacer un juego de palabras, que ya se sabe que con las cosas de comer no se juega.
En nuestro teatro estamos más que acostumbrados a que nos olviden.. Se olvidan de la Justicia en los presupuestos, se olvidan a la hora de hacer campañas electorales y hasta se olvidan los encuestados del barómetro del CIS -que no conozco a ninguno, pero deben existir-. Y claro, también se les olvida dotarnos de medios o crear plazas. Y al final, resultamos ser el hijo que no se menciona en el testamento porque el terrateniente cacique quería darle todo a su hijo preferido. Será por eso que la Justicia es la hermanita pobre y Hacienda el heredero rico y bien alimentado.
Pero, como pasa siempre, luego llega el tío Paco con las rebajas y todo el mundo acaba en uno u otro momento en los tribunales. Y ahí es donde llega el llanto y el rechinar de dientes. Que si tardamos mucho, que si nos falta especialización, que si se hace mal esto o aquello. Y es que yo, cuando oigo esto, siempre me acuerdo de la canción. Dónde estabas entonces, cuando tanto te necesité…
Habrá que buscar una solución para Toguilandia. Podríamos ponernos las togas de colores fosforescentes para resultar más visibles, o dar los buenos días cantando como los protagonistas de un musical. Pero no sé si lo veo. Hay quien cree que el negro de las togas favorece y nos arriesgamos a desafinar. Así que usemos nuestro instrumento, la palabra. Y no dejemos de quejarnos hasta que por fin nos hagan caso. Y si no lo hacen porque tengamos razón, que lo hagan al menos por pelmas.
Y mientras tanto, lo que no voy a omitir es el aplauso. El que merecen quienes día a día trabajan por la Justicia a pesar de esas carencias que no son otra cosa que omisiones. Voluntarias o no. Eso se lo dejo al público para que sea quien lo juzgue
Buen articulo y lastima que la justicia continuará como casi siempre. Solo existe para los robagallinas pero no para los verdaderos delincuentes.
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