(imagen cortesía de @nandogerman)
Hoy el escenario de Con Mi Toga Y mis Tacones se viste de azul marino para contar una historia, una más de #UnMarDeHistorias que existen pero que nadie conoce hasta que no ven la luz
ALIVIO
Cuando me juró que volveríamos a vernos, en medio de un mar de lágrimas, desató un tsunami en mi alma. Yo también se lo juré, una vez logré destensar un poco el nudo de mi garganta.
Confieso que cuando nos obligaron a marcharnos de allí, sentí pena, pero también sentí alivio. Y luego me sentí culpable de sentir alivio, y más pena por sentirme culpable de sentir alivio.
Después de fundirnos en un abrazo interminable, le dí mi regalo. Quise que se quedara con algo mío, algo que apenas tenía valor económico pero que sabía que le encantaba. Mi camiseta de color verde chillón con aquel dibujo que tanto le gustaba estampado en el pecho. Se la puso, y me apretó la mano, repitiendo la frase que yo siempre le repetía:
– Recuerda que solo un mar nos separa
No me costó demasiado adaptarme a mi nueva vida. Después de meses viviendo en el mismo centro del infierno, tratando de ayudar y viviendo cada nuevo día como un regalo, mi trabajo en la oficina de la organización humanitaria a la que pertenecía se me antojaba un paseo en barca. Aunque, a veces, recordaba aquel abrazo, y de nuevo sentía alivio, y culpa por sentir alivio.
Cada vez que nos llegaban imágenes de un nuevo rescate en el mar, o de un nuevo naufragio, y veía a toda aquella gente que se jugaba la vida cruzando el mar en una barca casi de juguete, rememoraba aquel tsunami que recorrió mi cuerpo y mi alma. Y aquella vez no fue una excepción.
Cuando vi aquellas imágenes, una sacudida me recorrió todo el cuerpo. Entre los más de cincuenta cadáveres tendidos en la playa había uno que destacaba entre todos. Una criatura vestida con una camiseta verde chillón yacía de espaldas sobre la arena. El mar había escupido su cuerpo, como muchos otros, incapaz de seguir tragando tanta tragedia Y me dio un vuelco el corazón.
Permanecí pegada a la pantalla mientras veía aquel vídeo, aunque solo centraba mi atención en el cuerpecito exánime vestido de verde. Las secuencias se sucedían ante mis ojos llenos de lágrimas hasta el instante en que la grabación pareció adquirir nueva vida. Un voluntario recogía en sus brazos a la criatura. No se veía su cara, pero se apreciaba a la perfección su pecho. Y pude ver con toda claridad la camiseta verde chillón. No tenía ningún estampado. No era la mía. Ni rastro del delfín que adornaba la que un día regalé al otro lado del mar, ese delfín que siempre había sido mi animal favorito y que se había convertido en un símbolo de nuestra amistad.
Y entonces, sentí alivio. Y me sentí culpable por sentir alivio. Y sentí pena por sentirme culpable de sentir alivio.
Reblogueó esto en jnavidadc.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
Me gustaMe gusta