Pocas cosa hay más útiles que la memoria. Mal lo deben pasar los actores si no la tienen bien desarrollada y no son capaces de recordar su papel. A salvo, claro está, de pinganillos y chivatos y los apuntadores de toda la vida, con su concha y todo. De éstos, mi preferido es, sin lugar a dudas, el de la Venganza de Don Mendo, que hace bueno el dicho de “muere hasta el apuntador”. Aunque también deben tener su punto los que usaban para rodar culebrones, que bien podían grabar veinte capítulos de golpe de Los Ricos también lloran sin que llegaran a secárseles las lágrimas. Y cómo olvidar esas películas en las que la propia memoria es la protagonista, como Memorias de Africa, Algo para recordar o Memorias de una Gheisha. O el filón que supone para el cine la falta de memoria o la pérdida de ella, como Mientras dormías.
En nuestro teatro la memoria juega un papel fundamental. Sobre todo al principio, que es un buen pasaporte para abrirse paso en la carrera y sobre todo, para las oposiciones.. Aunque la memoria ha de ir siempre acompañada de un buen raciocinio, que con intépretes tipo Rain Man andaríamos aviados, por más que fuera capaz de aprender un listín telefónico de principio a fin. Sobre todo ahora, que los listines pasaron a ser una pieza de museo.
He de reconocer que tengo la suerte de tener una buena memoria. Y que ésta, por supuesto, me franqueó la entrada en Toguilandia, porque nuestras oposiciones, como todo el mundo sabe, se nutren esencialmente de la capacidad de recitar temas en tiempo fijado, sin pararse a pensar, y lo más adecuados a la dicción literal de la ley en cuestión. Confieso que, a punto de cumplir mis bodas de plata toguitaconadas, todavía soy capaz de cantar de corrido cosas que aprendí en mis tiempos de opositora, como las definiciones en latín de ley, de usufructo, de contrato y de unas cuantas cosas más, algunas de ellas inútiles. Sin ir más lejos, los artículos de un Código Penal que ya no existe, y cuyos preceptos todavía se ha negado a derogar mi memoria. De hecho, el español que sedujere tropa para pasarse al servicio de las tropas sediciosas o separatistas aún anda en el disco duro de mi cerebro ocupando espacio. Y menos mal que el Código Civil se mantiene, que también hay varios de sus artículos que continúan grabados a fuego, junto al inefable artículo 34 de la Ley Hipotecaria, todo un clásico aunque una sea fiscal y esencialmente penalista.
Por suerte para mi cordura, hay cosas que ya he olvidado, como las fechas de promulgación de cada uno de los Estatutos de las Comunidades Autónomas, que dejaron ojiplático al tribunal que me escuchaba y me valieron una buena nota, o todos y cada uno de los apartados de los artículos 149 y 150 de la Constitución, referidos a las competencias del Estado y de las Comunidades Autónomas. Hace tiempo que a este respecto regresé al mundo de las personas normales y tengo que consultarlo para recordar.
Después de tantos años, creo que me he recuperado de casi todas mis neuras, aunque siempre queda un poso. Y si no me acuerdo de lo que dice un artículo pues cojo el código, o el ordenador, tablet o similares y lo miro. Atrás quedaron los tiempos en que me despertaba en plena noche empapada en sudores fríos porque mi cerebro se negaba a procesar el más recóndito artículo de una no menos recóndita ley, y acababa levantándome de la cama y buscándolo, para luego darme de cabezazos contra la pared no sé bien si por no recordarlo o por no ser capaz de esperar al día siguiente.
Cuando el tiempo pasa, se pierden muchas cosas pero se gana en sentido común y en capacidad de razonar las cosas. Por suerte. Tengo una buena amiga que siempre dice que es Dory, la desmemoriada pececilla de Buscando a Nemo, no obstante es una excelente profesional. Y seguro que exagera con lo de Dory, aunque yo hago como si la creyera. Y reconozco que más de una vez me he encontrado a mí misma Buscando a Dory.
Pero la memoria también tiene su espacio entre las leyes. Entre otras cosas, da nombre a una ley, la de Memoria Histórica, no tan presente en ocasiones como debiera, o a instituciones tan vetustas como las Infomaciones de perpetua memoria, que vaya usted a saber qué son. O eso de reanudar el tracto sucesivo, que no es otra cosa que reparar el episodio amnésico de algunos registros públicos. Por no hablar de la sempiterna Memoria de la Fiscalía, que año tras año llega para amargarnos la vida a jefes y a no tan jefes
Y no solo en la ley. Hay que recordar siempre de dónde venimos, lo que hemos conseguido y cuánto ha costado. No hace tanto que en nuestro país, por ejemplo, las mujeres no podíamos comprar un piso o irnos de viaje sin permiso de un hombre, ni acceder a determinadas carreras. Tampoco hace tanto que se negaba a la ciudadanía la capacidad de opinar como quisiera y hasta de pensar, vedando la posibilidad de pluralidad política de ningún signo. Nos ha costado mucho llegar hasta aquí y aunque en muchas cosas aún queda camino, eso sí que no debemos olvidarlo nunca.
Así que ahí va el aplauso. Para quienes usan la memoria para no olvidarse de nuestros derechos. Que son los de todas las personas.