En el mundo del espectáculo, más de una vez vemos que una obra que prometía mucho acaba defraudando porque el final no tiene demasiado sentido o no encajan las piezas. Por usar un lugar común, eso de que todo acabe siendo un sueño de Resines en Los Serrano. O –y perdónenme los fans de la serie- en Twin Peaks, en que lo que parecía ser un trhriller donde todos andábamos pensando quien mató a Laura Palmer acabó llegando a límites surrealistas donde la pobre Laura ya parecía no importar a nadie. Pero a veces, la cosa es más grave y, o los guionistas iban demasiado deprisa, o se olvidaron de tomar notas previas y la cosa no tiene sentido. Es famoso el caso de lo que ocurrió cuando la censura quiso tijeretear a Mogambo, y para convertir en supuestos abrazos fraternales lo que era una relación de amantes, acabaron armándose tal lío que lo que aparecía era una mucho más censurable relación incestuosa.
Pero en nuestro teatro tenemos nuestra particular versión jurídica de la congruencia. Y de la incongruencia, por supuesto. En términos jurídicos se predica la congruencia como uno de los requisitos necesarios de toda sentencia, hasta el punto de ser uno de los motivos en que puede basarse la estimación de un recurso contra ella. Y ocurre tanto por acción como por omisión. Por dar cosa distinta de la que se pedía o no resolver sobre alguna cosa que fue objeto del pleito.
Hasta ahí todo correcto y jurídicamente impecable. Pero hay otros casos de incongruencia que tienen su aquel. Y que se deben en muchas ocasiones a las traiciones del corrector, del cortaypega o de utilizar formularios. Ya he comentado alguna vez el caso de un juez que se puso a sí mismo en libertad. Al hilo precisamente de ello, fueron varios los abogados o procuradores que me contaron que ellos y ellas también habían firmado alguna notificación donde sus nombres habían bailado y tan pronto aparecían como investigados, como testigos y hasta como el propio juez.
Yo misma he cometido este error alguna vez. Y menudo susto que le entra a una cuando le devuelven la causa de la Sala diciendo que no han encontrado a esos testigos en el folio donde cito o que no aparece su nombre en la causa. Y es que una va deprisa y se le desliza otra testifical. Menos mal que me dio tiempo a enmendar mi error y a localizar a los testigos que realmente lo eran.
Aunque errores cometemos todos, hasta el mismísimo BOE. Bien conocido es el caso de la Ley Orgánica del Poder Judicial, que apareció con una jota donde debía ir la p, con el jocoso y sugerente resultado de todos conocido. Obviamente, se enmendó el error, pero la anécdota ahí queda.
También he encontrado alguna vez sentencias que, tras un relato de hechos claramente condenatorio y unos fundamentos jurídicos que no lo eran menos, acababa fallando eso de “debo absolver y absuelvo” por una simple confusión de formulario o modelo. Tal vez por eso el fallo se llama fallo y no acierto, que igual era más acertado. Porque resolver diciendo que se falla también tiene su punto. Algo así como el exitus de los médicos, que equivale a la muerte del paciente y que siempre pensé que casaba más con el término fracasus. Cosas mías.
Claro que en todas partes cuecen habas. Alguna vez me he encontrado con referencias al Juzgado Contra la Violencia Sobre la Mujer, como si no tuvieran bastante. Y con referencias a autos de alojamiento o de no prohibición de no aproximación, que parece que la pobre mujer tenía que dar habitación al denunciado o permanecer constantemente con él.
Pero la incongruencia no solo viene del lado de las togas. También el justiciable incurre en ellas, y algunas no dejan de ser chocantes. Me contaba una compañera de una víctima de un delito empeñada en que sus datos no salieran en ninguna de las copias de las partes porque no quería que bajo ningún concepto la localizaran. Mi diligente compañera hizo lo propio, y acabó quedándose con cara de póker cuando, al despedirse, la susodicha le dijo que se iba corriendo porque tenía cita para el casting de un conocidísimo programa de televisión, que se emite en prime time. De modo que sus datos no aparecerían en la causa, pero sí en las pantallas de todos los españoles.
Algo parecido me pasó con otra testigo que, tras pedir varias veces parabán para declarar y no ver a su agresor, de pronto, una vez colocada la mampara, la apartó de un manotazo para asomarse y apuntar con su dedo acusador directamente al inquilino del banquillo.
Aunque el caso más curioso fue el de un señor que a punto estuvo de perder la vida por una paliza de varios jóvenes que, conminado a reconocerlos en rueda, se exaltó pronunciando una frase que no olvidaré jamás: “ése, ése fue el….que me mató”. Y ciertamente, si no fuera por lo terrible del asunto, la frase tenía su punto, como si el pobre hombre hubiera venido de ultratumba para consumar su Vendetta.
Y, si de incongruencias hablamos, quizá la más palmaria es la de que alguien que lucha contra la corrupción tenga una sociedad en el mismo sitio que muchos corruptos. Aunque deben ser cosas de mi imaginación. Una cosa así no podría ocurrir. ¿No creen?
Aunque también es bien incogruente la actitud de quienes, después de quejarse por la falta de medios, reciben con una sonrisa a quien se los niega. Por eso me gustan quienes desde donde se encuentren, alzan la voz y se levantan por la Justicia.
Así que hoy el aplauso es sencillo. Para quienes son congruentes en su día a día. Que no es cosa fácil, en los tiempos que corren. O sí.
Reblogueó esto en Meneandoneuronas – Brainstorm.
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